TENGO UNA confesión que hacer: Me gusta Marwan Barghouti.
Lo he visitado en su modesta casa de Ramala varias veces. Durante nuestras conversaciones, discutimos la paz entre israelíes y palestinos. Nuestras ideas eran las mismas: crear el Estado de Palestina junto al Estado de Israel, y establecer la paz entre los dos estados, sobre la base de las líneas de 1967 (con pequeños ajustes), con fronteras abiertas y cooperación.
No se trata de un acuerdo secreto: Barghouti ha repetido esta propuesta muchas veces, tanto en prisión como fuera.
También me gusta su esposa, Fadwa, que fue educada como abogada, pero dedica su tiempo a luchar por la liberación de su marido. En el atestado funeral de Yasser Arafat, pasé a estar a su lado y vi su rostro con lágrimas.
Esta semana, Barghouti, junto con cerca de mil prisioneros palestinos en Israel, iniciaron una huelga de hambre ilimitada. Acabo de firmar una petición para su liberación.
MARWAN BARGHOUTI es un líder desde su nacimiento. A pesar de su pequeña estatura física, se destaca en cualquier reunión. Dentro del movimiento Fatah él fue el líder de la división de la juventud. (La palabra “Fatah” es la sigla de "Movimiento de Liberación de Palestina”, al revés).
Los Barghouti son un clan extenso, que dominan varios pueblos cerca de Ramala. El propio Marwan nació en 1959 en el pueblo de Kobar. Un antepasado, Abd-al-Jabir al-Barghouti, dirigió una revuelta árabe en 1834. Me he encontrado con Mustafá Barghouti, un activista por la democracia, en muchas manifestaciones y he compartido el gas lacrimógeno con él. Omar Barghouti es un líder del movimiento internacional de boicot anti-Israel.
Tal vez mi simpatía por Marwan esté influenciada por algunas similitudes en nuestra juventud. Él se unió al movimiento de resistencia palestino a la edad de 15 años, la misma edad que yo tenía cuando me uní al clandestinaje hebreo unos 35 años antes. Mis amigos y yo nos considerábamos luchadores por la libertad, pero éramos calificados por las autoridades británicas como “terroristas”. Lo mismo le ha ocurrido a Marwan, un luchador por la libertad ante sus propios ojos y los ojos de la gran mayoría del pueblo palestino, y un “terrorista” para las autoridades israelíes.
Cuando lo sometieron a juicio en el Tribunal de Distrito de Tel Aviv, mis amigos y yo, miembros del movimiento de paz israelí Gush Shalom (Bloque de Paz), tratamos de demostrar nuestra solidaridad con él en la sala del tribunal. Fuimos expulsados por guardias armados. Uno de mis amigos perdió una uña del pie en esta pelea gloriosa.
HACE AÑOS llamé a Barghouti el “Mandela palestino”. A pesar de su diferencia en altura y color de piel, había una similitud básica entre ambos: los dos eran hombres de paz, pero justificaban el uso de la violencia contra sus opresores. Sin embargo, mientras que el régimen del apartheid estaba satisfecho con una condena perpetua, Barghouti fue condenado a un ridículo periodo de cinco años y a otro de 40 años –por años para los actos de violencia ejecutados por su organización de Tanzim.
(Gush Shalom publicó una declaración esta semana sugiriendo que por la misma lógica, Menachem Begin debería haber sido condenado por los británicos a 91 años de vida por el bombardeo del hotel King David, en el que 91 personas −muchas de ellas judías− perdieron la vida.)
Hay otra similitud entre Mandela y Barghouti: cuando el régimen del apartheid fue destruido por una combinación de “terrorismo”, huelgas violentas y un boicot mundial, Mandela emergió como el líder natural de la nueva Sudáfrica. Muchas personas esperan que cuando se cree un estado palestino, Barghouti se convertirá en su presidente, después de Mahmoud Abbas.
Hay algo en su personalidad que inspira confianza, lo cual lo convierte en el árbitro natural de los conflictos internos. La gente de Hamas, que son los opositores de Fatah, se inclina a escuchar a Marwan. Es el conciliador ideal entre los dos movimientos.
Hace algunos años, bajo el liderazgo de Marwan, un gran número de presos pertenecientes a las dos organizaciones firmaron un llamamiento conjunto para la unidad nacional, estableciendo términos concretos. Pero nada salió de esto.
Eso, por cierto, puede ser una razón adicional para el rechazo del gobierno israelí de cualquier sugerencia para la liberación de Barghouti, incluso cuando un intercambio de prisioneros proporcionara una oportunidad conveniente. Un Barghouti libre podría convertirse en un poderoso agente de la unidad palestina, lo último que quieren los señores israelíes.
Divide et impera –“dividir y gobernar”−. Desde la época de los romanos este ha sido un principio rector de todo régimen que suprime a otro pueblo. En esto las autoridades israelíes han tenido un éxito increíble. La geografía política proporcionó un escenario ideal: La Cisjordania (del río Jordán) está aislada de la Franja de Gaza por unos 50 kilómetros de territorio israelí.
Hamas se apoderó de la Franja de Gaza mediante las elecciones y la violencia, y se niega a aceptar el liderazgo de la OLP (Organización de Liberación de Palestina), una unión de las organizaciones más seculares que gobierna la Ribera Occidental.
Esta no es una situación inusual en las organizaciones de liberación nacional. Con frecuencia se dividen en alas más y menos extremas, para el gran deleite del opresor. Lo último que las autoridades israelíes están dispuestas a hacer es liberar a Barghouti y permitirle restablecer la unidad nacional palestina. Dios nos libre.
LOS HUELGUISTAS no exigen su propia liberación, pero sí demandan mejores condiciones carcelarias. Exigen, entre otras cosas, visitas más frecuentes y prolongadas por parte de esposas y familiares, el fin de la tortura, la alimentación decente, etc. También recuerdan que en virtud del derecho internacional se prohíbe a un “poder de ocupación” trasladar a los prisioneros de un territorio ocupado al país de origen del ocupante. Esta exactamente les sucede a casi todos los “prisioneros de seguridad” palestinos.
La semana pasada Barghouti expuso estas demandas en un artículo de opinión publicado por el New York Times, un acto que muestra el lado mejor del periódico. La nota editorial describió al autor como un político palestino y miembro del Parlamento. Fue un acto valeroso por parte del periódico (que restauró un poco su posición a mis ojos después de haber condenado a Bachar al Asad por usar gas venenoso, sin una pizca de evidencia).
Pero el coraje tiene sus límites. Al día siguiente, el NYT publicó una nota del editor que decía que Barghouti fue condenado por asesinato. Una abyecta entrega a la presión sionista.
El hombre que revindica esta victoria fue un individuo que me parece particularmente desagradable. Se llama a sí mismo Michael Oren y ahora es viceministro en Israel, pero nació en Estados Unidos y pertenece al subgrupo de judíos norteamericanos que son súper patriotas de Israel. Adoptó la ciudadanía israelí y un nombre israelí para servir como embajador de Israel en Estados Unidos. En esta función, atrajo la atención empleando una retórica anti árabe particularmente virulenta, tan extremista que hizo que incluso Benjamín Netanyahu pareciera moderado.
Dudo que esta persona haya sacrificado algo por su patriotismo; más bien, ha hecho una gran carrera. Sin embargo, habla con desprecio de Barghouti, quien ha pasado gran parte de su vida en la cárcel y en el exilio. Describe el artículo de Barghouti en el New York Times como un “acto de terror periodístico”. ¡Miren quien habla!
UNA HUELGA de hambre es un acto muy valiente. Es la última arma de las personas menos protegidas de la tierra: los prisioneros. La abominable Margaret Thatcher dejó morir de hambre a los huelguistas irlandeses.
Las autoridades israelíes querían alimentar a los huelguistas palestinos. La Asociación de Médicos Israelíes, en su mayor parte, se negó a cooperar, ya que tales actos han llevado en el pasado a la muerte de las víctimas. Eso puso fin a este tipo de tortura.
Barghouti exige que los presos políticos palestinos sean tratados como prisioneros de guerra. No hay posibilidad de eso.
Sin embargo, se debe exigir que los prisioneros de cualquier tipo sean tratados humanamente. Esto significa que la privación de libertad es el único castigo impuesto y que en las cárceles se debe otorgar el máximo de condiciones decentes.
En algunas prisiones israelíes parece haberse establecido una especie de modus vivendi entre las autoridades de la prisión y los prisioneros palestinos. No es así en otras. Uno tiene la impresión de que el servicio penitenciario es el enemigo de los prisioneros, que hace su vida lo más miserable posible. La situación ha empeorado ahora, en respuesta a la huelga.
Esta política es cruel, ilegal y contraproducente. No hay manera de ganar contra una huelga de hambre. Los prisioneros están obligados a ganar, especialmente cuando la gente decente de todo el mundo está mirando. Tal vez incluso el NYT.
Estoy esperando el día en que pueda visitar a Marwan de nuevo como un hombre libre en su casa en Ramala. Aún más, si Ramala fuera en ese momento una ciudad en el libre Estado de Palestina.