“Yo hombre de color solo quiero una cosa: que jamás el instrumento domine al hombre, que cese para siempre la opresión del hombre por el hombre; es decir por mí por el otro. Que me sea permitido descubrir el hombre, allí donde se encuentre “. Frantz Fanon

Es la condición eurocéntrica de los pueblos colonizados en Latinoamérica la que no ha sido superada, ni siquiera en la postmodernidad. No me estoy refiriendo a una cultura postcolonial como la han definido algunos intelectuales burgueses de la universidad de Harvard u otras europeas porque el postcolonialismo como cultura aún no ha acontecido. Me refiero a la que existe, a la cultura neocolonial, a ésa que perdura en nuestra sociedad y forma parte de nuestro actuar cotidiano. Desde la independencia del dominio colonial europeo nunca hubo una verdadera descolonización y menos una revolución cultural. Así como el racismo del mulataje dominicano hacia al negro haitiano es un vestigio más del colonialismo europeo, es también un reflejo de la carencia de una propia identidad cultural y, es la que nos hace vulnerable a cualquier influencia y manipulación.

Me he atrevido a sustituir el prefijo <<post>> del concepto colonialismo (en el contexto cultural) por el prefijo <<neo>> porque le añade al concepto colonialismo una versión actualizada del mismo. El prefijo <<post>>   significa << después de >>.

Por efecto, al observar detenidamente en toda Latinoamérica no se ha llegado a esa fase histórica del llamado postcolonialismo. Si bien es cierto, que el colonialismo concluyó en su manifestación de dominio político institucional de injerencia directa, pero no en lo cultural, y menos en lo psicológico. El postcolonialismo seria en termino hegeliano la antítesis del colonialismo. Sin embargo, en colonialismo en la realidad no ha sido negado, sino reafirmado por un nuevo modelo, por un modelo que sigue el mismo paradigma del colonialismo, y es a éste al que llamo neocolonialismo cultural.

Paradójicamente los procesos acontecidos en los diversos países latinoamericanos, donde la izquierda logro asumir el poder no realizaron revoluciones culturales a través de la educación. Todos ellos siguieron los modelos eurocéntricos incluyendo hasta la corrupta peculiaridad de gobernar. Los modelos de educación en los países latinoamericanos desde la primaria, secundaria y universidades; es por excelencia eurocéntrica. Tanto en la secundaria como en las universidades lo que se enseña es historia de la cultura, la de una cultura eurocéntrica como una analogía de la cultura universal.

La mayoría de nuestros intelectuales son los principales promotores de esa cultura eurocéntrica y ellos también son eurocéntricos en sus pensamientos e incapaces de percibir las contradicciones de su época.  Sólo hablan de Grecia, de Roma, del feudalismo, de la modernidad y la posmodernidad europea o norteamericana. A su vez, desconocen o desprecian lo propio. En nuestro continente existió una de las seis columnas de la cultura universal. Esas culturas fueron la de Mesopotamia (más 7 mil años de nuestra era), el Egipto, la India, la China, la Mesoamericana que se extendía desde Centro América (entre los Mayas y Aztecas como los más destacadas) y la Incaria del Perú con 7 mil años de tradición agrícola. Es decir, estamos en uno de los centros mundiales de la cultura; no obstante, ignorada. A diferencias de los persas, chinos, egipcios, hindúes, nuestras culturas amerindias no son situadas en la antigüedad, sino ridículamente en la Edad Media y sin nosotros haber tenido en nuestra historia un medievo.

Hasta la fecha somos unos colonizados culturalmente. Nuestros absurdos nos lo recuerdan día a día. Alabamos a Colón, quien fue peor que el mismo Hernán Cortez, siendo éste el primer invasor de las tierras de este continente descubiertas mucho antes ya por los pueblos que las habitaban. Este es precisamente el concepto eurocéntrico al que me refiero. Escribimos y enseñamos la historia celebrando el día de la raza, por supuesto la europea.

Basta con fijarnos en el extremo superior izquierdo y derecho del logotipo de la Universidad Primada de América (UASD), el águila imperial bicéfala de la familia Habsburgo y el clero; símbolos del colonialismo y de la inquisición que perduran en el principal centro académico superior de nuestro país y que contradictoriamente presume de ser una institución emancipada, autónoma para el pueblo.  La simbología del neocolonialismo está en todas partes presente y sobre todo en nuestro interior. Somos las voces e imágenes esquizofrénicas de la herencia de las encomiendas.

Desde la dominación colonial europea cargamos con una pigmentocracia y que en la actualidad tiene un carácter de trastorno de identidad disociativo en nuestra sociedad. Hemos creados una paleta de tonalidades de colores sobre el blanco y el negro jerarquizando, estructurando un esquema social de rango, de rol o estatus determinado por el grado de blancura de la tez de la piel. Negamos nuestro origen africano y afirmamos el europeo colonizador como una proyección de nuestros complejos, cuales prevalecen en nosotros creando un vínculo afectivo con nuestros verdugos y raptores como en el síndrome de Estocolmo. Levantamos estatuas, monumentos, faros y nombrando calles y parques a nuestros victimarios. 

Hemos introyectado y a la vez apropiado durante el proceso de colonización una dismorfofobia, ésta como una consecuencia psicológica de una neurosis colectiva y mediante a un blanqueamiento de nuestra pusilánime condición de neocolonizados nos reafirmamos.

Es evidente que todo ser humano desea ser reconocido como un igual por sus pares. Tal cual, como lo había ejemplificado Hegel en la dialéctica del amo y el esclavo o en la dialéctica del señor y el siervo. Somos los herederos de una sociedad culturalmente colonizada, donde se continúa colonizando y autocolonizando la mente. En nuestra sociedad consensuamos un sistema pigmentocratico, donde la única forma de ascenso social o respeto es el color de la piel.

El mayor deseo del negro y del mulato será ser o al menos parecer blanco. Todo pueblo que ha sido colonizado le han sembrado un su seno todo un complejo de inferioridad como una derivación de la destrucción de su originalidad cultural y asume la identidad cultural del colonizador (el opresor). Nosotros esa condición la cargamos desde la encomienda ratificándola por todos los tiempos. En el neocolonialismo cultural para el hombre negro solo existe un destino, y es blanco.