“Porque hay una historia que no está en la historia

y que solo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres”

 Rosa Montero

Gerda Lener, historiadora, escritora, pionera en el estudio del universo femenino e impulsora de la Historia de las mujeres como disciplina académica, sostuvo que el patriarcado fue una creación consolidada a lo largo de casi dos mil quinientos años y cuya unidad básica de organización sería la familia patriarcal, una institución capaz de generar sus propias normas y su propio sistema de valores. Lener situó en Mesopotamia sus inicios hace más de cinco mil años y formula su teoría partiendo de una célula básica constituida por un grupo de referencia: el varón, la hembra y los hijos, quienes sometidos a múltiples vicisitudes y elevados índices de mortalidad, precisan de la protección y cuidados maternos para aumentar sus expectativas de mantenerse con vida. Se plantea así una primera distinción de roles entre ambos sexos y al mismo tiempo una separación de competencias que cubran por un lado la crianza y por otro lado la obtención de alimento y la protección del grupo que recaerá sobre el hombre. Varios fueron los condicionantes que a lo largo del tiempo habrían de dar como resultado que la mujer fuera quedando relegada, desde muy temprano, a un papel subordinado y fundamentalmente reproductor, pero no es ésta materia objeto de análisis en este momento. Lo realmente sorprendente es que un modelo que data su irrupción en la historia hace más de cinco milenios, continúe siendo absolutamente vigente en un mundo tan diferente a aquel que lo creo. Cualquier argumento que trate de acercarnos a aquellas primeras uniones de convivencia humana es, en su misma formulación, un absurdo. Hace ya largo tiempo que los hombres abandonaron la caza y mucho que las mujeres nos procuramos nuestro propio alimento sin por ello dejar de cuidar a la progenie. El reparto de aptitudes y especialidades, supuestamente apropiadas a cada sexo, se demostró erróneo y sin sentido. La historia se encargó de desmentir límites. Lo único que la naturaleza no ha cambiado es la capacidad procreadora de unos y otras y las especificidades privativas de hombres y mujeres a tal efecto.

 El sistema patriarcal no ha sido, sin embargo, en su trayectoria un compartimento cerrado e inamovible. A lo largo de las diferentes épocas y en distintos lugares del planeta ha ido flexibilizando y diluyendo sus fronteras en el ámbito de lo familiar y lo estrictamente privado.  Por el contrario no se aprecian cambios de gran calado en cuanto afecta a la esfera pública. Sus estructuras en este caso se mantienen atadas a la tradición y no alteran el  predominio casi absoluto del varón. Esto no quiere decir que no existan en la actualidad mujeres en puestos de responsabilidad, quiere decir tan solo que su presencia las sitúa, con respecto a los hombres, en franca minoría. Pese a los siempre tibios y desiguales avances y pese a que hoy nada justifica su presencia entre nosotros, lo cierto es que el patriarcado continúa firmemente establecido en zonas muy dispares del mundo y con apenas referencias en común de tipo cultural, político o religioso, si bien con prácticas distintas. Hasta el momento los expertos no logran ponerse de acuerdo a la hora de investigar sus causas.  Joan Manuel Cabezas López, doctor en Antropología Social dice al respecto: No considero plausible, ni tan siquiera como simple conjetura, que la biología o la genética expliquen ninguna conducta humana (…) distingue al Homo sapiens del resto de los seres vivos: la capacidad de generar complejos sistemas simbólicos, es decir, la posibilidad de cambiar el mundo factual a través de ideas".

Y pese a esta capacidad de los seres humanos para introducir cambios que modifiquen las estructuras de aquello que se otorgan, existen hoy en día miles y miles de hombres y no vamos a rasgarnos las vestiduras por ello pero también demasiadas mujeres, que no solo no ponen en duda la validez del patriarcado, sino que afianzan sus posturas en la defensa de la supremacía del varón sin pudor ni argumento alguno. Hay determinados sectores muy interesados en mantener su estatus y ésta es una realidad -la aceptemos o no- que continúa imbricada y presente en todas las relaciones sociales y de poder, constituyendo en esencia una forma de cultura y de conducta. Y lo hace de tal manera que forma parte de quienes somos de una forma tan natural que apenas logramos ser conscientes de ello como sostiene Lener en su libro “La creación del patriarcado” 1986: “La institucionalización del dominio masculino sobre mujeres, niños/as en la familia y la extensión del dominio masculino sobre las mujeres es general (…) los hombres ostentan el poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y las mujeres son privadas de acceso a ese poder”

 Los debates acerca de este tema han tenido lugar en diversos momentos de la historia  y se retoman con fuerza a mediados el siglo XX a través del movimiento feminista, que pretende una explicación que sitúe el problema de la opresión femenina y dé a su vez solución a la dominación que sobre ellas mantiene el varón. Pero todo continua de este modo pese a los innegables cambios producidos en el universo femenino y que sin duda las mujeres han ganado a pulso, a veces incluso con una firme y decidida oposición dentro de sus propias filas. Son muchas las batallas ganadas que se hacían impensables hace apenas dos siglos. El movimiento feminista tiene a sus espaldas un largo camino recorrido, casi tan largo como el que aún nos queda por hacer. En esta lucha ellas, todas nosotras, casi siempre estuvieron y estamos solas. Pocos fueron los hombres que tuvieron el valor y las agallas de posicionarse a su lado para liderar juntos una causa que siempre debió ser común. Por fortuna ellos cada vez son más. Ambos sexos se dieron inicialmente un modelo de consenso, urgidos por la necesidad, que asegurara la existencia humana. Ambos sexos igualmente deberían haber revertido, o al menos cuestionado de modo enérgico, ese mismo modelo que pronto perdió toda referencia para pervertir su propósito inicial y anular a uno de los dos para subyugarlo al otro. Charles Darwin en El origen del hombre y en relación a cuestiones acerca de ambos sexos escribe en 1871:"La diferencia fundamental entre el poderío intelectual de cada sexo se manifiesta en el hecho de que el hombre consigue más eminencia en cualquier actividad que emprenda de la que puede alcanzar la mujer (tanto si dicha actividad requiere pensamiento profundo, poder de raciocinio, imaginación aguda o, simplemente, el empleo de los sentidos o las manos)". No hay en este enunciado el menor asomo de duda.  El padre de la teoría de la evolución solo nos ofrece una irrevocable certeza, descartando a la hembra de la especie humana, situándola de todas las formas posibles por debajo del macho y sin posibilidad siquiera de igualarse a él.

Lo cierto es que podemos arriesgar cientos de hipótesis más o menos plausibles, refutar conclusiones, formularnos cientos de preguntas ­-como han venido haciendo distintas disciplinas hasta el momento- con la esperanza de que una nos guie por el camino correcto. Podemos tal vez atisbar en algún momento al fin la razón por la que un sistema, a todas luces injusto, se sigue manteniendo, pero aun en ese caso sabemos de antemano que pocas serán las evidencias que logremos obtener. Podemos aventurarnos, adentrarnos en caminos ya recorridos, en teorías que parecen tener visos de verdad aunque intuimos que no contienen toda la verdad completa, pero seguir insistiendo siempre en el terreno de la conjetura nos hace vivir de modo inevitable una sensación de fracaso. Quizás ha llegado el momento de centrar esfuerzos no sólo en la disertación intelectual que sin duda continúa siendo inexcusable -necesitamos y con urgencia seguir reflexionando acerca de hombres y de mujeres, es esencial hacerlo- pero al  mismo tiempo, tal vez, deberíamos ser más ambiciosos, mucho más atrevidos y apostar e impulsar nuestra mirada más lejos. Comenzar a obrar desde la raíz misma y ésta para mí al menos, tal vez porque procedo de ese campo, es la educación. Sé que no digo nada nuevo aunque me gustaría hacerlo y sé que es cuestión de voluntad, de no ceder ni un ápice en la defensa de los logros obtenidos. Soy consciente de que ninguna mujer debe dejarse embaucar ante una promesa de protección que no necesitamos. ¿Hasta cuándo mujeres y hombres nos vamos a dejar convencer y dar crédito a quienes aún conceden pábulo a la superioridad masculina?

El ser humano no cesa de cuestionarse el mundo y no siempre obtiene respuestas, pero ello no debería jamás detener la acción. Hay que seguir adelante en la lucha aunque uno no sepa exactamente las razones que impulsan al contrario. No podemos esperar a poseer certidumbres acerca de las causas que sostienen el sistema patriarcal para modificar cuanto sea necesario en un modelo de existencia que continua dejando fuera, menospreciando y agrediendo a la mitad de la población del mundo de mil maneras distintas. Hay una verdad, a todas luces incuestionable y explicitada millones de veces en todo este asunto y es el hecho de que las mujeres no luchan por arrebatar la supremacía al hombre. Esas son viejas patrañas esgrimidas hasta la saciedad por quienes tratan de frenar su avance. El feminismo jamás se planteó como una lucha de poder. El feminismo no es una contienda contra el hombre sino en favor de hombres y de mujeres. En el fondo seguimos luchando por la supervivencia de todos y para ello es evidente que nos necesitamos en igualdad de condiciones, no desde  una posición de fuerza y subyugadas tan solo al papel que ellos nos permitan desempeñar, No necesitamos que nos creen sino crear juntos. Necesitamos pensar un modelo de convivencia que nos permita generar de nuevo estructuras sólidas y acordadas que nos incluyan a ambos sexos en igualdad y este pensar no es cuestión de mujeres, ni tampoco de hombres salvo que juntos se concedan aceptar la necesidad de hacerlo en común. Y es que tal vez de lo contrario estemos  condenados a esperar otros cinco milenios. Y para concluir una frase de Angela Davis, filosofa y activista por los derechos humanos, que considero reveladora “El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas” Tan simple y tan humano como permitirnos todos serlo.