Llama a preocupación que algunos sectores de los medios de comunicación y, hacedores de opinión pública, insistan en construir una imagen muy negativa de la juventud de los sectores populares. No es extraño que se refieran a ellos como drogadictos, delincuentes, vándalos, vagos y otros calificativos más. Estos medios digitales destacan de manera unidimensional, los rasgos tribales de la cultura juvenil urbana-popular asociada a las fiestas, el teteo, la indigencia de las letras del reguetón, dembow, el desorden sexual, el consumo de drogas y alcohol, la violencia y la delincuencia, obviando mencionar los desafíos, pruebas, las subjetividades de los jóvenes y las condiciones sociales que condicionan estos tipos de prácticas.

La vida cotidiana de la juventud de los sectores populares, es decir sus imaginarios, prácticas, experiencias e interacciones con los otros, ha sufrido el impacto del proceso de globalización neoliberal; del deterioro de la intervención del Estado en la sociedad y el aumento de las incertidumbres, precariedad e inseguridad en las que muchos de ellos viven. En la era neoliberal, las diversas formas de vida de los jóvenes ha sido impactada por el poder del Mercado y, los déficits de las políticas sociales del Estado.

En este paradójico proceso de “apertura”, “capitalización” y “reformas sociales”, como eufemísticamente se ha llamado a la implementación de las políticas neoliberales en el país, los jóvenes de los sectores populares se han visto afectados por la falta de empleo remunerado, la precarización laboral, la informalización del trabajo, los bajos salarios y el deterioro de las políticas sociales del Estado, agravando las condiciones de pobreza, desigualdad e inseguridad social en las que viven.

Los Estados, en el marco de una estrategia de generación de empleos en un entorno global neoliberal, promueven la desregulación de los mercados; la flexibilización de los salarios, establecen incentivos fiscales para fomentar la inversión extranjera. Las empresas globales transnacionales producen empleos, pero influyen en el deterioro, diversificación y flexibilización del mercado laboral, pues establecen sus inversiones donde haya menores riesgos y bajos costos laborales, presionando a la baja salarial y, el deterioro de la calidad de vida de los trabajadores. Así lo demuestra un informe publicado por la OIT donde afirma que “en 2017, el crecimiento mundial de los salarios disminuyó del 2,4 por ciento en 2016 a un mero 1,8 por ciento en 2017. El más bajo desde 2008″ (Organización Internacional del Trabajo, 2018).

Para el año 2019, antes de la pandemia, el promedio de la tasa de desempleo de los jóvenes menores de 25 años de edad en la unión Europea, se acercaba al 20%. El 32,1% en España, el 28,9% en Italia, el 19,3% en Portugal, el 19,2% en Francia, el 11,4% en el Reino Unido y, el 5,6% en Alemania, muy por encima del desempleo a nivel general y, si tomamos en consideración el impacto de la pandemia del covid-19, hay que imaginar que el tema del desempleo en la Juventud se ha agravado a nivel mundial (fuentes: https://datosmacro.expansion.com/).

Partiendo de los datos de un estudio presentado por World Vision, para el 2019, la tasa de desempleo juvenil en la República Dominicana era de un 29%, una de la más alta de América Latina que tiene un promedio de 17%. Según el estudio, en América Latina existen 22 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, de los cuales 850,000 son dominicanos.

En ese mismo sentido, los datos proporcionado por Educa indican que para el 2019, el 21% de la Juventud dominicana, ni estudia ni tiene un empleo remunerado. Debemos asumir que esta situación se ha empeorado por la deserción estudiantil y la pérdida de los empleos juveniles, como consecuencias de la pandemia del covid-19. Un informe de la organización de las naciones unidas para la educación, la ciencia y la educación, establece que en el país alrededor de 37 mil jóvenes abandonaron sus estudios universitarios durante la pandemia y, la tesorería de la Seguridad Social (TSS), ha informado que el 62% de los trabajadores suspendidos por causa de la pandemia son jóvenes con edades entre 18 y 39 años.

Estamos en presencia de una generación que ha recibido las consecuencias de las grandes crisis estructurales en la sociedad dominicana.  Los jóvenes se han visto impactado por lo que el reconocido sociólogo Ulrich Beck, ha llamado “la economía política de la inseguridad”, pues viven en condiciones laborales precarias, donde abundan los trabajadores informales; vendedores ambulantes, los pequeños comerciantes, delivery y motoconchistas. Una gran proporción de estos jóvenes, se han vistos obligados a convertirse en “nómadas laborales” para poder sobrevivir, pues se mueven entre los campos de actividad más variados; desde el microtráfico de drogas, hasta la emigración en yola, donde nada está asegurado.

Este cuadro de incertidumbre, precariedad e inseguridad laboral en las que viven una gran parte de los jóvenes de los barrios populares, se agrava por la otra cara de la globalización neoliberal, que ha sido la democratización de las expectativas de bienestar y el aumento del consumismo.