Una de estas noches he tenido que remontarme a mi niñez, a mi adolescencia. Llevaba treinta y una horas sin energía eléctrica y no hay inversor que aguante eso.
En mi niñez comencé a leer lecturas propias de mi edad. En mi adolescencia recuerdo subirme a una ventana que daba al patio, en el segundo nivel de mi casa. Mis lecturas empezaban a eso de las tres de la tarde. Iba adaptando mi visión a la hora. Me daban las siete de la noche en esa labor, de ahí mi presbicia precoz que a los quince años fue detectada y tuve que comenzar a usar lentes increíblemente impropios para mi edad.
Supe leerme todos los clásicos que tenía mi papá en su biblioteca. Leí La Ilíada, La Odisea, a Dumas, padre e hijo. Víctor Hugo. Dostoievski. Tolstoi. Neruda Mistral, Borges, Kafka. La Selecciones, Corín Tellado, Vanidades y Cosmopolitan, (estas últimas de mi propia adquisición) . Luego devoré a Bosch, García Márquez, Vargas Llosa, (que no me gusta). Hasta el “Cachafú” de Papi Álvarez y lo disfruté. Luego todos lo de Isabel Allende, hasta llegar a Aciman, (el cual ha dejado una sensación de plenitud en mí, desde que lo conocí. Leo y releo sus obras y no me canso, las disfruto como una primera vez).
Recuerdo y por eso viene al caso, que al tener vicio de leer por las noches y para no molestar a nadie en mi casa con la luz encendida, me arropaba de pie a cabeza, encendía un foco y así podía continuar leyendo.
Lo que es la época… eso lo hacía para leer libros y ahora lo hacen los adolescentes para watsapear a escondidas por las noches. No sé si ese verbo existe, pero me tomo la libertad de usarlo.
En mis treinta y una horas sin luz, volví a mis años de adolescencia. Encendí un foco y me puse a leer el libro que tengo en mi cama.
Cuando me remonto a los apagones, recuerdo que en la década de los sesenta-setenta, estaban proyectando una novela, “El derecho de nacer”, yo no la veía pues no me gusta ese tipo de entretención en pantalla, pero mi hermana Cristobalina y mi prima Dilenia, que sí eran fanáticas de la misma, cuando se iba la luz en nuestro sector, corrían despavoridas a otro lado y creo que ni averiguaban a quien pertenecía la casa para adueñarse de ella y ver su novela. Eso era costumbre de toda la fanaticada. Hablo de los años de Balaguer en que ya carecíamos de un sistema de energía seguro.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, hemos tenido muchos presidentes, muchos partidos políticos que nos han ofrecido resolver el problema y luego de tantos años, todo sigue igual. No disponemos de energía eléctrica eficaz y satisfactoria.
Llegamos a Punta Catalina que nos iba a traer la tranquilidad que todos esperábamos, (aunque esta vez fue por una avería, los apagones programados siguen en sus buenas). Eso me recuerda la construcción del famoso “Faro a Colón”, cuya proyección de luz iba a ser tan potente que se vería hasta en Puerto Rico. Puro cuentos, su luz no llegó ni a mi casa que vivo en “La Zona”
El calor durante esa larga noche era tan sofocante y no me valió querer convertirme en faquir, sin respirar y así no consumir energía. Esperé las cinco de la mañana para entrarme a la ducha y echarme agua desde la cabeza y poder refrescarme. Luego esperé a que salieran los primeros rayos del sol para sentarme en la puerta en mi silla-haragán y ponerme a leer. Algo raro, por primera vez estoy re leyendo tres autores a la vez: Aciman para llenarme de tristeza, nostalgia y melancolía. Isabel Allende para merodear por la fantasía y Agatha Christie para explorar los misterios. Voy alternando y disfrutando a la vez.
Parece que el “pulpo” tenía injerencia sobre los empleados de quinta categoría, pues enseguida que se notificaba una avería venían casi al instante. Esta vez con el cambio tan esperado, solamente tardaron TREINTA Y UNA HORAS para resolvernos el problema. La esperanza que nos daban era de veinticuatro a cuarenta y ocho horas para venir en nuestro auxilio.
La pregunta de cada vecino era, ¿pudiste dormir? Bueno, por lo menos estuvimos dentro del margen de atención.