Navidad o natividad es la conmemoración litúrgica del nacimiento de Jesús en Belén de Judá. Esta solemnidad se celebra en la Iglesia Católica, la Iglesia Anglicana, en algunas comunidades protestantes y en la mayoría de las Iglesias Ortodoxas.
Con el trascendental acontecimiento de la llegada al mundo del niño Jesús, el 25 de diciembre, concomitantemente se acoge como el día especial de la familia, ya que José y María por obra y gracia del Espíritu Santo concibieron al Emmanuel, o Dios con Nosotros. Es una celebración universal.
Después de la Pascua de Resurrección la navidad es la fiesta más grande del calendario litúrgico. La Iglesia Católica considera el nacimiento de Jesucristo como el más extraordinario milagro de Dios Padre.
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna; Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17).
Navidad es un término latino que significa nacimiento. La verdadera historia de la navidad es la historia de Dios hecho hombre en la persona de Jesucristo. El verdadero significado de la navidad es el amor.
Es necesario hablar del mejor ejemplo a seguir para “llevar” una familia: la familia de Jesús, la sagrada familia de Nazareth. Es una familia única e irrepetible, pues es la única familia que ha cambiado la historia del mundo.
El legado de amor, paz, unidad, comprensión, tolerancia, humildad, responsabilidad y gratitud dejado al mundo por la sagrada familia de Jesús, José y María se ha ido diluyendo y desapareciendo significativamente de toda la familia universal.
La descomposición, desintegración y atomización del núcleo familiar o célula fundamental de la sociedad es y tiene que ser motivo de profunda reflexión, pues sin una familia espiritual, moral, ética y materialmente estable es improbable generar una sociedad vivible, habitable y sostenida en principios y valores.
La sociedad de consumo, la política mal llevada y equivocada de género, el placer, el tener, el poder, el relativismo y existencialismo materialista están carcomiendo y cercenando los cimientos y raíces de la familia tradicional.
Los valores son inmutables. Es por ello por lo que, defiendo a capa y espada los valores de decencia, pulcritud, palabra empeñada, amistad, solidaridad, cooperación, sacrificio por el otro, trabajo y honestidad que nuestros padres, ancestros, ancianos, tutores y troncos de familia nos dejaron como sucesión, herencia y legado para la convivencia fraterna en el entorno social que nos toque vivir.
La modernidad, la contemporaneidad, la tecnología, la comunicación mediática, redes sociales, si bien es cierto han dado un salto cualitativo y cuantitativo al mundo, a la sociedad y a la familia, no menos cierto es que también han traído incalculables distorsiones, frustraciones, mensajes aberrantes, conductas y comportamientos deshumanizantes al seno de nuestras familias. Oímos las famosas frases en nuestros hijos e hijas de que “nada es nada”, “me da igual”, “no le cojo corte a nadie ni a nada”.
Sigo creyendo por convicción que la real y verdadera familia es aquella que está integrada por el padre, la madre y el hijo o los hijos. Creo en la relación heterosexual, y por supuesto, en la procreación y acojo en todas sus partes la frase bíblica “creced y multiplicaos”.
La reflexión más profunda, idónea y sabia para toda familia que tiene un mínimo de Fe, razonamiento, sentido común y lógica en estos días que conmemoramos el nacimiento de Jesús en el interior de una familia santa, es fructificar, multiplicar y asumir sin doblez y ambigüedad sus signos, símbolos, testimonios y convicciones.
Navidad ha de ser siempre la esperanza de ver una sociedad cimentada en la justicia social, la igualdad, la prosperidad, el diálogo, la paz, la solidaridad y en la esperanza de ver a cada familia gozando del bienestar y la felicidad que un Estado promotor y hacedor del bien común asegure.