Así como algunas áreas de Nibaje eran llamadas con nombres políticamente incorrectos (hábito que se mantiene hoy no solo en Nibaje) también algunos personajes y familias tenían sobre sí el peso de algunos nombres no muy airosos.
En ese grupo estaba una familia conocida con el nombre de “Los almidonados”. A causa de un padecimiento que tenían en la piel, estaban cubiertos con una especie de escamas blancuzcas y los miembros de toda la familia parecían siempre como si tuvieran polvo encima. También estaba la familia de “Los Comemuertos”, entre los que había uno al que llamaban “Vivito” y otros eran Agustín, Chichí y Andrea.
En el sector de Villa Cartón vivían unas hermanas, que eran conocidas, no se por qué razón, con el mote de “Las toto ‘e yeso”. De esa familia también formaba parte una señora a la que le decían “Gallina muerta” porque tenía un tic con el que movía la cabeza de una forma que fue asociada con los estertores de una gallina agonizando. Eran vecinas de un señor al que llamaban “El Puerco”, mecánico de oficio, quien se disfrazaba de Robalagallina durante el carnaval.
“Francisco El Cojo” trabajaba en el Ayuntamiento y su mujer era “Nena La Rifera”. A “Isabel Cacata”, casada con “Lorenzo El zapatero”, le decían “cacata” porque tenía muy mal carácter.
Leida, “La malcriá” era la mujer del pintor y carpintero conocido con el nombre de “Bozo de Oro”, quien permanecía borracho 24 horas al día, siete días a la semana… Doña Leida tenía un vocabulario realmente excepcional por la copiosa producción de “malas” palabras; aunque de las veces que visitó mi casa, recuerdo una señora delgada, con unos brazos que por el trabajo físico parecían cables entretejidos de acero, tímida y dulce, diligente, de risa fácil, absorta en el brillar calderos, que era para lo que solían buscarla.
En esas ocasiones, Leida cuidaba mucho su lenguaje, pero siempre se le salía alguna atrocidad -no me animo a repetir ninguna- ante la que ella misma se llevaba las manos a la boca (con todo y estropajos de brillar) y miraba con ojos desorbitados hacia donde estuviera mi mamá, que no era muy tolerante con esos libertinajes linguísticos.
Mucha gente era llamada por una de sus características o por su oficio. Por los lados de “Doña Ana, La Resadora” y casi frente al ventorrillo de “Negra, La bozúa” vivían Rosa y Lourdes, “las nalgúas”. Vecinos del mismo lugar eran “Marcos La Perra”, “Agustina Caregalleta”, “Andrea Caramelito” (que fabricaba y vendía unos caramelos con coco divinos), “Carmen Bocina”, que hablaba como si tuviera un altavoz en la boca, “Chiro El zapatero”, “Nuna, La gambá”, “Salvador El ebanista”, “Felipe El carnicero”, “Erasmo El chivero” y “María La loca”, que una vez mordió a “Toñito El policía”, quien intentó apresarla, para neutralizar una de sus crisis nerviosas. Aparte de María, había otra “loca” oficial llamada Francia.
Eulogio “El Pecao” y su esposa, doña Isabel, tenían dos hijos que respondían a los nombres de “La Pescaíta” y “El Lucio”.
La familia de “Los Muraro”, -entre quienes estaban Roró y Chocho- tenía un caserón centenario de tablas de palma -con un ventorrillo incluido-, en la esquina de la calle 10 con calle 1. En los años ’80 estos eran considerados los habitantes más antiguos de Nibaje. La familia era muy numerosa, porque incluía hijos, nietos, biznietos y tataranietos en la misma casa. Una de las hijas era enfermera y trabajaba en la clínica Corominas.
Fenelón, Demóstenes, Martín y José, eran caseros, dueños de “cuarterías”, no solo en Nibaje, sino en diversos puntos de la ciudad. “Papi” y “El Birutas” eran los porteros del cine y también eran los encargados de evaluar -y de notificarle a mi mamá- si la película de cada domingo podía ser vista por mí. Siempre me cayeron mal.
Mon “Cotuana” era albañil, casado con doña Flora. Bibingo tenía un colmado y doña Ursina vendía morcilla. Doña Fefa, prima de mi mamá era y es modista. Ella hacía mis vestidos, que yo estrenaba casi todos los domingos para ir a la iglesia. La prima Fefa está casada con Juancito, que en esa época se dedicaba al comercio minorista de chucherías, igual que mi papá, el tío Checo, el tío Polín y otro familiar llamado Tino, casado con doña Canda, que vivían muy cerca.
Una de las primeras personas en emigrar de Nibaje a Nueva York fue doña Lula, mamá del tío Lilío, que no se llevaba bien con mi mamá -porque mi mamá no quería que la tía Julia se casara con Lilío- pero que a mi me llevaba muchos regalos cuando llegaba de viaje, incluyendo unas cajitas de un cristal de guayaba absolutamente exquisito.
Otra de las vecinas que también se fue a Nueva York probablemente desde mediados del siglo pasado fue doña Martina Hernández “La Rubia”, mamá de “Chencho”, Miriam, La Muñeca, Victoria y “Camisita”, llamado así porque solía cuidar mucho su atuendo, imitando un estilo “Tom Jones”, con la ropa que su mamá le llevaba.
Doña Lula era modista y al igual que muchas mujeres que salieron de los campos dominicanos y terminaron emigrando al Nueva York de esa época, se convirtieron allí en costureras industriales, que trabajaban en condiciones muy adversas.
De Nibaje, el señor Thomén trabajaba en el correo, Lorenzo Rodríguez que tenía su casa en la Avenida Duarte era abogado y entre los plomeros se contaban a “Vale Quique”, casado con Lala; a “Miguel”, casado con Negra y a Lilío, casado con mi tía Julia y quien me ha ayudado a recordar los nombres de algunos de aquellos personajes de Nibaje, de los que tenía referencias y a quienes muchas veces veía pasar desde la galería de mi casa, en la que yo era una especie de prisionera consentida, bajo la mirada de halcón de ese carcelero amoroso que siempre ha sido mi mamá.
(Continuará)