Políticos, empresarios, banqueros, supuestos narcotraficantes, y demás sospechosos de acumular fortunas al margen de la ley, o de adolecer de incoherencias fiscales, suelen espantar las moscas con una frase exculpatoria de carácter universal: “No tengo cuentas en mi nombre”. No mienten, dicen la verdad.
Quienes a través de negocios lícitos o ilícitos llegan a ser millonarios suelen volverse avaros, atentos solo al placer de la verificación diaria del cumulo y a nuevas formas de seguir incrementándolo. Tanto en países desarrollados como en los del tercer mundo, a esos afortunados no les gusta pagar impuestos; utilizan subterfugios sin consideraciones éticas, sociales o nacionalistas (el capital es apátrida).
Recordemos al Presidente electo Donald Trump, jactándose de cómo utilizó artilugios “perfectamente legales” para quedarse con miles de millones en impuestos federales, y todas esas compañías gigantescas y multinacionales que no pagan un centavo al fisco.
Hemos visto a banqueros españoles imputados, funcionarios alemanes, magnates ingleses, especuladores de Wall Street y, por supuesto, a políticos de lugares como el nuestro, utilizar la magna oración exculpatoria: “yo no tengo cuentas en mi nombre” . Lo ha dicho Lula, Maduro, Chávez y Fidel. Aquí, en corruptilandia, junto a lo de “persecución política” y “pruébemelo…”, es frecuente coletilla, aburrida e hilarante. Pero no mienten, dicen la verdad
¿A quién se le ocurre hoy día tener cuentas en su nombre? Quizás a un tonto de monte adentro. Se tienen cuentecillas, documentos de bienes acomodados, planillas impositivas de creatividad contable, y otros folios imprescindibles para seguir ganando mucho y reportando poco.
Es que esperando están Bahamas, la islas Caimán, Dominica, Israel, Lebanon, Liechtenstein, Russia, Kuala Lampur, y otras islas y países, dispuestos a acoger miles de millones de dólares canalizados a través de Panamá y alimentados a través de Suiza. Se mueven disfrazados en un laberinto de compañías “off shore”, que pueden nacer en Santo Domingo y terminar en Mongolia. El ocho por ciento de las riquezas del mundo están escondidas en paraísos fiscales. Cerca de doscientos billones de dólares ocultos y- a mí no me sorprendió la información- entre sus principales dueños se encuentra latinoamericanos y africanos, paises donde es endémica y brutal la corrupción.
Los datos sobre esta tragedia mundial están documentados con brillantez y pedagogía por David Halpern, director de investigaciones del Instituto de Gobierno en Londres, en su libro “ The Hidden wealth of Nations” ( “La riqueza oculta de las naciones”). Leyéndolo, me llamó la atención el papel protagónico e hipócrita de Suiza en la trama, y la enorme dificultad que tienen los gobiernos para impedir esas fugas y hacer regresar esos capitales.
Es un libro sin cuentas en nombre de nadie, que detalla la manera en que una compañía se multiplica en cinco que a la vez se multiplican en diez, para volver a reducirse en una y fungir como principal accionista de una factoría de seda para turbantes en la zona franca de Madagascar.
Por eso, cuando dicen que fulano, zutano o mengano aseguran no tener cuentas en su nombre, rio. Y me ofendo. Conociendo de qué manera se hace, se saca, se mete, y se vuelve a sacar el dinero acomodado en corporaciones sin dueños, al pronunciarse la manoseada frasecilla, siento que me toman por idiota.