El nacionalismo, desde el punto de vista político, con su aparición a finales del siglo XVII, representó para muchos una atomización no sólo de algunas regiones del mundo sino del mundo mismo. Este derivaba del concepto de Nación que aparece en la Edad Contemporánea, de ahí que las relaciones internacionales experimentaron un gran cambio en cuanto a la forma de llevarse a cabo la interrelación, tanto en lo comercial como en la resolución de conflictos.

Como habíamos referido en nuestro artículo anterior, resultante de la Paz de Westfalia “se convenía en que los ciudadanos debían responder a las leyes de sus propios soberanos, y se acababa con la injerencia de poderes extraños en asuntos internos de los Estados-naciones, por medio de lo cual, se dio paso al nacimiento del nacionalismo”. Es decir, que desde el punto de vista político, se perseguía la adhesión de los ciudadanos al Estado-nación para asegurarse ante los Estados vecinos hostiles o aquellos a los cuales se les arrebataba territorios.

En la actualidad a muchos sectores, al oír hablar sobre el nacionalismo, de inmediato le llega la idea de acciones nocivas, fuera de la razón humana. Pero, es que sólo echan mano como fundamento de su ojeriza, de los casos en los que el nacionalismo mal entendido de algunos líderes, se valió del poder, para sembrar en el sentimiento de su pueblo, animadversión a todo lo que no fuera nacional; hablamos de un nacionalismo impuesto, o de aquellos tipos de nacionalismo que llevaban al pueblo a aspirar ciegamente a perfeccionar su territorio en términos de adquisición de nuevas demarcaciones. Es decir, que sus gobernantes (casi siempre caudillos) abusaron del concepto, saliéndose de la normativa moral; ocuparon territorios imponiendo nacionalidades; hicieron uso de la fuerza; declararon la guerra a muchas naciones; y enarbolaron la superioridad de su raza.

Existen corrientes que, para detractar todo lo que parezca nacionalismo, ya sea en sus versiones ligadas al totalitarismo o de contenido político-doctrinal, o ya sólo concerniente al sentimiento patriótico, tratan de satanizarlo englobándolo todo. Entienden que este es uno de los motivos de sufrimiento en el mundo y que no es más que egoísmo colectivo; aducen, como lo hace Francisco J. Contreras, que “las identidades nacionales no vienen dadas por la realidad histórico-social, sino que son construidas por la ideología nacionalista y los Estados.[1]

Pero también se observan en la actualidad, otras concepciones sobre el nacionalismo que se colocan más cerca de las ideas democráticas y de respeto de los Derechos Humanos. Por ejemplo, el llamado sentimiento nacionalista haciendo alusión al sentido de pertenencia a un Estado-Nación, grupo social u ordenamiento jurídico, dentro del cual se participa y comparte una comunidad de características dentro de las mismas fronteras, más bien apartado de un nacionalismo étnico.

El nacionalismo por el que abogamos se aproxima más a lo cívico, liberal y constitucional, quizás a aquel que da sentido democrático a la identidad, porque adopte los principios fundamentales de un Estado de derechos, siendo esto último lo que nos haga sentir orgullosos de pertenecer a la patria, eso si, sin alejarnos nunca de tal orgullo.

De manera que nos acogemos a extraer lo mejor de dos concepciones sobre el nacionalismo, a saber: el llamado patriotismo constitucional que acuñó el politólogo alemán Dolf Sternberger y que para Jürgen Habermas, quien le diera gran difusión al concepto, es aquel que “se apoya en una identificación de carácter reflexivo, no con contenidos particulares de una tradición cultural determinada, sino con contenidos universales recogidos por el orden normativo sancionado por la constitución; los Derechos Humanos y los principios fundamentales del Estado democrático de derecho”. Y por otro lado, el llamado nacionalismo cívico o liberal que ha sido definido como “la forma del nacionalismo según la que el Estado deriva su legitimidad política de la participación activa de sus ciudadanos, o sea, que la <voluntad del pueblo= representación política>. Es decir, que el nacionalismo cívico se basa en las tradiciones de racionalismo y liberalismo.

Todos debemos ser nacionalistas, todos debemos abogar por un nacionalismo apegado al respeto pleno a nuestra normativa fundamental y a los Derechos Humanos; sintámonos patriotas orgullosos, y asumamos los principios de nuestra constitución política. El nacionalismo que debe estar en nuestros corazones y nuestro cerebro es el nacionalismo de Duarte, que sin temor a equivocarnos podemos afirmar que se encontraba enmarcado en las ideas más liberales de su época. No olvidemos que el patricio importó de Europa y Estados Unidos tales concepciones liberales.

Juan Pablo Duarte aún siendo radical en sus planteamientos nacionalistas, no se apoyó de distingos de raza, color o religión. Sólo hay que leer los siguientes versos de Duarte para hacernos una idea de la concepción liberal y patriótica (no chauvinismo):

 

Unidad de las razas

“Los blancos, morenos,

cobrizos, cruzados,

marchando serenos,

unidos y osados,

la patria salvemos

de viles tiranos,

y al mundo mostremos

que somos hermanos”.

 

 

[1] Contreras, Francisco J..- Cinco tesis sobre el nacionalismo (Revista de Estudios Políticos, No. 118, [2OO2])