No creo que haya discusión alguna a la que no estemos preparados, como colectividad o como individuos. No me adhiero a ese movimiento intelectualoide de pensar que los demás son unos imbéciles y que “yo” sí puedo plantear las cosas de modo correcto. De ningún modo. Los fenómenos culturales no tienen un modo único de explicación, sino acercamientos interpretativos que más o menos mantienen cierta coherencia entre las ideas y los hechos o, al menos, con el modelo teórico que se plantea, a la manera de los tipos ideales de Max Weber.
Hasta el momento he rastreado hasta José Gabriel García, Gregorio Luperón y Pedro Francisco Bonó la idea de que este país no es racista, dado el relajamiento del sistema colonial, comparado con otras naciones caribeñas en donde las relaciones amo-blanco y esclavo-negro fueron mas rígidas; incluso, comparado con Haití en donde predominó, según estos autores, “el elemento negro” sobre el europeo blanco. Esta idea es válida si pensáramos que estos pensadores se refieren a una situación de segregación racial que emana de una política explícita, es decir, hay leyes que hacen diferencias entre los ciudadanos por su color de piel o su origen étnico. Ciertamente, los códigos instaurados para el buen manejo de la situación del esclavo negro están, aunque queda la duda de si sucedía con ellos lo mismo que con toda ley que venía de la metrópolis: el rey manda, pero la distancia es larga.
Es un hecho que el racismo de explotación ligado a la esclavitud colonial se vivió de otro modo en la mayor de las Antillas, tanto en una parte como en la otra y respecto al resto de la región. Incluso la cultura derivada de este sistema de relaciones de poder, si bien tuvo sus elementos comunes, se vivió de distintas maneras. Las prácticas esclavistas instauradas generaron respuestas variadas y, por lo tanto, crearon “cultura” en la que las personas esclavizadas aprendieron a situarse y obtener cierta movilidad social, traducida no siempre en mejores condiciones de vida, pero sí en diferenciación de otros con los cuales compartía los mismos rasgos fenotípicos. De este modo, por ejemplo, “los blancos de la tierra” fue una respuesta racial y social en la medida en que la aspiración de aceptación social tomaba como baremo al esclavista y no al esclavo.
Como hemos cambiado; hoy somos una República que se digna de establecer una igualdad formal entre sus ciudadanos en términos políticos y jurídicos. Como los pueblos evolucionan y transforman las costumbres que heredan, creo que es posible que ya no presenciemos un “racismo duro”, amparado en una legislación netamente racial. Pero los fenómenos culturales se transforman, se acomodan a los nuevos tiempos, buscan su modo de permanencia y son recuperados y transformados para intereses colectivos o particulares. La cultura y las ideas se desplazan y perviven en la colectividad, sea de modo consciente o inconsciente.
Por esta razón es que hoy se habla de actitudes, conductas, creencias, valores, prejuicios, raciales más que de segregación o genocidio racial. Estos hechos explícitos esperamos no verlos hoy en ninguna sociedad. Ahora bien, es posible que descubramos, tanto en los individuos como en la colectividad, situaciones o hechos implícitos que podemos establecer como nuevas manifestaciones de racismo bajo otras formas. Por eso hablamos de “neorracismo” como un producto netamente cultural, esto es, visible a través de su exteriorización en conductas y patrones sociales incorporados por la cultura.
He hablado de la propuesta teórica de Pierre André Taguieff quien define el (neo)racismo como un “miedo a las diferencias” o heterofobia. Esta propuesta de comprensión del fenómeno social es flexible, capaz de englobar las dimensiones en las que se manifiesta hoy la cuestión racial y que incide, negativamente, no solo en el espacio público, sino también en el privado, en cuanto que son relaciones de poder.
Cuando alguien me dice que los dominicanos no somos racistas, la respuesta debe colocarse entre paréntesis hasta resolver el problema de qué estamos llamando “racismo”. Si partimos de una definición y lo sigue planteando, pues no queda de otra: psicoanálisis individual y la deconstrucción sistemática de la narrativa amparada en la “verdad histórica”. Más tarde, un poco de teoría sobre modelos mentales.