Algunos quizás exageran al decir que la tira cómica de Charlie Brown (pariente de Mafalda) es una de las grandes creaciones culturales del siglo XX, una entrañable creación artística y literaria, pero el impacto que causó en cuanto fenómeno de masas es difícilmente discutible.
Nada o casi nada es lo que parece en la popular historieta con la que Charlie M. Shulz deleitó al mundo desde el año 1950 hasta el 2000. El análisis despiadado al que Umberto Eco somete sus personajes en la “estructura ausente” que los sostiene produce unos resultados sorprendentes. Umberto Eco hace hincapié en la variedad y complejidad sicológica del grupo o “pandilla” que dirige Charlie Brown, en el hecho de que hablan una lengua culta, no coloquial y en la milagrosa economía de medios del lápiz de Schulz, en “un dibujo capaz de expresar, en cada personaje, el mínimo matiz psicológico”. Esto es notable sobre todo en lo que respecta a Charlie Brown, que es el protagonista y a la vez la víctima privilegiada de las maquinaciones de Lucy.
“Charlie Brown ha sido definido como ‘el niño más sensible aparecido en una historieta, capaz de cambios de humor de tono shakespeariano’ (Becker), y el lápiz de Schulz logra representar estas variaciones con una economía de medios milagrosa: los diálogos, siempre casi áulicos, en lengua de Harvard (raramente estos niños caen en la jerga) se unen así a un dibujo capaz de expresar, en cada personaje, el mínimo matiz psicológico.
Para rehuir esta tragedia de la no-integración, la tabla de los tipos psicológicos ofrece algunas alternativas.
Las muchachas la rehuyen con una tenaz autosuficiencia y altivez: Lucy, Patty y Violet no presentan grieta alguna; perfectamente integradas (¿queremos decir ‘alienadas’?) pasan de la hipnosis ante el televisor, a saltar a la cuerda y a las charlas cotidianas tejidas de perfidia, alcanzando la paz a través de la insensibilidad.
“Linus, el más pequeño, lleva ya la carga de todas las neurosis y su condición perpetua sería la inestabilidad emotiva, si con la neurosis la civilización en que vive no le hubiese ofrecido asimismo los remedios: Linus lleva ya tras de sí a Freud, (…) y ha localizado en la manta de su primera infancia el símbolo de una paz uterina y de una felicidad puramente oral… Dedo en boca y manta (el blanket) junto a la mejilla (posiblemente con el televisor en marcha, ante el cual permanece indolente como un indio, en un aislamiento de tipo oriental, apegado a los propios símbolos de seguridad).
“Arránquenle la manta y recaerá en todas las turbaciones emotivas que le acechan día y noche. Dado que ha absorbido con la inestabilidad, toda la sabiduría de una sociedad neurótica, representa el producto tecnológicamente más audaz. Si Charlie Brown no logra construir una cometa que no caiga entre las ramas de un árbol, Linus revela de pronto habilidades fantastico-científicas y maestrías vertiginosas: construye juegos de alucinante equilibrio o acierta al vuelo un cuarto de dólar con un extremo de la manta, utilizada como látigo.
“Schroeder, en cambio, halla la paz en la religión estética: sentado ante su pequeño piano del que arranca melodías y acordes de complejidad trascendental, entregado a su total adoración por Beethoven, se salva de las neurosis cotidianas sublimándolas en otra forma de locura artística. Ni siquiera la amorosa y constante admiración de Lucy logra conmoverlo (Lucy no puede amar la música, actividad poco rentable de la que no comprende la razón, pero admira en Schroeder un vértice inalcanzable, la estimula quizás este carácter inaccesible de su Parsifal de dieciséis años, y persigue con obstinación su obra de seducción sin lograr siquiera arañar las defensas del artista): Schroeder ha escogido la paz de los sentidos en el delirio de la imaginación. No en vano los niños de Schulz representan un microcosmos en el que nuestra tragedia o nuestra comedia se halla representada.
También Pig Pen ostenta una inferioridad de la que lamentarse: es irremediablemente, definitivamente sucio.
Sale de su casa compuesto y bien peinado y al minuto los cordones de los zapatos se le sueltan, los pantalones se deslizan sobre sus nalgas, su pelo se cubre de polvo, su piel y sus vestidos quedan cubiertos por una capa de barro… Consciente de esta vocación hacia el abismo, Pig Pen hace de su situación un elemento de gloria: ‘Sobre mí se concentra el polvo de innumerables siglos… He iniciado un proceso irreversible: ¿quién soy yo para alterar el curso de la historia?’; no es un personaje de Becket, naturalmente, es Pig Pen quien habla, el microcosmos de Schulz alcanza la extrema cumbre de la elección existencial”.
Uno de los personajes más emblemáticos tiene cuatro patas, no es humano, aunque quiere serlo, es el sabueso Snoopy, quizás el más complejo de todos. De hecho quiere ser cualquier cosa, menos perro, camina erguido, en dos patas, y su desempeño como mascota deja mucho que desear, pues es exigente, voluntarioso y sus relaciones con el amo se desdibujan en ocasiones hasta el punto de no poder distinguirse quién es quién. Es un soñador que a veces pretende ser aviador (su amigo y confidente es un pajarillo que apenas puede volar), pretende ser escritor, aventurero, explorador, canguro, pingüino, un tenorio que besa a las chicas en la boca…, todo lo que su afiebrada o febril imaginación le sugiera.
Snoopy juega béisbol en el equipo del eterno perdedor Charlie Brown, pero su juego favorito, el que más satisface sus aspiraciones de clase, es el aristocrático golf. Todo es ambiguo en este personaje, menos el apego a su amo.
“Contrapunto continuo a la congoja de los humanos –dice Umberto Eco-, el perro Snoopy conduce a la última frontera metafísica las neurosis de adaptación fracasada. Snoopy sabe que es un perro; ayer era perro; hoy es perro; mañana será quizás todavía un perro; para él, en la dialéctica optimista de la sociedad opulenta que consiente ascensos de status en status, no existe esperanza de promoción.
A veces intenta el extremo recurso de la humildad (‘nosotros, los perros, somos tan humildes…’, suspira un tanto consolado), se une tiernamente a quien le promete estima y consideración. Habitualmente, no obstante, no se acepta e intenta ser lo que no es; personalidad disociada, si las hubo, le agradaría ser un canguro, un pingüino, una serpiente… Intenta todos los caminos de la mixtificación, luego vuelve a la realidad, por pereza, por hambre, por sueño, por timidez, por claustrofobia (que le asalta cuando rastrea entre las hiertas altas), por dejadez. Estará sosegado, nunca feliz. Vive en un apartheid continuo, y del segregado tiene la psicología, de los negros a lo Tío Tom tiene la devoción, el ancestral respeto por el más fuerte.
“De improviso, en esta enciclopedia de las debilidades contemporáneas, se producen, como se ha dicho, despejes luminosos, variaciones libres, allegros y rondes, en los que todo se resuelve en escasos y ágiles movimientos, los monstruos vuelven a ser niños, Schulz se transforma en un poeta de los niños. Nosotros sabemos que no es verdad, aunque finjamos creerlo. En la próxima tira, Schulz seguirá mostrándonos en la figura de Charlie Brown, con dos golpes de lápiz, su propia versión de la condición humana”.
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