I.
Lincoln con 27. Una de la tarde. La lluvia ha dejado de caer sobre la superficie asfaltada. El semáforo en rojo cambia el humor de una mañana entaponada. Miro a mi derecha y un agente del tráfico detiene abruptamente la marcha bulliciosa de los vehículos que momentos antes esperaban impacientes. A su lado va una chica de esas que solemos llamar “megadivas”. Su piel traslúcida al descubierto. Enorme escote que revelan la grandeza de sus senos. Todos la miran y ella sabe que todos la miran. El “Amet” la acompaña de sur a norte, atravesando toda la avenida mientras ella lleva en sus brazos una costosa bolsa de Centro Cuesta. En vía contraria, aprovechando indiscretamente la oportunidad imprevista, una señora atraviesa la avenida con su ropa raída y mugrienta. Sus pasos cansados no consiguen la prisa necesaria para llegar a la otra acera. Se detiene en medio de la avenida mientras el tumulto de máquinas la esquiva como un obstáculo indeseado.
II.
El león se asoma a la manada de lobos y hienas que días antes le habían anunciado en su apetecible llegada. Las luces rigurosamente colocadas le dan la sensación de mayor grandeza. Su verbo ingenioso y oscuro se eleva sobre la multitud. Levanta sus manos en señal de que pronunciará su primera palabra, la tan anhelada palabra que había prometido a sus conciudadanos. La multitud desespera, el líder milenario dirá su palabra de viva voz. No importa que tiempo atrás había ostentado el poder sobre la selva. Ahora se sentía aventurado, sus sueños podrían perfectamente encajar en los nuevos aires, en los nuevos tiempos. Había pensado que en su discurso debía encarar el proyecto nacional hacia el progreso. Lo que había soñado para toda la selva se cumpliría en su persona. Se sentía dichoso y así proyectaba la imagen, el más dichoso de todos.
La multitud obedeció ciegamente, hizo silencio. Estaba ansiosa de escucharle en aquel escenario y en aquella circunstancia tan prometedoras de lo nuevo. El nuevo camino se abalanzaba sobre ellos con tanto ímpetu que la palabra esperada sería como el génesis, el principio de todo, el inicio de la victoria final hacia el porvenir. Apenas las luces del escenario selvático se movían inquietamente. El líder baja los brazos, abre las fauces para pronunciar su palabra o su rugido, ya todo era lo mismo y daba lo mismo decir o rugir. Las enormes fauces se movían con grandilocuencia, sus gestos estrenados acompañaban el molestoso chillido amplificado. La multitud espero y esperó y nada salió. Las hienas que le rodeaban intentaron mostrarle que sus gestos eran infructuosos, nada salía de su boca. El león se mantuvo de pie, incólume y ensimismado en la ilusión de dar su gran palabra sobre el destino de la selva.
III.
La bondad paterna en su mejor expresión. Esto era lo que encarnaba el viejo caudillo. Descarnado de tanto darse y tanto ofrecerse por el bienestar de todos pensó que era el momento para intentarlo de nuevo. Nada se lo impedía esta vez. El fracaso de antaño sería ahora la experiencia del presente para construir el futuro. Vestido de blanco e intachable de pureza el destino estaba sellado: sería otro. Ese otro padre legendario que todos deseaban o que necesitaban porque aquí coincidían, como una forma consagrada, lo espiritual y lo carnal. El padre bondadoso recoge los pocos pelos de su abundante calvicie y los concentra en un punto, como queriendo darle orden a lo que por naturaleza no lo adquiere. Se imaginó frente al espejo de los otros y pensó que era cierto, todos lo querían. Había sido honesto con todos.
Las paredes blancas se llenaron de luces. Los comensales habían sido convocados para aquella hora de la verdad y llegaron a tiempo. Sobre la mesa imaginaria se inició el largo ritual de adquirir los alimentos y llevarlos a la boca. después se ofrecían postres imaginados, bebidas imaginadas como recuerdo de un pasado esplendoroso mientras el padre recontaba con simples y espontáneas palabras el futuro glorioso que podría venir si así lo quería. Y él quería y mientras quiso determinó soberanamente que debían sentarse todos a la vez y sin prisa. Alguien osó preguntar: ¿evacuamos o comemos?