Fue breve pero muy sustancial la relación epistolar del poeta Nicolás Guillén (1902-1989) y de Pedro Henríquez Ureña (184-1946): apenas una carta de lado y lado.

El poeta cubano le enviaba Sóngoro Cosongo (1931), un poemario clave dentro de su producción, recién salido de la imprenta. El dominicano le contestaba desde un Santo Domingo al que recién había llegado para asumir el puesto de Superintendente General de Enseñanza.

El Gobierno de Rafael L. Trujilo tenía dos años de instalado, y dentro de sus propuestas de renovación educativa había convocado al maestro dominicano, entonces residente en Buenos Aires.

El nombre de Pedro Henríquez Ureña pendía bastante en la literatura cubana, dada su relación histórica con Enrique José Varona, Mariano Brull, José María Chacón, los miembros de la revista Avance, entre otros primeros actores de la intelligentsia cubanos. Desde su estancia en La Habana, entre 1904 y 1906, el dominicano había establecido fuertes vínculos con la prensa cubana, aparte de tener a su padre y hermanos desarrollando una gran labor intelectual en ambos extremos de la isla: Francisco Henríquez y Carvajal en Santiago de Cuba, y Max y Camila en La Habana.

Aparte de estos factores significativos para Guillén, Henríquez Ureña había establecido una especie de papel difusor de la literatura cubana desde Buenos Aires, conectando intelectuales y publicaciones a la creatividad y el pensamiento de aquella isla mayor antillana.

Aunque Guillén no tuvo la suerte con Henríquez Ureña que tuvo con Miguel de Unamuno, quien le escribiría una carta celebratoria de su poemario y que lo ayudaría en su trabajo de promoción, la misiva del dominicano contiene algunos elementos a destacar dentro de nuestra historia intelectual.

Primero, Henríquez Ureña no tuvo tiempo de deleitarse con Sóngoro Cosongo, ya que el ejemplar fue inmediatamente prestado a Luis Heriberto Valdez (1878-1949). El doctor Valdez, “el penúltimo acontecimiento dominicano” y a la vez, el célebre “médico de San Carlos” (ver: https://hoy.com.do/calles-y-avenidas-doctor-heriberto-valdez/) al parecer estaba compilando material para una exposición de cultura dominicana, donde el tema de la presencia africana debía ser enfocado, constituyendo el libro de Guillén todo un hallazgo. Como “último acontecimiento” señalaba el maestro dominicano al cuentista y periodista Juan Bosch. Con este elogio seguramente se refería Henríquez Ureña no solamente a la calidad de una obra naciente, sino también al de una personalidad congregadora, como lo era la de aquel joven vegano. Y esa mirada puntual, que sabía advertir futuros, esta vez tampoco se equivocó de cara a Bosch. Lo más curioso sería la estrecha amistad que a partir de 1939, en el exilio e instalado ya en La Habana para dirigir la publicación de las obras completas de Eugenio María de Hostos desarrollarían Juan Bosch y Nicolás Guillén.

Otro detalle que revela la misiva de Henríquez Ureña es la presentación de estas investigaciones del doctor Valdez, “un concierto de música desconocida para la exposición de artes e industrias populares que estoy preparando”. Por lo general se ha planteado el sentido excluyente de lo africano al referirse a la percepción de “lo dominicano” en la obra de Henríquez Ureña. Al parecer esta información podría revelar nuevos aspectos de la “expresión” dominicana: la búsqueda de nuevos referentes culturales, en este caso la presencia africana.

Nicolás Guillén será mencionado por Henríquez Ureña en Las corrientes literarias en la América hispánica (1940), y en su libro póstumo, Historia de la cultura en la América hispánica (1949), al hablar de la poesía negra. Tanto Sóngoro Cosongo como el resto de la producción literaria de Guillén, sin embargo, habría de impactar el país dominicano, teniendo a Manuel del Cabral (1907-1999) como uno de sus interlocutores esenciales.

El original de la comunicación de Guillén se encuentra en el Archivo General de la Nación. La respuesta de Henríquez Ureña, la hemos tomado del Epistolario de Nicolás Guillén, Selección, prólogo y notas de Alexander Pérez Heredia, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002, p. 81.

República de Cuba

Secretaria de Gobernación

Habana, mayo 6 de 1932.-

Sr. Pedro Henríquez Ureña,

Santo Domingo, R.D.-

Muy señor mío:

Me permito enviar a usted un ejemplar de mi libro de versos, publicado el año anterior, en el mes de octubre.

Sería para mí honor apenas soñado ahora, el que usted dispensara su atención a esta obrita, a fin de aprender en su juicio los defectos que contiene, y velar la ocasión de corregirlos en una obra posterior,

Le ruego acepte el testimonio de mi admiración,

Atentamente suyo,

Nicolás Guillén

Industria,125,-

***

Santo Domingo, 20 de septiembre 1932.

Sr. Nicolás Guillén.

La Habana.

Estimado colega:

No sé por qué motivo es ahora, en septiembre, cuando recibo su carta de mayo, con Sóngoro Cosongo. Conocía ya algo de sus versos, que me habían interesado mucho, y celebro tenerlos ahora completos: los de sujet négre, quiero decir. En ocasión posterior espero poder hablarle de ellos detenidamente, porque ahora, apenas recibido el libro, me lo vio y me lo pidió con urgencia Luis Heriberto Valdés, que es el penúltimo acontecimiento dominicano (el último es Juan Bosch, cuentista que a veces coincide con Boris Pilniak, a quien todavía no lee): Valdés es el hombre que está removiendo de arriba a abajo [sic] el país, estudiándolo desde su geología hasta su música, y tuvo mucho interés en los poemas de usted, porque anda rastreando huellas africanas, como cantos y bailes. Organizará un concierto de música desconocida para la exposición de artes e industrias populares que estoy preparando.

Suyo

Pedro Henríquez Ureña.

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