En la carta de Mercedes Mota (MM) a Pedro Henríquez Ureña (PHU), fechada en San Juan de Puerto Rico el 21 de noviembre de 1903, ella ratifica dos párrafos más adelante que fue un niño de Antera Mota quien murió: «¡Pobre niño! (…) Rebosaba de vida cuando le di el último beso, cuando le prodigué las últimas caricias. Ha muerto en una gravedad de 24 horas.» (Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña. SD: Academia Dominicana de la Historia, SD: 2015. BVega, 141).
A los infortunios familiares de MM (muerte de este niño y en 1916 su madre), se suman los personales, con los que vivirá su vida entera y solo en algunos momentos parece disfrutarla, pero sobre todo cuando está ligada a la literatura y el arte. En la misma misiva a PHU, le habla de escritores y poetas puertorriqueños que ha conocido en su viaje a la Isla del Encanto, tales Mariano Riera Palmer, Sebastián Dalmau i Canet, Manuel Fernández Juncos y el venezolano Jancito López, ya aludido en la carta anterior. Solo Fernández Juncos figura con cierta nombradía en las historias literarias boricuas, pero los juicios de valoración artística de MM no están muy asentados como los de PHU, aunque trabaja para eso: Dalmau i Canet «…me obsequió con dos volúmenes suyos en verso: Rasgos i Cantares. Como versos, medianos. Dice que ha escrito mucho. Tal vez su prosa raye a mayor altura (…) es un joven mallorquín que ha comenzado la carrera como terminan muchos.» (BVega, 142).
Y MM separó, como no se practica todavía en su país, autor y obra: «Don Mariano es un hombre de un corazón muy noble, retratado en la bondad de su rostro. Todo su ser respira gran reposo de conciencia., como hombre lo juzgo superior.» Vése por el juicio que una cosa es el autor y otra la valoración crítica de la obra, cuyos versos son “medianos” y pronostica que Dalmau i Canet terminará como terminan otros muchos la carrera literaria. Al referirse a su prosa, dice: «Tengo de él Emilio Zola. Crítica sobre el Naturalísimo, que me parece bastante discreta i sesuda; Crepúsculos Literarios con prólogo de don Manuel Fernández Juncos. Estos Crepúsculos son juicios críticos sobre intelectuales puertorriqueños, especialmente. Lo más saliente que he notado en este escritor, es gran descuido, a veces, en la exposición de ideas, i como falta de estilo propio. Al señor [Fernández] Juncos, tuve el placer de verle: espero haya la oportunidad, según me han ofrecido, de conocerle personalmente. Con mis buenos amigos el señor Bernier, que nos visita diariamente, i don Jacinto López, compañero de hotel, pasan mis días menos pesados, menos crueles. Es el único oasis para mí, en este Sahara de mi vida». (Ibíd., 142)
En la misiva a PHU del 3 de diciembre de 1903, MM se despide de San Juan, no sin antes referirle a su corresponsal lo bien que pasó aquellos días en Puerto Rico, invitada a todos los sitios culturales, Casino Español y Ateneo, orgullosa de los pujos aristocráticos rodosianos que tanto blandía PHU: «Me despido (…) de este bellísimo i cariñoso país donde mi gratitud queda obligada, i donde el cariño, el afecto respetuoso, me brindaron sus dulzuras, cicatrizando en parte, las profundas heridas de mi corazón. (…) No puedo irme a Santo Domingo descontenta. Todo lo he visto aquí, de todo he gozado. El domingo en la noche fui al Casino Español, la sociedad más selecta de San Juan. Allí pasé ratos deliciosos con el señor Díaz Lecuna, Cónsul venezolano en esta (…) Anoche estuve en el Ateneo. ¡Fiesta deliciosa! Hablaron don Manuel Fernández Juncos, Pérez Losada, Ferdinand Cestero, i otros literatos más (…) El señor Fernández Juncos tuvo la complacencia de invitarme especialmente para dicho acto. (…) El señor [Jacinto] López acaba de publicar un folleto titulado Un Libertador dedicado a Ramón Cáceres (…) Se conocieron aquí en mi habitación viajera.» (BVega, 143).
Y ese disfrute de la vida será pasajero, pues el tormento la acompañará de nuevo cuando a su regreso a Puerto Plata dentro de poco, como se aprecia su desolación en la carta del 5 de febrero de 1904 dirigida a PHU, luego de informarle que no le gustó el libro El Ynocente, de D’Anunzzio, que le envió a PHU desde San Juan. Sin embargo, MM quedó fascinada con El Fuego i El Placer, pero en su opinión El Triunfo de la Muerte y El Fuego «son las obras culminantes de D’Anunzzio.» (BVega, 144).
Vése de nuevo cómo va asentándose la capacidad valorativa de MM, guiada por PHU, a quien, ella, de vez en cuando, corrige, en su papel de “hermana” mayor, cuando le reprocha como “un error” la noticia que le dio desde Nueva York en el sentido de que se aprestaban a regresar a Santo Domingo. Alarmada por la situación de violencia en el país le informa: «Últimamente han salido en calidad de expulsos, varios: Deschamps, Teófilo Meyreles, Salvador Carvajal, Alberto Zafra i otros más. Los primeros dizque están en Guantánamo. Eso dice la jente (…) ¿Cómo juzgarán a nuestro país los extraños? ¡Tú no puedes imaginarte las pasiones que se han despertado entre nuestros compatriotas! La jente de pundonor, i que no se mezcla en cuestiones políticas, vé con hondo desconsuelo la situación a que ha llegado la República. ¡Qué desastre! ¡Qué horror! La cordura y la sensatez han huido para siempre de este desventurado país. Yo creo que ya es la hora de la agonía para los dominicanos. La muerte no tardará en llegar. Yo me consuelo con aquellas palabras tuyas de que somos ciudadanos del mundo.» (…)
La paz y la dulzura de aquellos días alcionios en Borinquén se han convertido en una pesadilla, y lo que vendrá será el descalabro del país con el Protocolo de 1903, el Laudo Arbitral, el Convenio de 1905 y, finalmente, su ratificación con la firma de la Convención Domínico- Americana de 1907, en virtud de las cuales Ramón Cáceres entregó las aduanas al Gobierno norteamericana para que se cobrase la deuda que tenía el país con los tenedores de bonos radicados en Nueva York y el control norteamericano de nuestro país se acentuó considerablemente, y lo será más en 1911 con la Le de Franquicias Agrícolas: «Después que regresé de Puerto Rico, los días transcurridos han sido de angustia. Nuestra casa es testigo de ella. En varias habitaciones están las señales de las balas que las atravesaran. El 15 i el 16 del pasado [mes] fueron días mui temerosos. Sobre todo, el 16 por la mañana. El gobierno atacó rudamente, en las afueras de la población, a los revolucionarios, los Jimenistas, derrotándolos completamente. Desde ese día, con la toma de Puerto Plata, se inició la pérdida de las restantes poblaciones cibaeñas. Jiménez esta reducido a la, puede decirse, pues sólo cuenta con mui pocos pertrechos, i carece de dinero. Yo creo que Jiménez(sic) debía levantar un poco su alma, i darse cuenta de la gran desgracia que con sus ambiciones le está acarreando a la República. (…) Quisiera alejarme de nuevo de este país, para no ver, para oír lo que no debe ser visto ni oído. ¡Son cosas tan dolorosas!» (Ibíd., 144-145). En la próxima entrega veremos cuál es la verdadera posición política de las hermanas Mota.
La única noticia buena en medio del desastre descrito por MM, debido a la guerra desatada por la Revolución Unionista entre horacistas y jimenistas para derribar el gobierno de Alejandro Woss y Gil y encabezada por Carlos Mortales Languasco, fue la operación de cataratas practicada a doña Zenona por «…el doctor Grullón. Éxito magnífico. El ojo operado por el doctor Vives sufrirá una segunda operación dentro de algunos meses. Tengo confianza en el doctor Grullón. Yo estoi muy contenta viendo que la desgracia de doña Zenona no ha sido irremediable. Ellas los saluda cariñosamente.» (Ibíd., 145). Pero aquel gobierno que derribó a Woss y Gil, con el apoyo de horacistas y jimenistas, duró lo que dura una cucaracha en un gallinero.
Este doctor Grullٕón que operó a doña Zenona es Arturo, santiaguero que realizó en 1902 su doctorado en Medicina en París en la misma época en que Francisco Henríquez y Carvajal realizaba los mismos estudios. También en esa ciudad estudió en París, Eliseo, hermano Arturo, escritor y diplomático, diputado, Ministro de Justicia e Instrucción Pública y Fomento en el gobierno de Meriño (1880-82) y de Relaciones Exteriores en el de Francisco Gregorio Billini (1884-85).
El doctor Grullٕón, quien también estudió pintura en la Ciudad Luz, luego de regresar a su país a ejercer la Medicina, volvió París a estudiar Oftalmología y de vuelta al país realizó las primeras cirugías de la vista en varias localidades del país, según el Diccionario enciclopédico dominicano (1988: 219). Parece que el ejercicio de la Medicina, a finales del siglo XIX e inicio del XX podía ser itinerante, según llamada del cliente. Esto explica la operación de la vista de doña Zenona, aparte de que Maximiliano, hermano de Arturo, vivía en Puerto Plata. Todos pertenecían al círculo de los discípulos de Hostos y amigos de los azules. Arturo y sus hermanos Eliseo y Maximiliano Grullٕón Julia eran hijos del prócer restaurador Máximo Grullٕón Salcedo, y muy ligados al Partido Azul de Luperón, de cuyo gobierno fue Maximiliano Ministro de Hacienda y Comercio en 1879.
En carta fechada en La Habana el 25 de febrero de 1946, Frank, hermano de Max Henríquez Ureña, embajador de Trujillo en la Argentina, le recuerda que camino a París en 1889 se encontró en el barco Vieux Colombier con Maximiliano Grullٕón, su esposa e hijas. Frank, de siete años, iba a reunirse con su padre, don Pancho Henríquez y esta fue una separación dolorosa para Salomé Ureña. Grullٕón y su familia iban en la Delegación dominicana junto a otros comerciantes santiagueros a participar en la Exposición Universal de París de 1889, a la cual asistió Frank en compañía de su padre. Este era el contexto de la política liberal de los azules a fines de siglo XIX, cómo se movían las amistades y cómo funcionaban los lazos de solidaridad muy ligados a la masonería en aquella época cuya cotidianidad no ha sido trabajada todavía por los historiadores, literatos y antropólogos. Ella explica el traslado de Leonor María Feltz, discípula predilecta de Salomé Ureña, a Puerto Plata a ejercer las funciones de preceptora de las hijas de Maximiliano Grullٕón y a enseñarles el francés a esas hijas que se aprestaban a salir en 1889 a la capital francesa. Así funcionaba ese estrecho círculo de intelectuales y políticos cuyo centro giraba en la Capital alrededor del hogar de Salomé y Francisco Henríquez y Carvajal, al cual, sin duda, perteneció la maestra Leonor Feltz.
Al volver a un punto desagradable para MM, otra “revolución”, llamada de la Desunión, barrió con el gobierno de Morales Languasco a los seis meses de guerra en “casi todo el país” (Moya Pons: Manual…, 1997: 435). Los jimenistas se sintieron traicionados por Morales Languasco (que gobernó del 19 de junio de 1904 al 29 de diciembre de 1905) y le sacaron el poder. Mon Cáceres, quien era el Vicepresidente del renunciante Morales Languasco, en medio del conflicto, se quedó con todo el poder hasta 1911, fecha en que le asesinaron sus amigos. Los jimenistas no volverán al poder hasta 1914.