En enero de este año visité la isla de Cuba como parte del jurado del Premio Casa de las Américas. Durante las actividades del evento, participé en una mesa junto a los novelistas latinoamericanos y caribeños Milton Fornaro, Ahmel Echevarría y Juan Cárdenas. El tema: Cómo narrar Latinoamérica a medio siglo de la publicación de Cien años de soledad. Durante el conversatorio salieron a relucir cosas brillantes y el intercambio con la audiencia fue excelente. Pero lo memorable sucedió momentos después, ya que al salir del auditorio, fuimos sorprendidos por un mar bravo que había desafiado el malecón para meterse más de cinco cuadras Habana adentro. En la agenda de ese día se había programado una lectura de poesía con otros de los escritores invitados; la misma fue cancelada por obvias razones. Esa noche, en la terraza del Hotel Presidente, improvisamos la lectura, extasiados ante lo salvaje del azar caribeño, viendo flotar a nuestro lado la basura y la belleza de La Habana.

Sin pecar de exagerados podemos coincidir en que hoy día atravesamos por una crisis de contexto en el lenguaje. Las distintas narrativas que dictan nuestra cotidianidad son manipuladas en favor de intereses económicos y políticos. Este ambiente de confusión es propicio para el cinismo y la desinformación. El contexto nos permite relacionarnos con estas narrativas, discernir y argumentar entre ellas en una dialéctica que nos permite aprehender y en el mejor de los casos modificar o soñar con otras narrativas. El contexto promociona la inventiva y la creatividad, atiende a la imaginación y por ende, multiplica el lenguaje. En cambio, comunicar con ciento cuarenta o poco más caracteres ilimita el contexto, lo expande peligrosamente.

En tiempos en donde el tweet es la norma, leer Cien años de soledad es fundamental para comprender nuestra poesía y nuestras deficiencias como región. La novela es una especie de mapa rústico hecho del conflicto entre cuento vs. historia y la confluencia del mito, el presente y la leyenda. Esto se logra mediante la creación de estructuras cronológicas que permiten la condensación de ciertos momentos latinoamericanos paralelos a causas y azares de una familia en el terreno de una realidad imaginada.

Quiero forzar aquí que el resultado de la ecuación historia/cuento-mito/leyenda puede ser la magia. Esta magia contiene dos elementos principales: uno práctico y otro metafórico. El práctico abarca el andamiaje narrativo que se alimenta de tiempo: flashbacks, recuentos, circularidades, redundancias, regresiones, nivelaciones, comparaciones y reparaciones. En el ámbito metafórico podríamos hablar de la novela como un evangelio de la posibilidad de lo imposible: el universo bananero contado desde sus habitantes en formas no perfectas pero sugestivas. Magia como tal no existe, pero la percepción de la realidad como magia es posible. La magia puede ser inducida, magia enamorada y rebelde que enferma a quien leyere. Cien años de soledad es el espacio en donde la maravilla y la desgracia del Caribe comulgan para explicar América Latina mediante la crónica familiar y la contemplación. Por más que los azares del presente nos seduzcan con la idea de ser modernos, el peligro real de este deseo radica en el cinismo. La novela impulsa y propone discusiones como espejos en donde reflejarnos, argumentar y escribir a partir de nuestros conflictos. ¿Cómo leernos entonces? Ahora más que nunca con el ojo aguzado, crítico, combativo y combatiente; desde el lenguaje, como una de las formas de lo posible.