Hace 10 años murió Augusto Pinochet. Una paradoja o extraña ironía si pensamos que desde la Asamblea de Naciones Unidas del año 1948, los días 10 de diciembre se conmemora el día internacional de los Derechos Humanos.
Cuando se produjo la muerte del General Pinochet, no existía aún una sentencia condenatoria y definitiva contra los actos de genocidio durante su mandato. Un examen a muchas de las reacciones y evaluaciones de la opinión pública nacional e internacional en ese momento, apuntaban al antiguo concepto de justicia divina.
La distinción entre justicia terrenal y divina es de rancio abolengo en el estudio de las ciencias jurídicas. El hecho de la muerte queda como punto de partida para establecer los campos de competencia de uno u otro concepto de acuerdo a convicciones, creencia y otras manifestaciones que rozan lo subjetivo.
La antropología nos ayuda a entender la innegable presencia de un elemento espiritual en las sociedades humanas, desde las más primitivas que se tenga conocimiento hasta las más desarrolladas en la actualidad, que justifica la existencia planetaria de diversas creencias y prácticas religiosas ante lo inaccesible.
A George Gurdjieff (1872-1949) le debemos el concepto de “morir como un sucio perro”, refiriéndose con ello a quienes no tienen en su momento una muerte honorable, digna, espléndida, desprovista de un recogimiento consciente, perturbada, fuera del accidente y del remordimiento de conciencia.
Por más de una década sufrió el General Pinochet la peor de las torturas, aquella que remueve permanentemente la conciencia de nuestro ser, la que perturba y obstruye la manifestación plena de los impulsos e interrogantes inherentes a la esencia humana.
Desde los reclamos incesantes de las madres, esposas e hijas de los desaparecidos, el subyugante peso de la formal acusación del fiscal del Tribunal Supremo, Carlos Castresana (Madrid, 1957) quien inició la persecución judicial de Pinochet al presentar en julio de 1996 una denuncia contra el dictador chileno amparándose en la jurisdicción universal establecida en los principios de Núremberg, hasta las acusaciones de corrupción formuladas en sus últimos días, vivió “Don Pinocho” un terrible proceso por parte de la justicia terrenal.
En una ocasión, encontrándose al mando del poder en chile, expresó: “en chile no se mueve una hoja que yo no lo sepa”. Luego en una entrevista, ya siendo procesado llegó a decir: “¿perdón de que?, ¿de que?, ¿de que íbamos a pedir perdón? ¿de que íbamos a transformarnos en otra Cuba? Perdón deberían pedirme ellos a mí….La justicia no ha sido justa. Ahora estoy esperando que la justicia divina actúe”….
Ignoramos la suerte del soberbio General tras su encuentro con la muerte. Lo que sí sabemos es que en sus últimos años terrenales vivió en el crujir de dientes, escuchando el llanto doloroso de las madres de los desaparecidos, cavilando evasivas ante las imputaciones, perseguido por el infernal susurro de las víctimas fruto de sus órdenes.