Toda actividad social se gesta en tres momentos diferentes, los cuales se vinculan entre sí. El temporal, el estructural y el espacial. Y la conjunción de estos tres momentos, expresa la representación de sus prácticas sociales. A pesar de que el concepto es biológico en naturaleza, lo cierto es que lo propio también puede ser descrito, de las diásporas.

En mi afán de ver todo a través del lente de la diáspora, en ocasiones coqueteo con conceptos y enfoques que no parecieran compatibles con los estudios sociales con el que se le ensaya. Y a pesar de que los sociólogos tienen docenas de métodos y sistemas para calificar, registrar e identificar comportamientos, hábitos y particularidades, siempre trato de extrapolar los pensamientos a esferas intelectuales no visitadas, de este segmento socio-cultural y étnico.

Ya en el pasado lo había hecho desde la óptica del surrealismo de Dalí, desde la Metamorfosis de Kafka y desde los Cisnes Negros de Taleb. Y esta semana lo hago de nuevo. Desde una parte del concepto biológico de la simbiosis, pero uno extraído de los conceptos que aprendí de Kisho Kurokawa y su filosofía de la simbiosis.

Escogí el tema, motivado por la apatía que a veces registro dentro de nuestra comunidad en el extranjero, luego de que llamara a siete diferentes figuras criollas de valía y trascendencia local, para solicitarles los nombres de cinco dominicanos líderes de nuestra comunidad. Y lo que me encontré es que no me podían contestar la pregunta. No porque no conocen quienes son los que participan y encabezan iniciativas, sino porque el concepto estaba parecía uno sujeto a arraigo o seguidores.

Esta advertencia de la dejadez y apatía de los dominicanos locales, ya me la habían hecho. Pero era una que no quería aceptar y mucho menos reforzar. Aparentemente, no es sorpresa, para aquel que ha decidido participar o involucrarse con su comunidad criolla en asuntos culturales, políticos y hasta económicamente beneficioso, encontrar rechazo o indignación o hasta desaire por parte de sus compatriotas. Acto que se refleja en la evidente articulación de rechazo que promueven indirectamente, los que encabezan entidades políticas. Y, sin embargo, nos los culpo.

Basta con que no damos de nuestro tiempo libre a favor de alguna actividad o institución sin fines de lucro que apoya a los dominicanos aquí o en la isla. O por igual, que somos fríos en salir de casa a apoyar una iniciativa social de uno de los nuestros, que va en favor de una causa justa o emergencia en la patria. Todos hemos sido cómplices de esa dejadez. Y así no podemos seguir.

Los líderes de nuestras organizaciones políticas dominicanas, radicadas aquí, deben tomar estos periodos entre elecciones, para definir agendas comunes, mas allá de las ofrendas florales y encuentros musicales. Necesitamos que fijen compromisos que vayan a favor del fortalecimiento de los dominicanos en el exterior. En vez de limitar la creación de políticas, programas e informaciones que van en socorro del colectivo, por temor a perder espacios virtuales que solo son agitados cada cuatrienio.

Y ahí llego a la advertencia que me hicieran hace un año. De la apatía de nosotros los dominicanos con nosotros mismos. Me señalaron que notaría que estamos más dispuestos a gozar y criticar, que a trabajar duro por una causa común y motivar iniciativas independientes y frescas. Que, en toda convocatoria, solo vería a los mismos actores. Y para mi lamentar, he visto, como los dominicanos en el exterior, estamos muy dispuestos y abiertos a compartir e identificarnos con otras culturas y grupos, y en la nuestra solo andamos buscando las noticias trágicas y las acusaciones que calan en cajas de resonancia. Y con ello, aclaro, que tampoco son los líderes de partidos políticos dominicanos radicados aquí, los únicos culpables. El asunto es que, no veo liderazgo que se sienta respaldado por su comunidad. Pero ay, si esa ascendente figura flagea. Ahí estamos todos para criticar con ahínco. 

Pero regresemos al motivo de la simbiosis, ya que fijé el escenario. Por ello veo tan válido el concepto de simbiosis. Ya que el mismo invade todos los espacios de interacción de nuestras vidas. Desde la agricultura hasta la economía. Desde las artes hasta los deportes. Desde la politica hasta la comida. La simbiosis es la cotidianidad individual y colectiva de todos nosotros.  Ese concepto trasciende la ciencia, y pasa a lo social.

El término con el que los diccionarios describen simbiosis, es de que es “la asociación íntima de organismos de especies diferentes para beneficiarse mutuamente en su desarrollo vital”, no pudiera ser más explícito y especifico, sobre la designación de diáspora. Porque tan solo con esa definición, pareciera que el catalogo literario, estuviera hablando única y exclusivamente de la diáspora y no un microrganismo o bacteria.

La diáspora dentro de la simbiosis en la cual vive y articula, refleja patrones de comportamiento los cuales expresan manifestaciones específicas. Lo hace de manera débil, al llegar al nuevo territorio, donde se beneficia de su nueva interacción, sin asegurar que el otro sector social con quien interactúa, pueda o no recibir beneficios del intercambio. A esa manifestación, se le llama comensalismo. Se nutre, pero no afecta a la fuente de quien se está nutriendo. Es la ingenua óptica que asumimos al llegar a esta nación o cualquier otra.

La otra designación simbiótica, la de parasitismo, es una con la cual los nativos u originarios de un territorio, nos identifican. Esta relación es más bien una de simbiosis unilateral, donde una de las especies vive sobre otra, aprovechando el alimento del huésped, durante un período apreciable de un ciclo vital y no proporcionará ningún beneficio en retribución. Nosotros por vivir con el cuerpo aquí y la mente allá, transmitimos esa definición.

Y aquí la más valiosas de las clasificaciones. El mutualismo. La manifestación, donde notamos un gesto comunal o comunitario.  Una relación que ofrece a cada una de las especies, un beneficio con el hecho de la otra estar presente.

La ciencia basada en la simbiosis, está profundamente enraizada en la historia y culturas propias, haciendo simultáneamente un intento de incorporar dentro de ella, elementos de otras culturas. Eso lo hacemos a diario los que vivimos en los Estados Unidos. Pero ya es hora de hacerlo con nosotros mismos. Hay que llegar al mutualismo.

La diáspora dominicana, por encima de todas las otras cosas, tiene que salir de la zona de confort y abrazar nuevas causas colectivas, común a todos y propias a cada uno de nosotros. Hay que apelar al bien combinado y la promoción oportunidades individuales y la inclusión sobre las decisiones y los programas que se ejecutan en nuestro país de origen y en el que estamos viviendo. La participación comunitaria, politica, cultural, social, legislativa y financiera del país de origen debe contar con la opinión de una diáspora activa. Pero nosotros solo tenemos ese derecho, si lo exigimos con la participación.

Cada uno de nosotros es un embajador privado y principal promotor de los mejores valores de la patria, de su cultura y de su historia. Pero sentado en casa, no podemos seguir. Pues toda actividad social se gesta en tres momentos diferentes, los cuales se vinculan entre sí. El temporal, el estructural y el espacial. Y la conjunción de estos tres momentos, expresa la representación de sus prácticas sociales que nos definen. A pesar de que el concepto es biológico en naturaleza, lo cierto es que lo propio también puede ser descrito, de las diásporas. Es hora de convivir en el mutualismo de la simbiosis de las diásporas que nos albergan y la que nos representa. Sino, entonces no tenemos derecho a opinar.