Para ser un libro de memorias en el que se recorren aproximadamente veinte años de la vida de un sector capitaleño, Navarijo tiene pocas menciones de las fiestas navideñas, noche buena y año nuevo. La retrospectiva memorística se remonta a 1979 cuando el padre de Francisco Moscoso Puello se instala como comerciante en el popular barrio de la ciudad capital. Termina la obra con la muerte de Lilís en 1899 y la partida, al año siguiente, de la familia hacia la tierra prometida de entonces: San Pedro de Macorís. Comparándola con las demás fiestas religiosas, el regocijo familiar navideño solo se menciona tres veces mientras que el jolgorio de las fiestas patronales o de otros santos que guardar, incluso hasta los rituales típicos para la semana mayor y los días de pascuas, tienen su importancia en la obra.
No sé si Moscoso Puello, como destacado hombre de letras, académico e investigador de la medicina llegó a coquetear con el ateísmo o el agnosticismo. No encuentro huellas de este punto en sus obras literarias más importantes (Cañas y bueyes, Cartas a Evelina y Navarijo). De todos modos, me queda la pregunta de las razones que habrá tenido para describir con detalles las fiestas patronales de los principales barrios de la ciudad, las fiestas del Espíritu Santo en la que hacían acto de presencia “los negros de Los Mina” con sus tambores, las celebraciones patrióticas de febrero y agosto, entre otras; mientras que las fiestas de navidad y año nuevo son descritas de forma lacónica y tienen pocas menciones.
Da la impresión de que para él no tienen importancia alguna ya que estas menciones se realizan por otros motivos y no por las celebraciones mismas. Por ejemplo, la palabra “Belén” se utiliza una sola vez y en ocasión de un chiste. Sucede que el arzobispo Cocchia “importó” una serie de curas italianos a los que se les hizo difícil hablar el español. Uno de estos fue el padre Jandoli quien en el sermón de la navidad de 1880 dijo lo siguiente: "en las espelucas de Belén, ha nacido un elefantón ", nos refiere Moscoso Puello que el cura quería decir que “en un establo de Belén había nacido un niño” (capítulo XII).
La dupla “pascuas” y “año nuevo” se mencionan en tres ocasiones, relacionadas con algún hecho significativo del autor; pero no se describe ni se dan más detalles de las celebraciones a no ser la del 24 de diciembre de 1880 donde se tuvo “una cena espléndida” ya que los negocios de Elías Moscoso, el padre, habían marchado bien. Menciona el memorialista los manjares puestos en la mesa, el vino y el licor costoso, el pescado al horno que le gustaba al padre, la gallina rellena. La dormida tarde de los niños, el bullicio de la calle y los tiros que se escucharon en otro barrio sin que resultara en alarma de revolución. Lo mismo el día de año nuevo, con la particularidad de que las luces de la calle el Conde estaban más iluminadas que de costumbre.
La segunda mención es durante la descripción de los negros de Los Minas y sus alcahuetes o tambores. Ellos solían ir a la ciudad, bailar y recibir en cambio obsequios de los comensales. Le impresionaron al niño Pancho el frenesí de estos al compás de los tambores mientras bailaban en los alrededores de la Iglesia de Regina.
A finales de 1888 el hermano rebelde, Abelardo, fue trasladado desde Monte Cristi hasta la ciudad capital en calidad de prisionero político de Lilís; antes habían trabajado y hecho política juntos, pero la delación de un general en torno a una conversación lo habían hecho caer en desgracia. Recuerda Francisco Eugenio que ese año no se celebraron “las pascuas y el año nuevo” en la casa. La crueldad reconocida de Lilís y la desconfianza de su padre por la política impidieron las celebraciones. Esta fue la tercera mención y la última. Da la impresión de que después de este acontecimiento familiar y la epidemia de viruela que azotó el país en 1881 no hubo celebraciones de pascuas y año nuevo para el adulto que reconstruye el pasado a partir de sus vivencias.