Reza una frase popular que nada es totalmente bueno ni totalmente malo. Esta afirmación parecería cierta si se toma en cuenta que, al mismo tiempo que la Segunda Guerra Mundial constituyó una enorme tragedia para algunos países, representó una buena oportunidad para que otros hicieran lucrativos negocios. De igual forma, que como consecuencia de esta conflagración surgió la Organización de las Naciones Unidas, solo que a partir de la necesidad de los países poderosos, de crear una entidad que les proporcionara la seguridad de no verse nuevamente ante un conflicto que pudiera afectar sus intereses, sin que tuviesen el poder para manipularlo en provecho propio.

Ese organismo con jurisdicción universal se creó el 24 de octubre de 1945 y en su Carta de fundación preconiza como objetivos de su existencia: 1) Preservar a la humanidad de la guerra, b) Reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre; c) Crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el derecho internacional, d) Promover el progreso social, e) Mantener la paz y la seguridad internacionales, f) Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, g) Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales, y e) Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar tales propósitos comunes.

A su vez, en la Carta de la entidad se estipula que las funciones y poderes del Consejo de Seguridad son: a) Mantener la paz y la seguridad internacionales de conformidad con los propósitos y principios de las Naciones Unidas; b) investigar toda controversia o situación que pueda crear fricción internacional;
c) Recomendar métodos de ajuste de tales controversias, o condiciones de arreglo; d) Elaborar planes para el establecimiento de un sistema que reglamente los armamentos; e) Determinar si existe una amenaza a la paz o un acto de agresión y recomendar qué medidas se deben adoptar; f) Instar a los Miembros a que apliquen sanciones económicas y otras medidas que no entrañan el uso de la fuerza, con el fin de impedir o detener la agresión; y g) Emprender acción militar contra un agresor. 

Ese rol de árbitro del organismo multilateral empezó a caricaturizarse en el momento en que, al intervenir en conflictos entre países, sus decisiones eran parcializadas a favor del bando identificado con los intereses afines a tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esta vez no se alude a las alrededor de 80 resoluciones que Israel ha burlado con el respaldo de los Estados Unidos. Tampoco hace mención a proyectos de resolución vetados por los Estados Unidos porque conminan a Israel a retirarse de los territorios ocupados (Gaza y Cisjordania, Alturas de Golán y Granjas de Sheeba) o simplemente a parar el genocidio contra los palestinos. No obstante, sí vale citar la forma alegre como ante la presión norteamericana, la organización promulgó la resolución que obligaba la salida de las tropas irakíes del territorio kwaití, autorizando la destrucción de una parte importante de Irak, aun cuando el gobierno de este país ofreció salir de los territorios ocupados con la sola condición de no ser atacados durante la retirada. Cualquier parecido entre este triste episodio y la conducta exhibida por el ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial en Winterspeld no es pura coincidencia. 

Como si el grado de parcialización, que raya en lo tragicómico, no tuviese límite, ante la guerra civil deflagrada en Libia, donde un ejército irregular se enfrenta al ejército del gobierno, a instancias de los Estados Unidos se aprobó la resolución 1973 de las Naciones Unidas, donde descaradamente se les dejan las manos a libres a Francia, Inglaterra y Estados Unidos para crear el club de la muerte con la tarea de bombardear a la población libia, su infraestructura militar y civil, las instalaciones del gobierno y tratar de asesinar al gobernante de ese país. Pero al mismo tiempo, amparados en la citada resolución, se decreta el embargo total contra el gobierno libio, mientras se permite el envío de instructores y soldados extranjeros, armas y logística al ejército rebelde. 

En el episodio más reciente de ceguera parcial de las Naciones Unidas, sin siquiera esperar una resolución, el Secretario General ordenó a los cascos azules destacados en Abiján, con sus tanques, cañones y aviones, bombardear las instalaciones del gobierno y hacer lo posible para asesinar al presidente. Esto sin embargo, no parecería formar parte del rol de la ONU, ni de las atribuciones de su principal incumbente.   

La conducta del organismo internacional frente a estos conflictos, internos y externos de algunos países, muestra claramente que si sus funciones son las enunciadas en la Carta que lo ampara, ha fracaso estrepitosamente, ha perdido su legitimidad y su razón de ser, y por tanto, debe dejar ser instrumento de salvaguarda de los intereses de los países poderosos de occidente, debe ser disuelto para dar paso a una entidad que verdaderamente sea un árbitro, que norteado por la justicia pueda hacer abordar los conflictos que enfrentan a algunos grupos humanos.