Por lo que se conoce de la narrativa chilena en la actualidad, podemos observar dos aspectos reveladores de un fenómeno que en su aparición epocal pueden ser  denominados:

  1. Diferencial o o apocalíptico
  2. Ideológico-cultural o de recesividad sociohistórica

El primero incluye a narradores que, como José Donoso, Francisco Coloane (1910), Carlos Droguet (1912-1996) y María Luisa Bombal (1910-1976), producen un texto plurívoco y dialógico-imaginario. El segundo incluye a narradores que como Alberto Fuguet, Luis Sepúlveda (1949) o Isabel Allende (1942), Manuel Rojas y Martha Brunet entre otros, reconquistan el “imaginario del otro y lo otro vertido en un discurso de la posibilidad que no olvida lo que nos relata lo real”.

El experimento narrativo que plantea desde el cuento y la novela una reversión y una desautomatización ideológico-textual, temporaliza el testimonio y la biografía local, lo cotidiano a partir de una escritura del yo que se transforma en una escritura del nosotros (vid. Guido Eytel (1945) Marcela Paz, Antonio Skármeta (1940).

En la narrativa chilena contemporánea encontramos las características de los siguientes momentos de relación y fundación:

  • El yo des-enmascarado propiciado por la persona narrativa.
  • La prosa narrativa articulada a varias voces ficcionales.
  • La quiebra provocada por el experimento narrativo y la irreverencia a las leyes del género (cuento, novela).
  • La desintegración de las estructuras del relato llevada a cabo por la narrativa feminista y deconstructivista.
  • La búsqueda de nuevos imaginarios políticos, fronterizos y culturales.
  • Provocación de fisuras en los bordes y centros del texto narrativo.
  • Realismo y testimonialismo exacerbado por las vocalidades del novelista o cuentista.
  • Onirismo crítico y presencia de la irrealidad o de la realidad imaginaria.

Estos momentos se convierten en el proceso, en tendencias y modalidades que comprenden toda una literatura ficcional atravesada por el deseo de dialogar con la conciencia social en los años 70-80 y aun más en los 90, cuando la ruptura se impone como necesidad de negación generacional, tal como lo admite Alejandra Costamagna (1970).

En el caso de autores que se perfilan como provocadores (Pedro Lemebel, Poli Délano, Roberto Bolaño), lo narrado adquiere categoría de crónica política y generacional, a la vez que de documento de vida, razón y sinrazón existencial y política.

Estudiosos como Rodrigo Cánovas E. (1997) entiende que el discurso narrativo generacional recurre a los temas que se podrían entender como prototipales en la narrativa chilena: la esperanza histórica, el viaje, la religión, la agresión contra los insurgentes, la búsqueda del modelo histórico y el Ethos cultural. En la obra Novela chilena. Nuevas Generaciones: El abordaje de los huérfanos (1997), de Rodrigo Cánovas E., encontramos la crítica aliada a una intención de estremecimiento al discurso generacional que  preparaba  entonces el flujo neovanguardista de los 60 y los 70.

Pero, la narrativa chilena actual es una narrativa de recorridos verbales, surreales y ónticos, donde aparecen los focos desencadenantes de una modernidad que se ha vuelto ya rebelde contra ella misma. El imaginario vital y pseudobiográfico es un conformante del recorrido narrativo de los últimos treinta años. Y así, escritores como Gonzalo Contreras (1958): La ciudad anterior (1991); La danza ejecutada (1986); El gran mal (1988); Jorge Edward (1931): El peso de la boche, El museo de la cera, La mujer imaginaria o el origen del mundo, Persona non grata, Adiós, Poeta, se adhieren a una escritura nacida de síndromes epocales “Soles negros”, figuraciones descentradas, placeres inquietantes, metáforas políticas, fobias culturales y obsesiones generacionales.

Indudablemente que la narrativa chilena actual no es solamente una narrativa de enfoques, sino más bien una narrativa de vínculos generacionales y post-generacionales. En un país agrietado por la amenaza del totalitarismo y la huella del golpe militar de 1973, los narradores chilenos de los últimos veinticinco años están marcados por la dictadura de Augusto Pinochet, el exilio, el viaje imaginario de la justicia como proyecto actual, la evocación revolucionaria y la irreverencia post-revolucionaria tardomoderna.

En este proceso, podemos destacar la acción editorial de una narrativa que se mantiene en suelo y cultura chilenos y en aquella narrativa del viaje interminable que, como fantasma permanece aún en el exilio. Las cualidades de estos ejes de creación narrativa producen los tonos e hipertonos de una escritura que asiste a la “puesta en relato” de contradicciones epocales, culturales y estéticas.

Un caso editorial de importancia en el desarrollo de la narrativa chilena actual es el de Isabel Allende, nacida en 1942 y cuya obra parece ser el mayor acontecimiento editorial de los últimos veinte años. Se ha comentado a través del periodismo literario que su obra es la más leída, no solamente de Chile, sino de Latinoamérica. Siendo la novelista latinoamericana más leída en el momento actual, su obra, sin embargo, se afianza en una mimesis y un testimonio que aún está por estudiar y que la crítica reconocida como “seria” no ha caracterizado de manera  puntual y procesual en el contexto de producción de la narrativa chilena de los últimos 30 años.

La obra de Isabel Allende (véase, La casa de los espíritus, De amor y de sombra, Eva Luna, Cuentos de Eva Luna, Paula y otras), se afianza en el mito, lo maravilloso y lo real-imaginario como categorías asimiladas y metaculturales que se leen en proceso, dinamismo de estructuras conformativas y socioculturales, entendidas en el marco de una protesta, un enfrentamiento con el tiempo, la vida y la muerte.