Suponer que existen más de dos maneras para rodar por tus colinas empezar en tus senos y besar tus columnas (aquella bendita, ésta, maldita). Posibilidades infinitas si las hay en este silencio tuyo de día y medio y miedo. Códigos a mí, para descifrar el eco de sal que

depositaste en la concha de mis orejas. Entender que éste cuerpo de goma es tuyo cada tres estaciones, cuando el sol está de espaldas; cuando en playas caribeñas me invitas a contar arenas de tu mar de lluvias con meteoritos y jardines y a comer pescado frito con yanis y tostones y tortas. Los jardines dije, campos que antes eran de guazábaras y que ahora rebosas con margaritas que crecen silvestres cuando cuento, de tu mano, piedras lodosas en donde se juntan la playa y el río. Frente a Los Molinos. Cuando tenían las rayas multicolores colocadas por un artista venezolano que ahora es un fantasma feliz y al revés.

Vomito hielo. Querencias acumuladas, y esa voz, esa otra que reprime, que llama, que se disculpa. Quiero verte. Volverte a ver, viajaría a Barcelona por volverte a ver, y pondría en repeat un disquito de Django, para vivir cada día abrazados en un viejo edificio de Gaudí. Verte de nueva y serenarme de esa música diferente. Verte de nueva he dicho. Estoy jugando con estos colores, estos sabores, me desvivo en tu suelo y desde allí hago mutis hacia el cielo, de tu boca, de invitarte a romper moldes y ataduras. De tu suelo. Tú eres mi columna, mi sacro y mi centro, mi punto neutro.

Apaga y tumba que lo demás es polvo de hoyos negros.

Fotografía de Álvaro Hernando.