Como mucha gente, el autor de estas líneas aspira a un mundo más justo. Se trata de un mundo que sea menos occidentalmente céntrico, y más específicamente, que sea menos EE. UU. céntrico.

En varias ocasiones, y para usar las redes sociales como fuente de cultura y aprendizaje, he añadido páginas, o perfiles (en Twitter y Facebook) de temas históricos. Pronto, para mi desilusión, he visto que esos perfiles de cultura básicamente muestran fotos de la historia americana, con algunos datos eventuales de Italia, Francia, Alemania o Inglaterra.

Es fácil para cualquier persona que no tenga una sólida cultura universal el creer que todo lo actual surge en Estados Unidos, o en Occidente, pues así es promovido.

Para empeorar la situación las principales agencias de noticias son occidentales, de modo que hechos impresionantes muchas veces no pasan de dos o tres párrafos en algún artículo.

Así vemos que los más de cuatrocientos millones de chinos sacados de la miseria no han merecido imágenes, ni especiales fotográficos, ni series de HBO, pues no se trata de un “hecho occidental”. Lo mismo se puede decir de los cuarenta millones sacados de la miseria por Lula da Silva.

Resulta asombroso que todo el conjunto de pueblos que hoy conforman las exrepúblicas socialistas soviéticas tales como Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán, Moldavia, entre otras, sean países desconocidos de los que apenas algunos sabemos los nombres y de los que ignoramos usos, cultura, rasgos de idioma, folklore, población en números y aportes.

Vivimos en un mundo donde el gran capital occidental ha capturado la cultura, y sobre ella ha superpuesto una capa transitoria—pero muy amplia—considerada como cultura pop, o cultura popular que es donde está el gran negocio de las corporaciones.

Todo se reduce en ella a los espacios físicos y geográficos donde esa industria—en caso de disqueras o estudios cinematográficos—tiene sus estudios y nada más. Ante eso creemos que el mundo, y la inmensidad de aportes y de su diversidad no puede ser reducida a lo que un conjunto de estudios norteamericanos y de agencias occidentales quieran mostrarnos, eso es algo ofensivo y muy injusto.

De este modo, en medio de este mundo hiperconectado, tenemos que volver a viajar y a lanzarnos a los caminos y carreteras para explorar y conocer realmente el mundo viéndolo por nosotros mismos. Porque solo quien viaje, quien tome los caminos de Asia, África, Eurasia, Europa del Este conocerá realmente la diversidad del planeta; pues, mucho de lo que pasa, de lo que se construye en esos lugares ignorados es, por obligación, desconocido al mundo, ya que no hay interés en las grandes agencias por difundirlo.