Para la existencia o permanencia de una sociedad debe haber algún nivel de justicia y algún nivel de verdad. La convivencia es imposible en un ambiente marcadamente injusto y donde la mentira y lo falso sean determinantes en la configuración de nuestra relaciones con los demás.
La mentira se puede ver sólo como un problema del que miente, pero en gran parte también es un problema del que cree. Se nos puede mentir de manera ostensible, de formas clara y evidente, pero en este caso lo que puede ser un problema del que nos miente se convierte en asunto nuestro por crédulos.
Todas las estafas están determinadas por un vínculo entre el estafador y un buen creyente. Un buen tahúr siempre empieza por ganarse la confianza y credibilidad de las personas a quienes va a estafar, y como las violaciones sexuales y los abusos de este género con los niños, quien actúa en la estafa como estafador no es un total desconocido. En una buena mentira siempre hay algo de verdad.
Un buen estafador si quiere dar un palo grande devolverá el dinero si es poco y si toma dinero con el objeto de dar un beneficio, para luego llevárselo cuando sea mucho, pagará sin problema a sus primeros creyentes, con el objeto de que estos atraigan más personas cegadas por el pecado de la codicia.
Gente nacida en algún barrio pobre de la capital, o en algunas de nuestras provincias pobres también, adquieren de repente un origen divino sólo por el hecho de ser Presidente
La mentira se puede utilizar como instrumento del engaño, y su utilidad es mayor cuando los engañados son muchos. La falsedad se puede asimilar como verdad por reiteración, creemos porque siempre se nos ha dicho que eso es verdad.
A lo largo de la vida se nos plantean como verdades lo que son creencias cuya veracidad no ha sido demostrada. Hay creencias que se asumen por fe, por la incuestionable existencia de lo divino, pero como el hombre si lo dejan solo hasta de Dios duda existe la intermediación sacerdotal, que nos machaca, para que no lo olvidemos, que Dios existe y es amor.
Pero al margen de lo divino que tiene una condición axiomática sustentada en la fe, los hombres que no son dioses, y que no pueden presentarse como tales, conocen el método de la reiteración para que una mentira sea creíble.
El primer timo sobre la condición humana en algún modo señalada como divina empezó por los reyes, que se atribuyeron un origen divino y conformando una majestad que lo excluía de los mortales, pero toda la majestad de los hombres regios y su indiscutible divinidad rodó con la cabeza de Luís XVI, bajo la consigna de la igualdad entre los hombres, todos considerados ciudadanos.
La debacle de los postulados de la divinidad del rey empezó con una petición de justicia que en la vida social es tan necesaria como la verdad, porque en el marco de lo injusto hasta la existencia de Dios se cuestiona.
En la democracia, donde se pretende que los hombres sean en algún modo políticamente iguales, han sobrevivido algunos elementos de la majestad monárquica, como atributo imprescindibles del presidencialismo de los mandatarios que se consideran asimismo excepcionales.
Los presidentes se vuelven seres distantes de los cuales se reitera su excepcionalidad adornada de los más increíbles atributos: padre de tal cosa, benefactor de la patria, demiurgo creador de lo que vemos y estamos por ver, entre otras.
Se insiste hasta el cansancio de los alertas del cerebro en lo que podríamos denominar, si otro no lo ha hecho, la presidencia divina, donde se colocan los mismos atributos de la majestad de los reyes.
En presidencia divina la primera mentira repetida es la imprescindibilidad del mandatario, aprendida a través de la repetición goebbeliana que dio a Hitler una excepcionalidad imborrable en la mente de mucha gente.
Se repiten las consignas para que resuene en la cabeza: sin tí se hunde este país, fulano o que entre el mar, Dios y el que está, no hay nadie más pa’ sustituirte, nada puede hacerse sin él.
Gente nacida en algún barrio pobre de la capital, o en algunas de nuestras provincias pobres también, adquieren de repente un origen divino sólo por el hecho de ser Presidente. Por suerte, por mandato de Dios, nada humano dura para siempre, así los cementerios están llenos de seres imprescindibles.