El neotrujillismo está más arraigado de lo que podría desearse. Sus defensores crecen en número y en fundamentalismo. Tal crecimiento se basa en su percepción de que, en las próximas elecciones presidenciales, solo Ramfis Domínguez Trujillo podrá derrotar al candidato oficialista, fuese el que fuese. De que solo Ramfis Domínguez Trujillo podrá resolver problemas como la inseguridad, la violencia y el caos migratorio, problemas que ninguno de nuestros gobiernos – sobre todo los de Danilo Medina – han podido, querido o sabido resolver. Tales argumentos deben ser analizados y refutados.

Mi último artículo generó comentarios tan numerosos como apasionados. De los más de doscientos artículos que he escrito en los últimos seis años, ninguno ha generado tantas manifestaciones de rechazo. Los casi cien comentarios repiten una y otra vez un puñado de argumentos que buscan desacreditar ´tanto a mis opiniones como a mí mismo. Al ser sintomáticos de este nuevo y preocupante fenómeno político, los mismos ameritan algunas reflexiones.

He recibido múltiples ataques personales: que, dado mi apellido materno, no soy dominicano; que, en consecuencia, ignoro completamente la realidad dominicana; que tengo miedo de que suba Ramfis al poder; que soy un baboso; que, debo tener una mansión de cien millones, comparándome -horror de los horrores- con Dani “Alcántarilla”…la lista es larga. Me detendré, sin embargo, en la acusación más frecuente de todas: la de que soy una bocina del gobierno.

Quienes leen mis artículos saben de sobra que no he sido tierno con el gobierno. Mis críticas han sido tan duras como frecuentes (una anécdota: cada vez que voy a la embajada dominicana a hacer algún trámite, la desconfianza de algunos de sus funcionarios es evidente). De esta acusación se pueden sacar varias conclusiones. En primer lugar, que las demás fuerzas políticas no cuentan; que en el próximo torneo electoral se enfrentarán, básicamente, a Domínguez Trujillo y el candidato peledeísta. Una segunda conclusión es que los neotrujillistas manifiestan una vehemencia prácticamente única en el panorama político criollo. Ya he dicho que he fustigado con frecuencia al gobierno. Pues bien, las reacciones a mis críticas han sido tibias y poco frecuentes, por no decir inexistentes. Tal apatía oficialista contrasta con el entusiasmo de los seguidores de Domínguez Trujillo. Acaso porque los peledeístas se sienten muy seguros de que nadie será capaz de quitarles el poder. Presiento que el crecimiento del movimiento neotrujillista los sacará de tal certeza.

En un punto coincido con mis críticos: vivimos bajo una dictadura que podríamos calificar de trujillismo ilustrado. El poder ejecutivo es el único digno de tal nombre; los poderes legislativo y judicial, así como la prensa independiente, brillan por su ausencia. Poco importa que los gobiernos del PLD hayan sido “elegidos democráticamente”. Etienne de la Boëtie incluyó entre los tiranos a los gobernantes elegidos por el pueblo, porque “al verse elevados por sobre los demás, alucinados por ese no sé qué que llaman "grandeza`, deciden no moverse de ahí olvidando que todo lo deben a la voluntad de sus conciudadanos”. Bastará con citar el ejemplo de Hitler, tirano elegido democráticamente, para sustentar este punto del pensador francés. Imagino que los peledeistas creen poner en práctica “la dictadura con apoyo popular”, ese disparate de Bosch. Su cinismo los lleva a definir como pueblo, exclusivamente, a los que han vendido su dignidad por botellas, chequecitos, tarjetas y cajitas.

Pero, a pesar de comparto esta percepción con mis críticos, discrepo profundamente de sus conclusiones: sustituir una dictadura por otra es, sencillamente, muestra de ignorancia y necedad. Hacerlo es, como dicen los franceses, “elegir entre la peste y el cólera”. O, como dijo jocosamente uno de mis lectores, “cuando un pueblo tiene como opción un presente desastroso o un pasado tenebroso se parece a la vaquita de Mama Nena que, en vez de leche, da pena.

La culpa de la popularidad de Domínguez Trujillo es de todos nuestros gobiernos, en particular los de Medina y Fernández. En efecto, a pesar de monopolizar todos los poderes, estos nada han hecho para la eliminación de los problemas cuya solución anhelan, legítimamente, los que ahora siguen al nieto del tirano del nieto del tirano.

La solución de esta lamentable situación debe empezar, en consecuencia, con el desalojo del poder de los peledeístas, el cual no será tarea fácil. No es la implantación de una nueva dictadura la solución a nuestros problemas, sino el empoderamiento de la sociedad civil, su desobediencia cívica, la educación ciudadana y, finalmente, la elección de políticos verdaderamente comprometidos con el fortalecimiento de la democracia y sus instituciones.