Sentada en un céntrico parque de Berlín, en Alemania, mientras observaba a  los padres compartir alegremente con los hijos,  pensaba que la humanidad viviría más feliz y en  armonía, si en lugar de levantar murallas, se dedicara a abrir puentes.

¿Murallas?. Si, me refiero a las levantadas con actitudes  como el orgullo, prepotencia, egoismo, ambición, que dominan de tal manera la personalidad del individuo,  que le privan del placer de compartir. Incluyo tambien  acomplejados, los que ven altanerias inexistentes en las acciones normales del otro.

Todos tienden  a perderse  de la intima satisfacción que produce intercambiar con los demás, quitar barreras, perdonar, comprender, amar. No se dan cuenta que la conducta soberbia, de valorarse excesivamente, de considerarse superior o inferior, pone de manifiesto inseguridades, temores. Reflejan vacios en la formación, miedos ocultos, deformaciones, que requieren de ayuda, mueven a la compasión.

Otros en cambio  abren puentes. ¡Se comunican! Despliegan actitudes propias de  personas libres, segura de sí,  generosas, extrovertidas. De las que hace tiempo comprendieron que  el mundo fue hecho para ayudarnos los unos a los otros. Que compartiendo no se pierde, que la vida es una, termina y  lo material queda.

Mi mente vuela al campo donde nací. Las familias campesinas se apoyaban. El flujo de afectos era constante. Con cualquier pretexto, tendían un puente.  Compartian  detalles, un café, objetos que  necesitara en otro hogar, penas y alegrias.  La prepotencia, orgullo, complejos, no tenían cabida. Se sentia menos la desigualdad social y la pobreza.

Con el correr del tiempo, este modelo esta siendo desplazado. Las actitudes egoistas,  afán de lucro  en  familias y gobernantes infelices, influyen negativamente en la sociedad. Suben las paredes para ocultar lo que ellos mismos se reprochan . Buscan ponerlas altas,  del tamano de sus complejos y vacios. Me duelen las murallas que cierran la comunicación entre padres e hijos y entre hermanos. ¿Verguenza, egoismo, temor?..!No hay un valiente que comience a derrumbarlas!.

No puedo dejar de recordar a mi padre, un hombre de campo que gozó tremendamente la vida, poniendo en práctica su gran placer: ¡Abrir puentes, que llegaban a todos los estratos sociales!. Amaba compartir. Nada de muralla. Construyó una casa grande, una mansión en su época, donde recibia y reunia  pobres y ricos en el mismo lugar, al mismo tiempo y a cualquier hora.  Nos ensenó que los seres humanos somos iguales y que los bienes que no se  pueden disfrutar,  no valen nada.

Tampoco olvido que estando en un Club de Golf en Ginebra,  Suiza, llegó un caballero en un pequeno automóvil. Se detuvo a conversar animadamente conmigo. Luego me enteré que era uno de los  empresarios  más ricos del país. Nada de aparataje al llegar. Nada de muralla conmigo por ser extranjera y a todas luces sin un chele. Abrimos un puente . Ayudó mi actitud al tratarlo como a cualquier ser humano. Ese es como un principio universal.

Muchas veces una mirada fria, temerosa, desafiante, congela cualquier deseo de acercamiento, levanta muralla. Hay quienes encierran sus  sentimientos de tal manera, que hasta a Dios le impiden la entrada. ¡Pobrecitos!

Por otro lado, una sonrisa, abre puentes. Es posible que hayan sido claves en los éxitos del suizo. En el caso de mi padre,  lo fueron. Trabajar, intercambiar, ser generoso,  le dieron la oportunidad de progresar, ayudar y  hacer su vida  placentera. Si alguien disfrutó , compartiendo y ayudando, fue papá. Adoro su modelo, que trato de imitar.

¡Vamos, pués, a derrumbar murallas  con familiares, amigos y colegas, vamos a ser más felices, vamos a abrir puentes con los demás.!!.