El ciberespacio. Una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos operadores en todas las naciones (…) Una representación gráfica de la información abstraída de los bancos de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el no -espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información. Como las luces de una ciudad que se aleja. William Gibson (1989). Neuromante, p.69-70.

El intelectual que se inscribe en el estudio del cibermundo o mejor dicho a su plataforma tecnológica digital, no parte de la filosofía de la cibernética de primer y segundo órdenes articulada a la sociedad y más allá de la tecnología digital en cuanto a informática. No comprende que el confundir el ciberespacio con la Internet produce un dislocamiento de sentido en su discurso, que se hunde más en los datos e información que en el conocimiento.

El situarse en el discurso de la Internet y no del ciberespacio, es colarse en el proceso histórico tecnológico donde están implicadas las redes hardware y softwares digitales: modem, hiperconexiones de redes telefónicas, servidores y el espacio físico donde se encuentra el sujeto cibernético. Esto es distinto que asumir el discurso filosófico ciberespacial en cuanto articulación de ese sujeto cibernético en ese espacio físico en la interacción con el flujo de información y conocimiento instantáneos que brotan del ciberespacio, el cual tiene como plataforma la red de redes de Internet. El ciberespacio no se reduce a un plano imaginario sin el referente a lo real. Este atraviesa el espacio físico, lo envuelve cibernéticamente en representación gráfica de interacción virtual. 

Cuando apenas el ciberespacio iniciaba su expansión virtual, inicié mi reflexión sobre las temáticas ciberespaciales, más allá de la formación informática que habíamos adquirido.  La base filosófica y cibernética que estaba construyendo despertó en mí el interés de leer la novela Neuromante, de Gibson (1989), El universo virtual de Woolley (1994) y del estudio del primer manifiesto de independencia sobre el ciberespacio, en Davos , Suiza, el 8 de febrero del 1996, ante el poder cibernético que de manera vertiginosa se ha estado construyendo.

Este manifiesto ha permanecido como referencia crítica en este siglo XXI, caracterizado por el control virtual. Este documento evidencia una definición del ciberespacio que envuelve los sujetos cibernéticos dedicados a la filosofía, la literatura,  la psicología, la sociología y demás corrientes del pensamiento humanista. Se dice: “El ciberespacio está formado por transacciones, relaciones, y pensamientos en sí mismo, que se extiende como una quieta ola en la telaraña de nuestras comunicaciones. Nuestro mundo está en todas partes y en ninguna parte, pero no está en donde viven los cuerpos”.  (Perry Barlow citado por Merejo, 2012).

Las ideas contenidas en el manifiesto forman parte del movimiento literario de ciencia ficción y de contracultura denominado ciberpunk, que surgió en los años ochenta del siglo XX. La misma se proyecta al hacker libertario entre los intersticios de las profundidades del ciberespacio y la cibercultura. 

  La metáfora  relacionada con las profundidades del ciberespacio deja entrever los límites de los dispositivos tecnológicos y del espacio físico. Solamente cuando se navega por los confines del espacio virtual brotan esas metáforas de la ciberliteratura y de la cibercultura mediada por esos dispositivos, pero construido gracias al lenguaje y el discurso del sujeto cibernético.

La obra de Gibson puede considerarse como la novela de ese movimiento por su prosa ciberliteraria, que entra en escena al sujeto cibernético en una construcción en la cual su vida se mueve en la modalidad del sujeto virtual del ciberespacio:

“La pantalla emitió una advertencia de dos segundos (…). El ciberespacio entró en existencia desde los puntos cardinales. La transición al ciberespacio, cuando movió el interruptor, fue instantánea. Descendió a lo largo de un muro de hielo primitivo que pertenece a la Biblioteca Pública de Nueva York, contando automáticamente con ventanas parciales” (ibid.:73-74).

La creación del ciberespacio por Gibson dio una pincelada poética, filosófica y humanística acorde con esa cibercultura y ciberliteratura. Él llegó a decir que cuando inventó el término para no dejarlo carente de “contenido básico (…) tenía que darle un significado”. Como bien apunta Woolley, con su expansión en el mundo “a principios de los noventa estaba lleno de significado, estaba a punto de estallar.” (Ibíd.: .105).

Luego de esta  llenura de significados, el concepto de ciberespacio, creado por Gibson, va más allá de esa “alucinación consensuada”, al referirse a “ese punto en el que los medios pululan y nos envuelven. Se trata de la última ampliación de la exclusión de la vida cotidiana”. Según su parecer podemos literalmente arroparnos con los medios y nada nos obliga a mirar lo que pasa en la realidad que nos rodea”. (Gibson citado por Woolley, ídem.).

A medida que se ha ido construyendo el cibermundo, Gibson ha llegado a reconocer que su definición del mismo es incompleta, porque jamás pensó que “serviría para cotillear" (2012).  .