Quienes apreciamos el buen poema, a los buenos autores, no necesitamos el sello de la fábrica para seguir con nuestras pasiones.
Los Premios Nacionales de Literatura de República Dominicana nacieron mal y han seguido mal. Lo que fue tímida propuesta de Enriquillo Sánchez y luego sabia elaboración de Manuel Rueda, comenzó reflejando una alianza prometedora, la de la empresa privada y el Estado bajo la ilusión de un concepto que habría de potenciarnos: el mecenazgo cultural.
Digo que nacieron mal porque las decisiones no eran tomadas por estudiosos de nuestra literatura sino por empresarios y rectores de universidades en la mayoría de las cuales las Humanidades brillaban por su ausencia.
Digo que siguieron mal porque en la primera ocasión al mismísimo ideólogo se le dio su propio premio: a Manuel Rueda, en 1994. Lamentablemente en ese año murió Aída Cartagena Portalatín, sin pena ni gloria, tal vez la escritora que después de Bosch, Balaguer, del Cabral y Mir más se lo merecía.
Hasta el 2004 podíamos discutir el listado de ganadores, y mal que bien había cierto consenso en cuanto a la calidad de los autores. Curiosamente en ese año murió Enriquillo Sánchez, el ensayista más lúcido de su generación y uno de sus poetas más importantes, sin haber sido nunca valorado para la presea. En ese año ganó Andrés L. Mateo y entonces comienza el jala para aquí y el jala para allí. Comenzó la era de los premiados vinculados a las instituciones, a las empresas, a veces hasta a los favores. Una llamada de un manager a Pepín podía tener más fuerza que cien estudiosos de buena literatura y a Dios que repartiera suerte.
Desde el 2004 hasta el 2017 le han concedido el premio a seis poetas, todos seguramente con buenísimos logros, pero ninguno con las alturas del poema “Los inmigrantes”. Porque amor no quita conocimiento. Porque una cosa es haberse disparado hacia las alturas con tres o cuatro libros, pero otra cosa es haber conjugado en pocas líneas esos puntos más íntimos en los que descansa nuestra nación.
Desde el 2004 hasta la fecha, todos los premios nacionales tienen un denominador común: vinculados al Estado, a los medios de comunicación o a la empresa privada. Tal vez el único que no ha tenido tal dicha ha sido Roberto Marcallé Abreu, pero tal vez el haberle dedicado una novela a Pelegrín Castillo logró cimentar su fama.
No quiero desmerecer a ninguno de los autores “Premios Nacionales”, la mayoría de ellos apreciados amigos. Solo quiero destacar que Norberto James Rawlings no tiene dolientes en nuestro país. Que en la era del fundamentalismo nacionalista, cuando el concepto de los dominicanos como sociedad multicultural es borrada en razón de que somos blancos y católicos, cuando el gagá y los guloyas son “expresiones diabólicas”, un autor como Norberto Pedro James Rawlings no tiene nada que buscar entre nosotros.
Repito: la maquinaria de reconocimientos en nuestro país pasa por el principio de éxito en la empresa, en el Estado, en los medios de comunicación, y si está fuera de la lupa no hay oportunidad.
El cocolo James Rawlings siempre ha estado en los bordes. Se fue temprano a Cuba y luego convirtió a Boston en el centro de su accionar. Nunca ha dejado de escribir poesía, de pensarnos, de trazar en finas metáforas el sendero de un sujeto que siempre tendrá sus campos azucareros al fondo por más nieve que caiga.
A James Rawlings han tratado de crucificarlo Giovanni Di Pietro y Manuel Núñez a partir del supuesto de que su obra poética se insertaba en los discursos marxistas de los 60.
El poeta del Ingenio Consuelo no está aquí, no mueve teclas, no se deja ver en ninguna feria del libro ni ve en cocteles. El poeta macorisano vino por un día a San Pedro la última vez a recibir una placa y se fue al día siguiente porque su alma ya no soportaba tanta tristeza en el lar nativo.
Y los Premios Nacionales, como todos los premios, son pasarelas que se administran por dosis, por raciones. A cada grupo un premio. Y en los 27 años de edición de los Premios Nacionales de Literatura ya hay un negro aunque no necesariamente cocolo: Mateo Morrison.
De manera que Norberto James Rawlings no entrará en el listado de las preferencias.
A ninguno de los rectores o enviados de los rectores les suena el nombre de un poeta negro y cocolo, aunque dentro del jurado haya un autor con esas dos características. Pero ustedes saben: hay que mejorar la raza de la Cultura. Lo que se busca es premiar a alguien que esté aquí, que se mueva, que salga bien en la portada de Areíto.
Aunque sea el poeta vivo más importante de la República –al menos eso creen en el departamento de Romanística de la Universidad de Oxford, en Inglaterra-, a pesar de “Los inmigrantes” y “La urdimbre del silencio”, Norberto Pedro James Rawlings volverá a barrer la nieve que impide el paso en su casa de Beechwood Road, en Wellesley, Boston, si no es que Tito está por ahí y Beth lo espera con un café. Norberto esperará hablar con José Enrique y sus fieles oyentes, recibirá alguna llamada de René, Cuchi o Peter o mía, este sábado o cuando se pueda. Norberto seguirá oyendo el buen jazz de ECM, sintiendo además el cariño de muchísima gente, el cariño de todos los que lo siguen leyendo y agradeciéndole tanto coraje, tanta ternura, de aquél niño que en su infancia no tuvo juguetes.