Puede sonar ofensivo, discriminatorio, aislante, pero es una cruda realidad que golpea y margina. En República Dominicana al igual que en muchos otros países en vías de desarrollo, es un tema de no acabar la alarmante cifra, según las estadísticas mundiales y regionales, de jóvenes que ni estudian ni trabajan (los trillados ninis) o también llamados sin-sin, sin estudios y sin empleo. En países de habla anglosajona equivale a las siglas NEET, ¨not in employment, education or training¨, lo que se traduce en similitud: no empleado, educado o entrenado. Podemos estudiar casos particulares que se dan de manera transitoria, aunque en su gran mayoría este segmento de la población joven cae en este ¨hoyo¨ por múltiples factores.
El sistema, la falta de oportunidades, de apoyo, de acompañamiento y de educación. Familias disfuncionales, la violencia intrafamiliar, la necesidad de buscar en la calle lo que falta en casa.
Adolescentes impulsados al sexo, el matrimonio infanto-juvenil, embarazos a temprana edad que frustran proyectos de vida y sus plazos normales, abandonando la escuela y creando un círculo de pobreza sin salida que se repite de generación en generación. Es lo común en zonas vulnerables.
La deserción de la escuela media y secundaria por la necesidad de trabajar, aunque precariamente y con inestabilidad, nos produce adultos sin formación básica a quienes les es más difícil permanecer en el mercado laboral.
El entorno, el ambiente en el que interactúan estos jóvenes donde convergen la criminalidad, la juerga, el alcohol, las drogas, la violencia. Debe ser difícil apostar a una vida diferente, a visualizar tener una profesión o un oficio con voluntad, más aún si se combina con otro factor de los antes mencionados.
Aunque no hay cifras recientes y totalmente confiables sobre los ninis, el Banco Mundial en 2016 reportó que aproximadamente 20% de la juventud dominicana de hasta 24 años es parte de este lamentable escenario. Es probable que el panorama no haya mejorado, muy al contrario.
Podríamos culpar a los gobiernos, a la falta de políticas públicas eficientes e integrales que fomenten una vida digna y ¨normal¨ para los jóvenes, esto comienza desde la niñez.
Tal vez podemos responsabilizar a las familias, a los progenitores, a la falta de planificación de la vida, de traer al mundo niños sin poder proveer ni para si mismos, sin tener organizadas las cosas básicas, hogar, salud, educación, empleo, estabilidad. A no acompañar ni velar o exigir porque terminen la escuela y tengan la vida que deberían estar llamados a tener. Suena fatal y puede ser egoísta desde cualquier lado de la moneda. No podemos dar lo que no tenemos, difícil hacer de otros lo que no somos, aunque no imposible. Cuestión de consciencia, romper con una cultura y luchar por ser mejor y hacer algo diferente a lo acostumbrado.
Qué tal si hablamos del sector privado, sería culpa de la dinámica productiva, de no abrir más y mejores oportunidades, ¿de no preocuparse por la formación y la realidad familiar de sus empleados? También es cuesta arriba de afirmar e involucrar.
Indistintamente de que todos seamos o no culpables, vale mejor preguntarnos, ¿qué podemos hacer? ¿cómo podemos aportar a ir cambiando esta realidad? Seamos socialmente responsables y dejemos de dar la espalda a la juventud que vemos en las esquinas, al que quisiera estudiar y/o trabajar y no ve una luz en el túnel o una mano que se le tienda, lo apoye y lo impulse.
Con mucha satisfacción he visto iniciativas privadas, ONGs y grupos de profesionales que han creado programas de apadrinamiento de jóvenes, grupos de formación técnica, alianzas con empresas para reclutar, emplear y desarrollar la juventud dominicana. Pero aun son los pocos y es grande la labor que falta por hacer para disminuir las tristes cifras de desempleo, de baja formación académica y asistencia a las aulas, el desamparo e inercia económica de la juventud de nuestro país.
Todos debemos y podemos ser parte de una transformación positiva, analicemos desde nuestras empresas, desde nuestro hogar, desde la iglesia, desde cualquier actividad que realicemos como personas y profesionales, qué tenemos para dar e invertir: tiempo, recursos, conocimientos, todo es válido.
La juventud es el hoy, el tiempo presente. Los ninis o sinsin son sólo juventud de título, por segmentación sociodemográfica. No son la juventud normal, la que estudia, practica algún deporte, trabaja y se divierte e integra a la sociedad sanamente, sin vicios, sin carencias ni traumas. Muy triste.
La mayor desgracia de la juventud actual es ya no pertenecer a ella. – Salvador Dalí-