Según cifras del Ministerio de Trabajo en la República Dominicana el 40% de los habitantes son jóvenes, es decir, 2.7 millones. De este grupo, 700,000 no trabaja ni estudia. En México les llaman "ninis", aquí, a juzgar por la atención que se le dedica al tema parecería que son invisibles.
Mientras tanto, progresa la pobreza y se arrabalizan las ciudades y suben los asaltos y las violaciones y los crímenes. El fogonazo del delito se ve en las calles y en las cárceles. El ciudadano común, con más o menos conciencia, se ha ido acostumbrando a convivir con la sensación de inseguridad. La gente se desespera y pide soluciones rápidas y efectivas. Los políticos y sus adláteres atienden nuestros reclamos con iniciativas de relumbrón, mas forma que fondo. En el mejor de los casos se atienden las fiebres que generan las infecciones de un modelo de construir riqueza que sencillamente ha desconocido las necesidades de demasiados por demasiado tiempo.
Es culpa del narcotráfico y el crimen organizado, eso suelen decir los voceros oficiales. Hace treinta años decían que eran los comunistas. Razones, seguramente, no faltan para señalar a esos males como responsables. Pero siempre me pregunto dónde queda la responsabilidad de un sistema que arroja cada vez más pobres a las calles y a las cárceles y que condena cada vez más gente a la desesperanza y la desesperación. Que quede claro, yo no defiendo ni excuso lo mal hecho, ahora bien, me parece una ligereza que nos perjudica a todos no tomar en cuenta la frustración palpitante que se registra en muchos de nuestros más jóvenes. El desesperado no piensa bien, todos alguna vez hemos visto nuestra razón empañarse como resultado de alguna emoción desbordada. Hay que reconocer que en República Dominicana la desesperación inunda la cotidianidad de, a juzgar por los indicadores de pobreza, por lo menos la mitad de los ciudadanos.
A estas alturas nuestros gobiernos sólo puede vestirse de "madre bondadosa" muy ocasionalmente (en campaña sobretodo), atareados como están en dedicar sus disminuidas energías a las funciones de vigilancia y castigo. Del mismo modo gana terreno la idea de que los derechos públicos ya no son derechos, sino favores del poder, y el poder se ocupa de la educación pública como si fuera, no un mandato de ley, sino caridad pública.
La indiferencia y la apatía puede terminar condenándonos a todos pues cuando sufre el país, todos perdemos. Empecemos por interesarnos, retomemos en nuestras ponderaciones vitales la idea de un país más justo, de menos prisas y fuerza bruta. Les invito con todo respeto a ser ciudadanos críticos, informados, interesados y comprometidos.