El relato legendario no se detiene como horizonte ni como imaginario histórico-político. Cobrará su valor y marcará la contradicción visible, debido a la ambición de posesión y necesidad de poder. Y así, la “novela”  geográfica y colonial muestra sus peripecias que culminarán en la ruta de lo maravilloso insular:

“De modo que, cuando llegan las instrucciones del Almirante, en el sentido de fundar una ciudad, el Adelantado se encuentra a sus anchas. Marcha hacia el sur, llega al río, encuentra densamente pobladas las orillas, sondea el puerto, decide fundar allí la ciudad de Santo Domingo por el nombre de su padre, según unos, por el día en que llegó, según otros, deja veinte hombres construyendo el fuerte y regresa rumbo a Jaragua” (Ibíd; p. 144).

“Bohechío y Anacaona, su hermana, viuda del épico Caonabo, le reciben y le hacen pasar un gran momento, exactamente dos días, en Jaragua, que es una arcadia feliz” (Ibíd.)

En el “lugarejo perdido entre los senderos silvestres” tiene Anacaona un “lecho”, una casa que encanta, debido a sus características decorativas especiales, sobre todo para un europeo aventurero:

“Andaba desnuda como Venus sobre las espumas, cuenta otro. Como fueran a ver las canoas de los blancos que habían venido a buscar los tributos, pues tuvieron que pasar la noche en el lugarejo” (Ibíd.).

“Allí, según cuenta Las Casas con lujo de detalles tenía esta señora una casa llena de mil cosas de algodón, de sillas y muchas vasijas y cosas de servicio de casa… y era este lugar y casa como su recámara…” (apud. Pedro Mir, op. loc. cit.)

Los datos sensibles salidos de la narración parten también del esquema fundacional de La Española que no deja de tener ribetes míticos y a la vez legendarios:

“Allí durmió Don Bartolomé. Hizo una luna fría y metálica. El monte tropical se exhalaba en emanaciones estivales que ejercen cierto extraño sortilegio nocturno sobre los forasteros. “Que por mayo era, por mayo, cuando los grandes colores, cuando lo enamorados…” igual que en el romance antiguo. Y dicen las malas lenguas, aunque Las Casas, obispo recata piadosamente, que Don Bartolomé quedó encantado…Anacaona también… (pp. 144-145).

Un evento real o imaginario narrado con la particularidad del detalle, no solo recrea, sino que también invita a captar lo placentero de esta narración que se confunde con la fábula-historia, haciendo posible que la diégesis se convierta en procedimiento de escritura y valor poético-verbal.

Así pues, es necesario y pertinente decir que nuestro escritor no fantasea al óleo picaresco, sino que más bien imagina eventos desde el texto entendido como relato fundacional. De ahí su cruce mítico, la cardinal lejana o cercana que no deja de sorprender al lector por su visión mágica en un contexto de “lujuria” y necesidad de riqueza. Las figuras del discurso que enriquecen la narración participan en Las Tres leyendas… de un campo interpretativo cónsono con la historia y el relato novelesco.  Se siente en la prosa de Pedro Mir el efecto figural en el tejido mismo de la escritura poética.

Al constituirse como cuerpo metafórico-metonímico, alegórico y simbólico de la Historia, Las tres leyendas aseguran como valor expresivo el campo narrativo y poético, estimado como puente entre la poesía y la narración, por cuanto el imaginario figural también traduce el deseo y la necesidad de vivir bajo una estrategia de vida histórica en una isla emblemática, inventada por los colonizadores.

¿Qué se vislumbraría en aquel contexto de ambiciones y ambiciosos? Lo que sobrevendrá posteriormente a La Española lo veremos con las Devastaciones de Osorio (1605-1606), que habrán de incidir negativamente como guerra humana, torpeza burocrática y destrucción de cuerpos aislados y vendidos más adelante.

Ciertamente las Tres leyendas… no pierden su fuerza y vigencia, pero tampoco su valor narrativo. En el empleo de una figuralidad o figuratividad verbal, observamos los valores literarios e históricos que hacen legible el universo de la ficción- historia, reveladora de ocurrencias temáticas, historiográficas, textuales o escriturales. Los fraseos sintácticos y semánticos particularizados en los ejes mismos de la relación, descripción, narración o biografía, aparecen en aquellos tiempos de una interpretación que conducirá más tarde a comprender cierta identidad nacional o alguna que otra razón de Estado.

Pero el capítulo Roldán, casi en abierta actividad de rebelión contra Don Diego, luego de que el susodicho había varado la embarcación que estaba en Jaragua y partió para La Isabela, habiendo desembarcado enseguida, llegó al puerto y provocó cierta chismografía e indignación:

“La gente común se escandalizó y pasó de la murmuración reservada a la censura abierta. Pedían que botase al agua nuevamente la carabela y se despachase a buscar víveres a España. Don Diego consideró descabellada la idea porque el bajel no tenía equipo” (p. 145).

Mir aprovecha para narrar un segundo tiempo del descontento: la resistencia de Roldán:

“Roldán no estuvo de acuerdo y protestó con toda su hombría. Sentía detrás de él al pueblo entero zapateando frenéticamente. Don Diego le miró la vitola a este Roldán, echó una ojeada al ambiente y tomó una medida. Aquello no le caía bien. Cualquiera hubiera despachado la carabela, pero el seminarista tenía los informes de España” (Ibíd.).

Un tercer tiempo narrativo ha creado ya otro ritmo y otra respuesta que preparó a Roldán, sin quererlo, como una fuerza que más tarde tendría su consecuencia. Don Diego:

“Envió precipitadamente a Roldán con cuarenta hombres a donde estaba emplazado el Fuerte de la Concepción con el fin de que los indios de Guarionex no se atrevieran a levantarse en el hipotético caso de que estuvieran tramando hacerlo. Esta medida ingenua fue el punto de partida del Alzamiento de Roldán…” (Ibídem. loc. cit.)

Ciertamente los elementos articuladores de la narración, imponen la figura histórica en la mira de un punto de resistencia; texto donde predomina la cardinal narrativa y política como extensión del  foco de significación:

“Con cuarenta hombres bajo su mando Roldán es ya el héroe de esta aventura. Comienza por mirar a su gente y desarmar y separar del cuerpo a los que no le eran afectos. Al cabo de la purga, en lugar de cuarenta,  tenía setenta hombres de la más pura condición revolucionaria. Y en vez de molestar a los indios, se proclamó su “defensor y librador”. Les justificó que se negaran a pagar el tributo. Consideró que era una disposición tiránica e ilegítima. Además estúpida. No hay más tributos en Las Indias, pues. Y una vez hecha pública esta determinación entre los indios, Roldán se vuelve a La Isabela”. (p. 146)