Cantar, dramatizar, leer, escribir, jugar, bailar, debatir, copiar, resolver problemas y situaciones, hacer presentaciones, responder preguntas, construir, crear. Son muchas las actividades que planifica e implementa el docente y que realizan los estudiantes cada día en su aula. Algunas de estas son divertidas, otras más pasivas, en ocasiones se realizan de manera individual o grupal, con enfoque en lo académico o en el desarrollo físico. Independientemente de la cantidad y variedad de actividades, lamentablemente el docente no siempre tiene un propósito claro. Se piensa que tener a los estudiantes ocupados significa que están aprendiendo. Y esto no es necesariamente así. Incluso en muchos casos se está perdiendo un tiempo valioso y se está dejando de aprovechar una oportunidad de aprendizaje y desarrollo de competencias aunque parezca lo contrario.

A veces pasa que el docente sabe cuales son las competencias e indicadores pero no es capaz de seleccionar o diseñar estrategias y actividades apropiadas que apunten al logro de los mismos. Se le dificulta comprender que lo que hace como docente y lo que hacen sus estudiantes debe tener coherencia con lo esperado. De lo contrario la práctica no tendrá intencionalidad pedagógica y tendremos estudiantes ocupados pero no necesariamente aprendiendo o avanzando ni alcanzando su máximo potencial.

Para evitar lo anterior se necesita un docente intencional que conozca bien la etapa de desarrollo de sus estudiantes, sus características, intereses y necesidades. Que sea capaz de diseñar y seleccionar experiencias con un propósito claro, aprovechando toda oportunidad que se presenta para enseñar en cualquier momento y lugar. Un docente que escuche y observe con detenimiento a sus estudiantes para guiarlos de manera inteligente hacia el logro esperado usando preguntas, provocando el interés, profundizando y planteando retos y problemas a resolver.

Ser intencional no consiste en dirigir o imponer a sus estudiantes lo que deben aprender de manera arbitraria. Mucho menos realizar muchas actividades sin propósito. Implica tener dominio del currículo, estar alerta y atento a la curiosidad de sus estudiantes y a lo que desean saber para motivarlos y retarlos siempre enfocado en sus expectativas. Los evalúa y se evalúa a sí mismo constantemente usando los resultados y evidencias para tomar buenas decisiones. No se preocupa por apariencias o cosas superficiales, sino por asegurar que cada estudiante aprenda.

Mi experiencia al trabajar con docentes de todos los niveles educativos me confirma que no siempre tienen claridad sobre el por qué y para qué planifican y realizan las actividades con sus estudiantes. Conocen las competencias e indicadores de su grado en el Diseño Curricular y aún así no logran la coherencia entre la actividad y el logro esperado. Terminan haciendo muchas cosas pero no necesariamente llevando a sus estudiantes donde se quiere a partir de sus experiencias previas, de lo que saben y pueden hacer.

Es necesario contar en cada aula con un docente intencional que no se limite a repetir lo mismo cada año de forma mecánica ni actúe sin sentido, sino que comprenda lo que se espera de sus estudiantes y tome el tiempo de pensar en cada uno de los aspectos del proceso educativo, incluyendo la rutina, el ambiente, los recursos a utilizar y la evaluación, organizando los mismos con un fin en mente: el desarrollo y aprendizaje de sus estudiantes.