Abundan en la Biblia las oraciones que reflejan odio y espíritu de venganza. Una de las más famosas es la del salmo 137 “Capital de Babilonia, criminal, quién pudiera pagarte los males que nos has hecho, quién pudiera agarrar y estrellar tus niños contra las piedras”.
Por otro lado tenemos las narraciones de las famosas “guerra santa” que está justificada en el libro del Deuteronomio 20, 13. “Le pondrás sitio, y cuando el Señor la entregue en tu poder pasarás a cuchillo a todos sus varones. Las mujeres, los niños, el ganado y los demás bienes de la ciudad los tomarás como botín”. O sea, ni las mujeres, ni los niños quedan libres de la masacre y lo peor del caso es que todo esto aparece como ordenado por Dios.
¿Es palabra de Dios la ley contra una mujer que esté menstruando? Dice en Levítico 15,19: “La mujer que tenga la menstruación permanecerá impura por espacio de siete días. Quien la toque quedará impuro hasta la tarde. Todo aquello sobre lo que se acueste durante su impureza quedará impuro”.
Recordamos también que la biblia prohíbe comer mariscos. (Levítico 11, 9) ¡Por Dios, con lo sabrosa que es la paella valenciana o la masa de cangrejo guisada con tostones!
¿Es palabra de Dios la normativa de guardar el sábado? Un pobre hombre salió de su casa a buscar leña el día sábado. Como no sabían que hacer con él lo pusieron en prisión. Luego lo presentaron a Moisés y a Aarón. Entonces Dios dijo a Moisés: “Que muera ese hombre. Que lo apedree toda la comunidad fuera del campamento”. Y así lo hicieron, lo apedrearon hasta que murió, como lo había mandado Yahvé (o Jehová, si lo prefieren).
Y así por el estilo, la biblia está llena de imprecisiones, de contradicciones, de relatos absurdos, violentos, sangrientos e injustos. ¿Por qué? Sencillamente porque fue escrita por hombres que pertenecieron a un contexto histórico que también buscaban unos objetivos particulares. Dios no escribió la Biblia y tampoco se la dictó a los autores, como tampoco ordenó genocidios, ni destruyó ciudades donde supuestamente todos eran homosexuales.
Es peligroso pensar que la Biblia es “palabra de Dios” y aceptar literalmente todos sus relatos. Es peligroso porque cuando se dice que es “palabra de Dios” se le atribuye una verdad absoluta, un poder incuestionable a textos escritos por seres humanos, en un contexto determinado, en una cultura patriarcal y misógina.
La expresión popular de “la Biblia dice”, sin más, llevó en el siglo XVI a la Inquisición de Roma a perseguir y obligar a Galileo Galilei a renunciar a la teoría heliocéntrica, o sea, que la tierra orbitaba alrededor del Sol y que este estaba en el centro del Universo. (Es justo recordar aquí que anterior a Galileo Galilei, un monje polaco llamado Nicolás Copérnico, en 1543 afirmaba que la tierra y los demás planetas giraban alrededor de un sol estacionario). Pero esta teoría contradecía lo que dice la biblia en el libro de Josué 10, 11-13. Dice que por orden de Josué, el sol se detuvo. Así que condenaron al científico en 1633 y tuvo que retractarse de su afirmación científica. En 1992, el papa Juan Pablo II reconocía públicamente el error cometido por la Iglesia.
La ciencia tenía razón y la biblia estaba equivocada, y cuando digo la biblia me refiero a sus autores, que son muchos y que ignoraban lo que hoy todos conocemos.
¿Pero 359 años no es un poquito tarde para un mea culpa? No importa, ya Galileo debe estar contentísimo y descansando en paz con esta disculpa de la Iglesia. A demás se ha avanzado algo en el diálogo entre fe y ciencia. Por ejemplo, el Concilio Vaticano II en el documento que trata sobre la palabra de Dios, “Dei Verbum”, exhorta a los católicos a interpretar la Sagrada Escritura haciendo uso de la historia, la exégesis y los géneros literarios. Lejos están todavía algunos predicadores evangélicos que siguen aferrándose al postulado principal de Martín Lutero, la “Sola scriptura”.
Volviendo a las narraciones escandalosas: ¿Por qué algunas personas prefieren seguir aferradas a la imagen de un Dios todopoderoso, que castiga con el infierno a los malvados y premia con el cielo y la prosperidad a los buenos? Supongo que en el fondo a todos nos gustaría el literal “ojo por ojo y diente por diente”; que Dios mandase una maldición a los malos, a los dictadores que oprimen a su pueblo, a los pedófilos que abusan de niños, algún cáncer a los políticos corruptos que se enriquecen empobreciendo a los otros.
Pero Dios no es así, sus pensamientos no son los pensamientos del hombre ni sus caminos los caminos que emprendemos a diario. No premia a los que se consideran “buenos”, a los que van a misa o al servicio religioso, a los que dicen “Señor, Señor” a los que son generosos con las ofrendas, a los hombres y mujeres de buena voluntad. Tampoco manda maldiciones a los que “los buenos” consideran “” malos. El Dios de Jesús que encontramos en los evangelios hace salir su sol sobre justos e injustos y manda la lluvia para regar los campos sembrados del terrateniente abusador y la parcelita del pobre campesino. (Mt. 5, 45)
¿Quiere decir que los malvados se salen con la suya? No, quiere decir que nuestros actos tienen consecuencias positivas o negativas y que la vida se encarga, por alguna vía misteriosa, de hacérnoslo ver. No es correcto proyectar en Dios nuestros deseos de venganzas, nuestras mediocridades, nuestros odios y justificarlos con la “palabra de Dios”.