Bukele, outsider, antisistema, como Donald Trump, también ha tenido una carrera política meteórica, pero con más suerte que este último, ya que la ha obtenido en plena juventud y un país de escasa tradición democrática, donde todo se vale.

Este joven millennial (en julio cumplirá 40 años), empresario, publicista y propietario de tienda de motos, ha mostrado tanta habilidad para vender su imagen como para cambiar a tiempo de parcela política, en 2012, con apenas 31 años, es elegido alcalde de Nuevo Cuscattlan, suburbio de San Salvador, bajo la bandera del FMLN. Tres años más tarde, bajo la bandera de esa misma entidad política, que inicialmente fue un movimiento guerrillero de afiliación marxista, se convierte en el alcalde de la capital (2015-2018), pero es apartado del FMLN en 2017, luego de un altercado con una concejala a quien le lanza en la cara una manzana que tenia sobre la mesa del consejo, “toma, llévatela para la casa, bruja”, le grita enfurecido”. Según los observadores, este incidente fue utilizado como pretexto por los miembros de la vieja guardia del FMLN para quitárselo de encima, resentidos con el joven político que los opacaba con su sombra.

Pero La Golondrina (su apodo, debido al escudo de su partido), ya miraba alto: la Presidencia de la República. En octubre de 2017 lanza su propio partido político, Nuevas Ideas. Ensaya concertar alianzas con organizaciones de centro izquierda, pero finalmente es a través del partido de centro derecha Gana (Gran Alianza de la Unidad Nacional), viejo partido resultante de un desprendimiento de la derecha, que se declara candidato a la Presidencia de la República, en julio de 2018, ya con una considerable popularidad, fruto de sus iniciativas para la renovación del centro histórico de la ciudad y una notable mejoría en su seguridad. Este aval, sumado al encanto que suscita entra la población joven ver a un político de su edad pasearse todos los fines de semana por plazas y calles del centro, vestido como ellos, con tenis, jeans, chaqueta de cuero, gafas oscuras y gorra con la visera para atrás, le generan una creciente popularidad.

La habilidad con que se maneja en las redes sociales, donde difunde a diario sus mensajes de renovación y esperanza para jóvenes salvadoreños que tenían suficientes razones para darle la espalda Arena, que gobierna siempre contra el pueblo y en beneficio de los arriba, pero también al FMLN que, pese a la esperanza que suscita con su victoria en 2009, termina implicado en affaires de corrupción y blanqueo de activos, rápido lo convierten en el preferido del electorado.

La fatiga de estas dos organizaciones, ambas incapaces de responder a las principales necesidades de la gente, en un país fuertemente golpeado por la pobreza y la violencia y una campaña centrada en la lucha contra la inseguridad y la corrupción, le permiten imponerse en las elecciones de febrero de 2019 en primera vuelta y poner fin a la alternabilidad de los dos partidos que gobernaron el país después del fin de la guerra civil en 1992.

Desde entonces, Bukele no ha cesado de cosechar triunfos políticos, su partido Nuevas Ideas y sus aliados obtuvieron en las elecciones legislativas de febrero de 2021 una apabullante victoria, reservándose 61 de los 84 diputados de la Asamblea Nacional, sobrepasando en mucho la mayoría calificada de los 54 escaños que permiten tomar las decisiones más estructurantes del país.

El encanto de su discurso, lucha contra las maras y “habrá dinero para los salvadoreños, cuando nadie robe” le ha generado una gran simpatía en su país y en el extranjero, hasta el punto de que se le considera actualmente el presidente más cool de América Latina, pero detrás de este discurso encantador, se esconde el otro Bukele, el ultra autoritario, que viola la constitución y las leyes, desafía las instituciones, envía al ejército a ocupar la Asamblea Nacional, utiliza su mayoría en ella para reemplazar al Procurador General de la República y nueve jueces de la Corte Suprema, veta todas las iniciativas legislativas que contradicen sus recomendaciones, ignora la interdicción de la Corte Suprema de utilizar a las fuerzas armadas para sus apresamientos, amenaza por Twitter a la Asamblea Nacional de vetar su intención de suavizar sus draconianas medidas de confinamiento, sin fundamento sanitario, en momentos en el país apenas reportaba tres casos de Covid-19, ataca sistemáticamente a la prensa, promulga sus decretos por twitter, trátese de la lucha contra la Covid-19 o contra las maras, autoriza a la policía a emplear la fuerza letal contra los pandilleros en plena calle y ordena mezclar miembros de pandillas rivales en la misma célula carcelaria para que se maten entre ellos. En fin, los desafueros propios de todos estos Macondo que pueblan nuestra América Latina, donde la realidad supera en mucho a la ficción.

Bukeke se atribuye todo el merito en la reducción de la violencia durante su mandato, obviando que en épocas de crisis tanto las mafias como las pandillas callejeras se reorganizan, realizan acuerdos, especies de cese al fuego para sobrevivir y, sobre todo, silenciando que cuando él era alcalde de San Salvador realizó acuerdos con esas mismas maras para gobernar en paz. Esos acuerdos continúan, en septiembre del año pasado, el periódico El Faro reveló la existencia de negociaciones entre el gobierno y la pandilla criminal Mara Salvatrucha (M-13) a cambio de mejores condiciones carcelarias para sus miembros (unos 17,000 reclusos) y votos para el partido Nuevas Ideas, actualmente dirigido por un miembro de la familia del presidente, ese mismo mes de septiembre, la justicia salvadoreña lanzó una investigación para determinar si efectivamente el gobierno ha sostenido negociaciones con las maras.

No es su primera confrontación con la justica, como Donald Trump, Bukele abre frentes de guerra por todas partes. También el año pasado, Emmanuel Colombié, director para América Latina de RSF-Reporteros Sin Fronteras, declaró que “los repetitivos ataques del presidente Bukele contra la prensa son signos de un autoritarismo extremo preocupante”.

Por el momento, los salvadoreños, saturado por largos años de violencia después de la guerra civil (1979-1992) no parecen darle mucha importancia a la contradicción entre el encanto de su discurso y su autoritarismo, pero a la larga esta contradicción terminará desnudando la naturaleza de su gobierno y socavando una popularidad edificada a fuerza de tweets, como la de Donald Trump.

Sospecho que comienza a percibir que el rancho no tarda en caerle encima, el pasado mes de septiembre anunció en su cuenta Twitter la creación de un nuevo programa de televisión, titulado El Salvador, difundido por el Canal 10. Según anunció el secretario de la presidencia, el programa servirá para dar al gobierno su propia ventana, cosa que yo no puedo llamar de otra manera que no sea: propaganda política financiada con fondos públicos ¿Será eso también parte de su lucha contra la corrupción?

Para enriquecimiento del folklore en la región, ahora tenemos dos propagandistas de los “logros” de sus respectivos gobiernos, uno (mucho menos cool) del lado de una supuesta izquierda, en Venezuela, y otro del lado de la derecha, en El Salvador, bochornosa dilapidación de los fondos públicos, en un pequeño y pobre país donde la causa primera de la violencia callejera permanece en pie: el 20% de los más pobres recibe el 6.1% de los ingresos, mientras que el 20% de los más ricos se beneficia del 48% de los ingresos.

Ya el señor Bukele y yo tenemos una importante diferencia: soy del Escogido y él no esconde su simpatía por el Licey, si quiere que suavicemos diferencias, cosa que de seguro no le interesa, que centre sus esfuerzos en combatir la violencia (inequidad e iniquidad) arriba indicada, sin descuidar el tema de las maras, empleando métodos civilizados y apegado a las leyes, por supuesto.