Nadal Walcot fue genuino en su obra, en sus elecciones de vida y auténtico con sus amigos y su cultura. Artista de la pluma, el color daba movimiento a sus temas que siempre giraron alrededor de su cultura familiar y ancestral: su procedencia era de las islas inglesas que en su momento auxiliaron el empuje de la industria azucarera dominicana a finales del siglo XIX.
Pintura naif para algunos, artista por antonomasia, dejó plasmada su herencia en su hijo Horacio, de quien vemos incubado una relación inseparable padre-hijo en el manejo del pincel. Su magnitud como artista es posible apreciarla en los distintos cuadros que tienen muchos de los grandes colecciones nacionales y extranjeros, amigos, establecimientos comerciales, bancos, restaurantes y museos nacionales e internacionales.
Su vocación por los ancestros lo llevó a definir tempranamente su obra hacia el ingenio, el batey, los guloyas y momises, el cañaveral y San Pedro de Macorís donde vivió y murió. Esa obra traduce una experiencia de vida, una memoria étnica, social y cultural y momentos de vida familiar y social que eran parte de su existencia misma, por tanto, la secuencia de su obra, es la secuencia de una cronología contada y plasmada en cada uno de sus cuadros, pues la temática, aun repitiese como reiteración un hecho de vida cultural de su San Pedro querido o de Consuelo donde vivió, cada estampa de sus cuadros era única.
Gestor, promotor de proyectos culturales, líder comunitario de causas hoy perdidas para mucha gente, Nadal Walcot fue y será un hombre de su pueblo
Cada pintura es una página de un libro que era memoria, resistencia, reverencia a sus formas culturales ancestrales y determinación de reafirmación de un grupo cultural que ha sabido luchar, pervivir, reafirmarse e integrarse a pesar de los alejamientos resentidos de algunos y de las penas con que el destino los desterró de sus islas y le dio como matriz y hogar a la República Dominicana, donde viven y comparten destinos y esperanzas.
Adelfo Nadal Walcot es por decirlo de alguna forma, un cronista local de un grupo étnico, una comunidad, una cultura, un modo de ser y sentir que su lienzo libre supo, trazo a trazo, conjugar para dejarnos lo mejor de su recuerdo: su arte.
Gestor, promotor de proyectos culturales, líder comunitario de causas hoy perdidas para mucha gente, Nadal Walcot fue y será un hombre de su pueblo, de sus raíces, de su sentimiento hacia sus ancestros venidos del África lejana, del Caribe o de cualquier lugar que sea perentorio de esencias vitales de vida, allí mora el alma de Nadal Walcot, amigo y entregado a las mejores de las causas, la de su pueblo, la de la libertad.
Supo, este duende cronista del ingenio y sus lastres, encontrar en la musa de la pintura, un mecanismo de comunicación para establecer un dialogo de signos, símbolos, causales y definiciones de un ser apegado al terruño, a la identidad embrionaria y a su gente y que encontró la mejor manera de decirlo, la pintura, los cuadros de bodegones de pez, la locomotora, la danza de los guloyas, el cañaveral y los tortuosos senderos del batey que fueron su aprendizaje, su musa creativa y su acompañante hasta que el destino lo escogió como pasajero de un largo camino sin retorno, pero con grandes compensaciones de vida y que su pintura es el mejor de sus testimonios y legado de su grandeza.