El anuncio de que el Museo de Historia y Geografía dedicaría a Rafael Leónidas Trujillo una sala donde se exhibirían pertenencias del dictador ha causado un gran revuelo en la opinión publica. La mayoría de las personas ha considerado esta iniciativa como un intento de reivindicación del legado del tirano y una burla a los héroes de la lucha contra Trujillo y a las víctimas de su larga y cruenta dictadura. Una minoría ha considerado como positiva la misma y ha señalado que, en otros países, como es el caso de Alemania, hay museos que exhiben pertenencias de Hitler y de los cuerpos armados nazis, sin que ello implique apología alguna de Hitler y del nazismo.

Como siempre, la verdad parece encontrarse en el justo medio. No hay dudas de que la mera exhibición de los objetos personales de Trujillo, sin ninguna explicación objetiva y critica del contexto histórico de su dictadura, puede convertir la sala del museo a ella dedicada no solo en un instrumento de apología trujillista, sino incluso en un lugar de peregrinación de unos cuantos descabezados que intenten revivir las “virtudes” del oprobioso e infame régimen trujillista, en un país donde un dirigente político que aspira a la presidencia de la Republica, nieto de Trujillo, niega los crímenes de su abuelo, en medio de una cultura política con elementos autoritarios de tal intensidad que parte importante de la población entiende necesario un nuevo Trujillo, que ponga “orden” en el “caos” dominicano. Por otro lado, es cierto que, en Berlín, se ha inaugurado como atracción turística una recreación del búnker donde Hitler se suicidó en 1945, al lado del sitio original, y que tiene como finalidad, según sus patrocinadores, de mostrar a los turistas esa parte de la ciudad. Pero no menos cierto es que dicha recreación ha suscitado enormes críticas en un país donde el resurgimiento del nacionalsocialismo no es cosa que se tome a la ligera y donde, incluso, ello es reprimido a nivel de la ley penal.

La exhibición museográfica de las pertenencias de Trujillo es más problemática porque, en el caso dominicano, apenas comienza a superarse la concepción tradicional del museo como simple repositorio de bienes. Debido a esa concepción, prevaleciente tanto en las elites como en las masas, los objetos que se exhiben en un museo son asumidos como reliquias, que incluso, como bien señala Américo Castilla, “pueden adquirir estado sacro como suma de las reverencias y rituales que se les dedican”. Es el temor a esta peligrosa sacralización de los objetos exhibidos en los museos lo que llevo a los responsables del museo dedicado a la historia del nazismo que abrió en 2015 en Munich a no exponer los uniformes nazis o los gigantescos estandartes nazi con cruces gamadas para impedir así el ensalzamiento de la estética nazi. Este peligro no debe ser subestimado en un país donde muchos, nostálgicos o no de la Era de Trujillo, coleccionan con cuidado, rayano en la veneración, objetos de Trujillo y donde se escuchan y hasta se bailan en fiestas privadas los merengues dedicados al tirano.

Dicho lo anterior, estoy de acuerdo con que se exhiban las pertenencias de Trujillo, siempre y cuando la exhibición sea hecha a partir de una contextualización histórica, objetiva y critica del dictador y su régimen, fundada en una política publica de la memoria histórica y colectiva, que no debe quedar restringida a los museos de la resistencia y de las víctimas de la dictadura, a los “sitios de conciencia”, y que debe alcanzar, como eje transversal, a todos los museos dominicanos, incluyendo el Museo de Historia y Geografía. Así, por solo citar un ejemplo, si se exhiben las condecoraciones que en vida recibió Trujillo, es importante contar en detalle la historia de la megalomanía del “Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva”, que le llevo a procurar y auto concederse cientos de condecoraciones y títulos, y que, como bien afirma Joaquín Balaguer, panegirista del dictador, una vez pudo desencadenar su palabra, comprometida gustosa y voluntariamente tres décadas con ese infamen régimen, fue una megalomanía utilizada “malignamente para rebajar a todos sus compatriotas hasta un nivel en que a nadie le fuera posible competir con él en ninguna actividad humana”. Si no se cuenta esa historia, no hay dudas de que esta sala de exhibición será otro monumento mas construido para satisfacer, esta vez póstumamente, el ego patológico del mayor asesino estatal de nuestra historia.