A la batalla del día a día me enfrento con poesía. Alguien me dijo el sábado que las letras no servían para nada real, yo quedé muerta y puntiaguda ya que esto me lo dijo otra escritora, pero eso no viene al cuento, ¿o sí? Como con las matemáticas, pasa con la poesía que no necesariamente tenemos que conocer “para qué” sirve, sino que lo importante es el “cómo”. En mi caso, yo me considero una Jedi y mi lightsaber está hecho de palabras, así qué. Y con la luz de este lightsaber, voy de nuevo a mi biblioteca de uso para tomar en cuenta algunas cosas pendientes. Y es que he dejado muy cerca la antología de la que les comenté, Conjugar el verbo arena, editada por Polibea en España y compilada por Verónica Aranda. He mencionado que hay aquí un
interesante muestrario de poesía dominicana del ahora. Y es en este ciclón de esperanza que doy con la poesía de Natacha Battle, que en “Adios”, uno de sus poemas antologados, dice, Decir que es espeso el verso / Cuando la vista abandona el ojo / Es cortar el sabor del olvido / De los grandes vientos que nos llevan. ¿Y qué vientos son estos? Leo esta poesía y me retrotraigo al Caribe, a sus sales sotaventosas, a su risa barloventera, a sus polvos y neblina. Yo leo poesía, la consumo como una adicta, porque no puedo estar como tú en una esquina con los tigres hablando pepla y bajando frías. Pero la vida es más que eso. Ahora que los años me hacen considerar, como el merengue de Dolorita, que debo reconocer que me duelen los sitios en donde antes jugaba, doy con un poema de Natacha que viene como una aspirina. Dice ella, en “Longeva”, Las promesas emergen del mar como un sol que todo lo abrasa […] Ella parece longeva con los ojos arropados / Con la lluvia naciendo en sus venas / Más oscura que otros días / Ahora que fallece en mis brazos / Podré acunarla después / reencarnada en la palabra.
O sea que si hay un consenso en cuanto a la poesía como forma inútil, pues debe haber otro al menos dentro de mí gritando que la poesía es un poema… sí, así como lo oyes, o sea, no me estoy volviendo loca, al menos todavía, y si me vuelvo loca, ¿qué? Bueno, retomo: la poesía es un poema: es un objeto mágico, político, amable. Un poema hecho poesía genera, engendra sentires que luego gestan en animadas reflexiones. Bien lo dice Natacha Battle, se lo dice a sus padres, porque nosotras nomás somos testigos en este encierro: La versión del cuerpo puede trenzarse con el día y escribir el absurdo desdén de los caminos. En su curva sedienta se posan las horas, el desquicio y la emoción de detener lo inevitable. Por sus paredes desfila a gritos la herida más honda y bifurca la acera en espera del polvo. Nada impide el temblor en sus adentros. El cuerpo es un mundo.
Ella tiene razón. El mundo como el cuerpo se mueve en un movimiento resultado de otros dos: traslación y rotación. Siempre discuto con mis estudiantes que una conclusión que puede sacarse del viaje de Colón es la certeza de que existe un tercer movimiento, invisible, que hace que la tierra se adhiera a un flujo azaroso. Ustedes me disculpan pero me enredé en la idea, aunque creo que con lo que he expuesto aquí, ya deducirán que si la tierra se menea de un lado para otro y nosotros somos su consecuencia, pues tenemos que tomar en cuenta que hay un tercer movimiento neutro, de nuevo, silencioso, espacial, fantasmal casi, que nos gobierna sin que nosotras tengamos idea alguna de qué es esa cosa.
La poesía es el poema.