Una mañana de sábado acordé con dos amigas un desayuno en La Zona Colonial en un lugar lindo y desconocido para las tres, yo que soy fanática de probar nuevas experiencias las seduje y allí nos juntamos. Una de ellas vive fuera del país y el motivo del encuentro era justamente vernos y ponernos al dia.
Las del patio llegamos primero y nos ubicamos en el mejor lugar para disfrutarnos. Ella llega con su sonrisa y afecto de siempre, nos regala un abrazo largo a cada una y nos disponemos a conversar en esa manera cálida e intensa en que lo solemos hacer las mujeres: de repente un murmullo para temas de intimidad o una carcajada conjunta que nos conecta con la alegria. ¿Nuestros temas? los de siempre, los humanos: el amor, el trabajo, la familia, hijos e hijas, las reflexiones de decisiones tomadas en el pasado que hoy en día talvez lo haríamos diferente, pero que ya hemos aprendido a no castigarnos, sino a ser amorosas y compasivas con nosotras mismas aquilatando con el paso de los años el aprendizaje de la vida. Compartimos lo dulce y lo amargo; los éxitos y los fracasos, que se convierten en los de mayor crecimiento; los maravillosos Si y los pesados No que terminamos agradeciéndoles por el lugar al que nos llevan dentro de nosotras mismas. En fin, en ese lindo lugar el tiempo pasaba y no nos dimos cuenta, como si estuviéramos solo nosotras allí compartiendo la vida.
De repente una chica muy joven, que había estado sentada en otra mesa y que al llegar reparé en su hermoso pelo rizo, se acerca y conmovida nos agradece por haber sido inspiración para ella. Según nos comenta no pudo evitar escuchar algunas palabras de las que decíamos y eso le había inspirado a escribir. Ella fue solo a tomar un café, pero al ver la escena de nuestro encuentro desde el abrazo a la llegada de la tercera amiga, pidió una hoja de papel al mesero y comenzó a escribir. Con los ojos humedecidos nos dio un cálido abrazo y nos felicitó por hacer lo que estábamos haciendo, nos dijo que quería ser como nosotras cuando fuera grande ¡Oh por Dios! que chica tan hermosa y cuánta belleza en decir a tres extrañas lo que le había hecho sentir nuestra presencia en ese lugar.
Demasiado para una mañana de sábado que solo prometía un encuentro entre amigas, demasiado amor, demasiada humanidad, demasiada bondad y expresión transparente del mundo emocional. Cuando me pasan cosas como estas, cuando conozco gente como esta chica, cuando comparto el amor con gente querida solo agradezco estar viva y ser humana.
Lo que esta chica no sabe es que si mis amigas y yo le inspiramos a escribir, ella me regaló mucho más, el gran milagro de la sincronía de una mañana de sábado que me inspiró también a mí a escribir y por aquí ando en Acento compartiendo lo vivido.