La palabra “nasty” en inglés significa sórdido, denigrante.
En eso se han convertido los debates presidenciales, sobre todo el segundo debate entre Trompoloco (Donald Trump) e Hilaria Clinton, presenciado por 59 millones de personas (NBC). Al primero lo presenciaron más de 80 millones.
“Debemos de sentirnos todos avergonzados”, dice un analista políticoneoyorquino, después de haber presenciado este segundo debate. “En lugar de concentrarse en los tópicos que afectan a los ciudadanos, se echaron lodo mutuamente en un intercambio demencial de dimes y diretes intrascendentes, llamándose mentirosos más de cuarenta veces, hasta el punto de que “Trompoloco” tenía en la audiencia a cuatro mujeres dispuestas a dar testimonio de que habían sido objeto de persecución sexual por parte de Bill Clinton, como una manera de chantajear a Hilaria, en caso de que ella tratara de sacar a la palestra la grabación de sus comentarios sexistas del 2005, publicados por el Washington Post”.
Entre las cosas que dijo en el video, haciendo alarde de su proeza masculina, fue: “me gusta esa mujer, está casada pero me la voy a tirar tarde o temprano”.
Se defendió diciendo: “Eso sucedió hace once años y he cambiado mucho desde entonces. Yo respeto mucho a las mujeres y pido perdón si alguien se ha sentido ofendido por mis palabras de hace once años”. Eso dijo durante el debate.
Mientras tanto, de aquello nada. Los temas principales que afectan a la nación brillaron por su ausencia. Que si no se dieron las manos al comenzar el debate, que si Hilaria pestañó veinte veces, que si Trompoloco respingaba como un gavilán pollero, etc.
Hilaria le contestó: “No lo creo, pero sean ustedes el jurado”.
Esto nos recuerda aquella famosa guaracha de Celia Cruz con la Sonora Matancera: “Songo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernabé, Bernabé le pegó a Muchilanga, le echó a Burrundanga, le hinchan los pies”. Mientras tanto, de aquello nada. Los temas principales que afectan a la nación brillaron por su ausencia. Que si no se dieron las manos al comenzar el debate, que si Hilaria pestañó veinte veces, que si Trompoloco respingaba como un gavilán pollero, etc.
Llegó al colmo de amenazarlacon llevarla a los tribunales si él ganaba la presidencia, por ella haber borrado de su disco duro más de 33,000 mensajes considerados “clasificados”. Se pavoneaba por el escenario detrás de Hilaria como un gavilán merodeando a su presa. Una imagen que, en la mente de los espectadores tuvo que resultar negativamente impactante, sobre todo después de que él mismo declarara al otro día que se trató de una “broma”. ¡Vaya broma!
El caso fue de tal magnitud, que, de acuerdo con algunos órganos informativos, algunos padres de familia prohibieron a sus hijos presenciar el debate.
El primer debate televisado entre candidatos presidenciales (cuatro en total) fue en el 1960, cuando se enfrentaron Richard M. Nixon (a la sazón el Vicepresidente de la nación) y John F. Kennedy (Senador por Massachusetts). Esos debates televisados decidieron el resultado de la contienda, sirviéndole a Kennedy,hasta esa fecha prácticamente desconocido por el gran público estadounidense, como su mejor campaña de publicidad. Sin embargo, no hubo alusiones personales.
De ahí en adelante estos debates se han convertido en una competencia de publicidad entre los candidatos, donde cualquier desliz o imagen mal proyectada puede incidir en el triunfo o en la derrota en el subconsciente condicionado de los insospechables votantes. Un ejemplo al canto fue aquella famosa escena entre Gerald Ford (a la sazón “Presidente en funciones” después de la renuncia de Richard M. Nixon en el 1973) y Jimmy Carter. A Ford se le ocurrió decir que Polonia no se encontraba en el área de influencia de la Unión Soviética, manifestando una ignorancia supina de la geopolítica imperante en aquellos años.
Otra imagen que dio la vuelta al mundo cuatro años después fue cuando Ronald Reagan, un actor de cine consumado y entrenado, mirando a Jimmy Carter de arriba hacia abajo (Reagan, alto y apuesto, con una actitud de abuelo dirigiéndose a un nieto recalcitrante) respondió a Carter con estas palabras: “Herewegoagain” (aquí vamos de nuevo). Carter, más bajito y con aspecto de muchachito, cayó en la trampa. Es decir, que cualquier escena, por intransigente que parezca, puede incidir en el subconsciente colectivo de los votantes, pues estos debates se han convertido en un certamen de publicidad para influenciar las mentes de los votantes.
En el debate sobre la esclavitud entre Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas (1858), cuando la televisión no soñaba con existir, el protocolo del debate consistió en darle una hora a cada contrincante. Después de ambos agotar su tiempo, se le concedió a cada uno media hora para responderse mutuamente. Curiosamente, Lincoln participó como candidato Republicano y Douglas como representante del partido Demócrata. De esta manerael debatese concentraba en los tópicos, sin dar pábulo para alusiones personales, contrariamente a lo que presenciamos en los debates entre Trompoloco e Hilaria. No era posible debatir sobre lo que cada uno hizo o dijo o había dejado de decir o de hacer.
Cuando le preguntaron qué cosa positiva admiraba cada uno en su contrincante, Hilaria mencionó a la familia de Trompoloco, sin mencionarlo a él. Este, a su vez citó la capacidad de ella de nunca dar su brazo a torcer. ¡Gran vaina!
Lo triste de este drama innecesario fue cuando los canales televisivos se dedicaron a darle el triunfo o la derrota a uno o al otro, como si se tratara de dos boxeadores septuagenarios en un cuadrilátero incongruente. Personajes como Newt Gingrich, ex presidentede la Cámara de Representantes y ex pretendiente a la presidencia, proclamó a los cuatro vientos que el ganador había sido Trompoloco, porque había lucido más agresivo, poniendo a Hilaria a la defensiva. En realidad fue todo lo contrario. La cara de Trompoloco fue la mejor evidencia y la CNN le dio 20 puntos de ventaja a Hilaria y las primeras encuestas después del debate le dan a ella 11 puntos de ventaja.
Nasty. Nasty. Estos debates se han convertido en competencias sórdidas y denigrantes.