El fatal relato de un relato

  1. Parte)

Si algo ha atrapado al cineasta chileno, Pablo Larraín, en su filmografía es el pasado. Cuando vi su película Neruda (2017)   recordé un pensamiento que escribe Julian Barnes en su galardonada novela posmoderna El sentido de un final: “La historia no es sólo la mentira de los vencedores, sino también el autoengaño de los derrotados”. Esta introspección de Barnes sería como el espejo que refleja la esencia de los contrarelatos del filme de Pablo Larraín.

Desde la perspectiva de Larraín cada acontecimiento del pasado está indispensablemente deformado por todas esas cosas que sabemos y por todo aquello que aún recordamos. En la misma medida que Neruda es una historia divorciada de la realidad, Larrain cuestiona ese interminable proceso de escribir y transcribir para demostrar ¿qué? – En la parte final de su trilogía fílmica No (2012) sobre los años de la dictadura de Pinochet, examina simultáneamente la influencia de los “Mass Media” en la sociedad chilena y la indiferencia moral en la que se asimilaba como una parte normal de la vida cotidiana. Estos mismos problemas de violencia los trata en sus dos películas anteriores: Tony Manero 2008 y Post Mortem 2010. No obstante, la creación de mitos políticos, la amenaza de la superposición y la supresión de la realidad a lo largo del tiempo, el cineasta chileno también lo experimenta en su primera película hablada en inglés, Jackie (2016).

Neruda no es una película típica biopic. El poeta políticamente comprometido se convierte en el actor de una reflexión postmoderna sobre la imposibilidad de transformar cualquier vida humana. La proyección del protagonista (Neruda) es como un personaje abierto al mundo exterior que paralelamente crea y rompe el mito entorno a la figura misma del poeta. Si la intención de Larraín fue incorporar al personaje de Neruda directamente en la estructura de la narrativa del conflicto, no lo logró.

Es posible que Larraín tuvo la pretensión de tener el control del protagonista para que el público lo recuerde y lo registre en su memoria. Para ello, empleó un recurso, que en este caso está estrechamente ligado al monumental poemario del rapsoda:  Canto General y el  poema número 20 (20 poemas de amor y una canción desesperada); y son las recitaciones de sus propias poesías durante su fuga en diferentes situaciones, en diferentes lugares como en los burdeles entre prostitutas y homosexuales. Con toda certeza afirmaría que lo único que Larraín consiguió en estas escenas fue caricaturizar al poeta más significante y más comprometido del siglo 20.

Empero, el poder de la imagen de Neruda se va perdiendo en la narrativa a medida que se va escapando de Chile clandestinamente como consecuencia de sus denuncias públicas contra el presidente Gabriel González Videla y paulatinamente va tomando más importancia el inventado personaje de Óscar Peluchonneau, su perseguidor (Gael García Bernal). De un famoso poeta y popular senador, poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en un disidente que se escondió con su esposa Delia donde sus amigos y luego huyó hacia Argentina. Este cambio en el tiempo y espacio narrativo es la peripecia que la película refleja mediante una transmutación de un drama político a un thriller de espionaje. La historia pretende hacerse intrigante y de suspenso cuando agentes gubernamentales entablan una tenaz persecución a la persona non-grata, aunque todo esto sólo transcurre en la fantástica imaginación del poeta.

No me percato de mérito alguno en la  ingeniosidad del guionista Guillermo Calderón, quien mezclando los hechos con la ficción separa la realidad y  por ende, se pierde la objetividad de la condición humana del personaje principal convirtiéndolo en un vulgar hedonista burgués sin ninguna responsabilidad social; y sobre todo en un momento crítico de la vida real del poeta.

Sin embargo, ya esa experiencia de entretejer la realidad acentuada por la ficción y viceversa (incluso con el mismo personaje de Neruda como el eje del drama) la vemos en el filme El cartero de Neruda (1994) dirigida por Michael Radford basada en la novela de Antonio Skármeta “Ardiente paciencia”. A pesar, de que la narrativa de ambas películas absorbe dos realidades ficticias de la vida del poeta en el tiempo y en el espacio, hay algunos elementos comunes sobre todo en la etopeya del retrato de Neruda. La diferencia entre ellas, es que la ficción en El cartero de Neruda, la historia imaginaria estriba en la relación que Neruda establece con su cartero.  En la segunda, está también la historia ficticia acerca de unos agentes que persiguen a Neruda, pero esto sólo sucede en la  imaginación del protagonista.

  La realidad es que no estamos viendo en ningunos de los dos filmes una crónica absolutamente verdadera de los acontecimientos dramáticos de la vida de Neruda, sino una historia que probablemente en El cartero de Neruda de Michael Radford, al poeta le hubiese gustado vivirla. No así, en el Neruda de Larraín.