Si bien es cierto que en Navarijo están presentes todas las clases sociales del Santo Domingo de fin de siglo XIX e inicios del Siglo XX hay tres modos de representación de la ciudad y sus grupos humanos. Si nos fijamos en el comercio tenemos, primero, el grupo de la élite de comerciantes regularmente compuesta por grandes almacenes; los medianos comerciantes quienes se abastecían de los primeros y detallaban sus productos al público consumidor; por último, los marchantes que venían de los poblados vecinos y entraban a la ciudad amurallada en sus burros y mulas, ofertando sus productos.

Si nos fijamos en el espacio, encontramos una representación de la ciudad amurallada en tres “localizaciones” que coinciden con los grupos humanos descritos anteriormente. El “allá adentro” o “más adentro” de la ciudad, era donde habitaba la élite de comerciantes y las casas grandes alrededor de las instituciones de poder. Aquí se asentaba el poder político, militar y económico de la ciudad de Santo Domingo. Se destaca en la obra la Calle del Comercio donde estaban los grandes almacenes de importaciones; luego estaban las calles alrededor de la Fortaleza, símbolo del poder militar y político.

Luego estaban los barrios periféricos, cercanos a las murallas, como Navarijo. Este es el espacio para los medianos y pequeños comerciantes, muchos de ellos también productores de ron caseros. El Centro comercial era la calle El Conde. La vida de estos comerciantes dependía directamente del clima político en el país ya que si a algún grupo, dirigido por un caudillo militar adverso al gobierno, se les ocurría alborotar la ciudad había que cerrarlo todo. Las ventas bajaban y la pobreza se hacía sentir en estos hogares. Igual, el tercer grupo, el de los alrededores de la ciudad (Los Minas, Haina, San Cristóbal, entre otros) tampoco se adentraba a la ciudad amurallada bajo la amenaza de inestabilidad política.

Como las ciudades coloniales, que eran más recintos amurallados que urbes capitalinas modernizadas, la ciudad de Santo Domingo tuvo su élite intelectual y las instituciones que se encargaron de educar a sus miembros. Con una ciudad de pocos habitantes y pocas oportunidades para la movilidad social esta élite intelectual, muchas veces ligada al poder y pocas veces crítico del mismo dada la necesidad de garantizar su pervivencia, forjó un espacio intelectual imaginado alrededor del Ozama cuyos límites eran más borrosos que los que hemos descrito a través de las memorias de Moscoso Puello.

Francisco el niño, Panchito, sintió en carne propia la ambigua pertenencia a este espacio intelectual mientras iba a la escuela de la época. Vio como sus hermanos mayores asistían al San Luis Gonzaga, al Colegio El Salvador; pero también, una vez los negocios del padre caían en desgracia, a la escuela de Manuel María Cabral en la Plazoleta de los Curas o las escuelas improvisadas en Navarijo o, al final de la vida escolar, las Escuelas Normal. Era un momento en que la instrucción pública no era una realidad accesible a todos; por eso hay que valorar el esfuerzo emprendedor de los intelectuales que trabajaron por un sistema educativo más allá de las ciudades amuralladas y que contemplaran a los niños y niñas por igual. Fueron pensadores críticos y revolucionarios para el momento.

Muchos de estos esfuerzos educativos se centraron en las pequeñas ciudades y buscaron satisfacer las demandas educativas de los grupos de la élite y de los mediados y pequeños comerciantes alrededor de las ciudades imaginadas; aunque en la realidad no pasaban de tres calles y un centenar de casas y casuchas. La presencia de alumnos de color era escasa, desgraciadamente. Por otro lado, el proyecto de los maestros ambulantes de finales del siglo XIX e inicios del XX era una forma de resolver el problema de una población rural prácticamente analfabeta.

La ciudad letrada, como lo ha planteado Ángel Rama en su estupendo libro, también tuvo sus modos de adaptarse a nuestra realidad. Me he fijado en Navarijo, pero también la poesía revela una ciudad imaginada que contrasta con la ciudad real. Los poetas-intelectuales del momento buscaron también su forma de adherirse al poder y gestionar su permanencia a través de la educación e instrucción de las nuevas generaciones.