(Nos valemos en este artículo del masculino referido a hombre y mujer).

La República Dominicana es una nación de muchos mulatos négridos y blanqueados –“indio oscuro” e “indio claro”-, pocos negros puros –“negro de a verdad”- y poquitos blancos –“blanquito” y “blanco jipato”-.

Desde la Guerra de Independencia de 1844 a 1854 contra los ex esclavos haitianos que nos gobernaron de 1822 a 1844 cuajó el vengativo concepto de que negro dominicano sólo era el ser social de piel y perfil raciales marcadamente africanos.

De modo, pues, que para muchos dominicanos de diferentes estratos sociales negro es igual a prieto, que es igual a haitiano, que es igual a africano. Es la conceptualización del negro encapsulado en el haitiano, un reflejo del espejo africano. En fin, que sólo se es dominicano negro si se parece al africano.

Al dominicano negro –“prieto”- le desagrada que lo paralelen al haitiano, valga decir, al de rasgos africanos. Entre sus idealizaciones amorosas sobresale “levantarse” –ser novio o casarse o aparearse con- una mulata blanqueada, en un caso; y si se es mujer, con un mulato blanqueado.

Las idealizaciones añosas de los negros (as) y mulatos (as) dominicanos(as) han generado sus frutos a ojos vistas

Al mulato blanqueado, principalmente al “indio oscuro”, le desagrada que le digan “negro”, por lo que entre sus idealizaciones amorosas está “enliarse” –ser novio o casarse o aparearse- con una mulata más blanqueada que él –“india clara” de una tonalidad menos grísea-.

¿Y del “indio claro” qué? Su ideal supremo es una rubia; siendo él preferido por una amplia franja de “mujeres blancas”.

A favor de este aparente desajuste racial de negros, indios oscuros e indios claros dominicanos hay que decir que tiene su contrapartida en los europeos y de otras latitudes que parecieran desquiciados raciales al disponer de sus ahorros de un año y un poco más para venir a países soleados, preferiblemente de playas caribeñas, exponerse al sol, grisearse o “negrearse un poco” y luego regresar a sus latitudes a “vainear” a sus pariguales blancos, a más de difundir la gloriosa hazaña de haberse “acostado” con más de una negra –mientras más prietica “desguañangá”, mejor, lo que constituye una “dignificación" racial para ella-, esto en el caso de los hombres; y en el de las mujeres europeas por igual, que ven el paraíso en “pesar” muchos negros y mulatos.

Las idealizaciones añosas de los negros (as) y mulatos (as) dominicanos(as) han generado sus frutos a ojos vistas. Las tonalidades achocolatadas -y gríseas- de la piel de mulatos varones y hembras constituyen un espectáculo de mescolanza racial venido de algo así como “democratización racial” (?) –ambos a dos- característica del mapa humano de la sociedad dominicana.

La población dominicana se ha ido clareando en el decurso de cinco décadas, si juzgáramos por mis apreciaciones en el decurso de mi vida y por mis investigaciones. Esto lo apreciaríamos mejor si viéramos fotografías y fílmicas de concentraciones humanas del pasado –desfile del millón de personas el 24 de octubre de 1960 en “apoyo” al tirano Trujillo, los mítines de campaña presidencial del profesor Bosch a finales del 1962, etc.- y las comparamos con las de las grandes concentraciones humanas de la última década.