Hace 4 días recibí con regocijo de un Día de Reyes mi segunda dosis de la vacuna que nos protegerá de las consecuencias siniestras de la Neumonía Viral, y de la temporada de tormentas de Citoquinas.

Me había tocado la India de Padres Anglo-Escandinavos, pero igual me hubiera puesto la Chinita (SINOVAC), aparecida en el de la Pandemia con millones de salvavidas en las manos, desafiando las olas de la Navidad.

Como médico de una generación que ya tiene 45 años tratando enfermos, enfermedades, infecciones e infectados, inmunodeprimidos y trasplantados Renales conozco muy bien los riesgos que supone esta enfermedad burlada por las teorías conspirativas más inicuas, ignorada por ignorantes y fanatizada por fanáticos.

Como también hemos visto aumentar cada semana la lista de bajas en el frente de batalla de compañeros. Amigos, conocidos y anónimos, pero hijos, hermanos o padres de alguien.

Hoy en día todo en la ciencia médica se basa en las matemáticas sintetizadas como estadísticas.  Todo tiene su porcentaje de efectividad, de fallos, de probabilidad y de riesgos.

La realidad es que cada grupo de edad, y cada grupo de personas sufriendo enfermedades establecidas como "crónicas", tiene un riesgo calculado a padecer o a sucumbir a esta lucha a muerte entre unos organismos ultramicroscópicos que sabotean nuestros órganos vitales, y ese misterioso y complejo sistema inmunológico que los defiende.

Inclusive hay un buen grupo dentro de la población que aun siendo jóvenes, tienen un alto riesgo de sufrir la enfermedad del Covid-19 de manera grave o fatal. Y son aquellos que están siendo tratados con medicamentos inmunosupresores, por haber sido trasplantados de riñón o hígado para evitar el rechazo de su órgano injertado.  O aquellos que sufren ese mismo efecto, secundario a un tratamiento de quimio o radioterapia para el cáncer.

La mayoría de ellos, debido a su edad temprana, no han tenido acceso a la fase I de vacunación, y ya vamos viendo varios casos que después de padecer de coronavirus y haber sobrevivido, están en una encrucijada de perder sus órganos trasplantados por los efectos del virus.

Por estas razones vengo a sugerir el establecimiento de una unidad de vacunación especial para estos pacientes, que podría ubicarse en el INCART (Instituto del Cáncer Rosa Tavares), una  Institución que ellos conocen bien, y donde regularmente procuran sus medicamentos especiales de alto costo, siendo una entidad de servicios especializados, moderna, amplia y accesible.

Es importante proteger a estas personas que antes fueron rescatadas de las insuficiencias orgánicas mortales, y en las que el país ha invertido recursos importantes en su salud y mantenimiento de calidad de vida, que los hace útiles y productivos para sus familias y la sociedad.

Vacúnate RD tiene la palabra.