Ayer un amigo que se encuentra de viaje por cuestiones de trabajo me llama para saber de mi, hablarme sobre su estadía y misceláneas, con cierto desconcierto perceptible por el tono que empleó; me dice que no sabe si se estará poniendo viejo o si es que es demasiado tercermundista, pero que está asombrado con lo visto en Miami y el libertinaje que vio allí, según su testimonio vio parejas sosteniendo sexo parados en las esquinas, las personas consumiendo su marihuana en los espacios abiertos, yonkis también, un enajenado mental se lanzó a la calle, tal vez haciendo una especie de catarsis y fue rápidamente sometido por la policía, cierto pánico momentáneo se expandió también entre la gente por temor de que se tratara de un terrorista suicida, afortunadamente fue una falsa alarma que rápidamente fue mermada por las autoridades, un bar de mala muerte por lo que pude entender, ya que estéticamente no cumplía sus exigencias y que según le comentaron se llena de marihuaneros y personas de talante sospechoso, en fin, un Apocalipsis zombie de la depravación, que le mereció una inquietud que no pasó desapercibida por su percepción y en consecuencia rápidamente modeló su comportamiento para relacionarse efectivamente en el entorno y con los demás durante su estadía.
Este breve relato que les hago sobre la percepción de mi amigo, cómo procesó los datos estimulo y los redecodificó para reducirles la complejidad y facilitar su almacenamiento en la memoria, tanto para su propia seguridad, para relacionarse efectivamente con los demás como también con el fin de predecir acontecimientos y conductas futuras y así reducir la sorpresa y la incertidumbre, en realidad es algo que hacemos todos a diario y forma parte de aspectos básicos de la cognición social, nadie escapa de establecer un juicio de valor ni de recibirlo tampoco, en esa misma medida configurar los entornos, instituciones y relaciones sociales con quienes establecemos acuerdos en nuestras relaciones. Ovejero Bernal plantea que aunque hay similitudes entre cómo percibimos los objetos físicos y las personas, hay diferencias que marcadas para con uno y otro. Percibimos a las personas como agentes causales no así a los objetos, es decir, tenemos intenciones de control sobre el medio que nos rodea, por lo que el factor engaño tiene una importancia crucial en la percepción. El perceptor sabe que los objetivos y deseos de la persona percibida influyen en la información que presenta sobre sí misma, lo que unido a la semejanza en intereses y cultura que compartimos, nos permite realizar inferencias que siempre y en todo caso parten de lo que conocemos, de nuestra propia inteligencia, y la misma percepción es siempre un proceso dinámico, no se detiene, a la vez que percibimos somos percibidos, nuestra sola presencia hace que la otra persona se configure una idea de quienes somos y en función de ello configure una imagen, una impresión que quiera causarnos y la que causamos.
Hacemos todo esto ciertamente por necesidad, además del aspecto biológico que constituye lo que somos como seres humanos y que determina nuestras habilidades y cognición, somos en la misma dimensión seres sociales y relacionales, gracias a la capacidad de establecer relaciones humanas complejas fue que logramos sobrevivir, producto de lo complejo que se habían y han tornado las relaciones humanas, surgió la religión fundamentando una moral configurada a partir de la naturaleza del hombre, en la orden divina o subordinándola a fines exteriores (la búsqueda de la felicidad o la ascensión al cielo algún día), los resultados con el tiempo y a través de los siglos no se hicieron esperar, la intención por controlar el entorno, conseguir objetivos y manejar una primera impresión afín a nuestros objetivos y que de paso oculte vicios y debilidades, encubriendo lo más posible quienes somos realmente y nuestras verdaderas intenciones, se convirtió en la máscara del engaño por excelencia de clérigos, políticos, nobles, burgueses, pequeños burgueses y comerciantes, en fin, cualquier oportunista aventajado que precisara crear una máscara que sea percibida como confiable e incluso como referente del buen hacer y del buen vivir, se ocupaba de configurar un perfil moral digno de tales fines, durante siglos, incautos cayeron rendidos ante el encanto del rival que se ofrecía como amigo, socio, esposos o guía espiritual y que realmente urdía intenciones con una finalidad utilitarista o de interés no muy buenas, porque de ser así no se requeriría simular la intención para la consecución de sus objetivos y deseos. Es de esperarse la falsedad de una moral reposada en las experiencias de cada cual, las cuales a su vez están condicionadas por los sentidos, propiciando juicios de valor de acuerdo a la afectación de nuestros propios intereses e intenciones, sin que lo que resulte de ello sea justo e incluso pueda responder a las necesidades de todos en su razón y fines prácticos.
Es por esto que pensadores de la Modernidad como Kant se ocuparon de generar un marco moral que superara esos vicios y estructure las relaciones humanas, pero no basadas en las creencias, prejuicios y religiones, sino en el imperativo categórico de la voluntad de cada cual, y esa voluntad es una voluntad autónoma, libre de los fines u objeto del deseo porque es fin en sí misma y descansa en principios universales y no sobre relativismos culturales. La fórmula que da base a este ideal moral expresa lo siguiente: “Obra de manera que la máxima de tu voluntad pueda servir siempre como principio de una legislación universal”, pero las personas que son presas de sus vicios, de su escasa voluntad para ser conscientes de sus debilidades, poco cultivadas de espíritu y ética, no entienden esto, se resisten a liberarse de sus cadenas instintivas incurriendo en todo tipo de vicios y normalizándolos con una especie de credo relativista que deposita en otros la responsabilidad por sus propios actos, debe entenderse que en este caso me refiero específicamente a aquellos casos en que las personas deliberadamente deciden incurrir en la corrupción, la mediocridad y humillaciones por dinero, y buscan justificar sus debilidades depositando la responsabilidad propia en otros, estas mentes débiles pero en esencia oportunistas y zánganos, afectan seriamente a las personas que naturalmente producto de su condición tienen debilidades y por las cuales moralmente deberían ser protegidas, como niños, mujeres abusadas y envejecientes, cada vez que estas personas trastocan el orden de las cosas con su moral retorcida, indefectiblemente perjudican a las personas que realmente necesitan apoyo y empatía por parte de la sociedad.
La validez de un acto moral en la Modernidad ya no radica en la absolución del pecado, en el rezo del credo, en el señor feudal, la Corona, el dictador, o como invocan los mercachifles del espectáculo o la intelectualidad politizada, en el Sr. Sistema, ni siquiera en el acto en sí mismo, porque ya con sobrada experiencia contamos todos al ver zánganos realizar “buenas acciones” para ganar simpatía y votos, fotografiándose con adultos mayores o niños que viven prácticamente en la indigencia, y revisten ese momento tan decadente de pompa y alborozo como si eso los dignificara, siendo que ellos ya tienen una dignidad inherente conferida por el simple hecho de ser un ser humano, pero no reconocida por el grueso de la sociedad, o como promueven censurar a intérpretes del ruido chicharachero del dembow, para encubrir con ese intento populista su sobrada incompetencia y mediocridad para cumplir con su responsabilidad política la función para la que fueron eligidos, porque en su condición servil y de peón entiende que es más redituable políticamente la apariencia moral de fiel lacayo que lo consagra como colaborador cercano al poder, que el de un hombre con dignidad asumiendo una responsabilidad política para con la sociedad. La validez del acto moral recae en la voluntad del individuo que lo determina, que lo piensa, que lo elucubra y que finalmente lo decide, porque todos sabemos a fin de cuentas que si los actos son buenos o son malos lo son en función de quienes lo realizan, es por ello que ante un delito o un error de considerables dimensiones, haya sido bajo engaño, por ingenuidad, descuido o inconsciencia, legalmente se debe pagar por ello, porque fue producto de la propia debilidad y sus efectos.
Es por ello que la máxima de la ilustración al invitarnos a “atrevernos a saber”, encierra mucho más que conceptos, que la mera razón como instrumento para conocer el mundo y sus fenómenos no supone en lo absoluto un avance a la par en el conocimiento de nosotros mismos y menos aún en la humanidad en su sentido estricto, atrévete a saber implica entender que con el nivel cognitivo que tenemos al momento de cumplir la mayoría de edad salimos a una realidad social compartida en la cual para encontrar el propio espacio debemos conocernos a nosotros mismos, y si humildemente reconocemos que no sabemos nada de nosotros mismos, podemos por lo menos empezar precisamente por ese mismo aspecto, pues como decía Bacon en la juventud se sabe primero lo que NO se quiere a lo que se quiere y el respeto de sí mismo es el principal freno de los vicios.
A mi amigo le comentaba algo con respecto a las condiciones que me relataba de su viaje, que considero pertinente compartir y es la noción errónea, pero más promovida, de que la libertad es una especie de patente de corso para incurrir en comportamientos excesivos, tanto del uso del poder como en el hacer; la responsabilidad es consustancial a la libertad y es un error creer que se es libre para ser perfecto y no cometer errores, la libertad no se encarga de eso, eso recae en nuestra voluntad, la libertad es la condición, es el acuerdo con la sociedad de que me voy hacer cargo de mis actos para mi fortuna o desgracia, y que yo y solo yo debo y tengo que asumir las consecuencias por ellos; por lo que coartar la libertad de todos por el “uso excesivo” o la presunción de tal exceso por parte de algunos es la excusa que siempre emplean los tiranos.