“En la república del sufragio universal sólo los hombres votaban”, nos recuerda Pierre Rosanvallon, en su conocida obra, La consagración del ciudadano, en la que narra la historia del sufragio universal en Francia.
Los precursores de la Revolución Francesa de 1789 y del sufragio universal estaban profundamente prejuiciados en contra de la mujer y su participación en la política, tal y como puede apreciarse en los argumentos de Claude Tillier, uno de los partidarios de la reforma electoral y de los defensores más elocuentes del sufragio universal, quien sostenía lo siguiente: “Las mujeres son niños a los que hay que alejar del desorden de nuestras asambleas, las mujeres no están hechas como nosotros, la boca de la mujer está hecha para sonreír y no discutir… Si otorgáis a las mujeres derechos políticos, habrá que otorgarles derechos civiles y, por extensión, otorgárselos a los niños. Entonces cada hogar será un pequeño Estado constitucional en el que el menú de la cena será elegido por mayoría de votos”.
Este es el motivo del notable retraso del sufragio femenino en Francia, el cual fue aprobado en 1944, un siglo después del sufragio masculino, contrario a Gran Bretaña que empezó a aplicarlo en 1884.
Para la conquista del voto femenino fue necesaria la lucha tenaz de mujeres como la británica Emmeline Pankhurs, que acuñó el lema “las sufragistas”, para identificar a quienes formaron parte de los movimientos que reivindicaron el derecho de las mujeres al voto.
Nuestro país se unió al movimiento universal por el sufragio, bajo el liderazgo de la feminista y educadora, Abigail Mejía, quien luchó intensamente por alcanzar el derecho al sufragio de las mujeres dominicanas, lo que se concretizó el día 10 de enero del año 1942, con la proclama de la Reforma Constitucional, dispuesta por el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, que estableció en su artículo 9, lo siguiente: “Son ciudadanos todos los dominicanos de uno u otro sexo, mayores de dieciocho años, y los que sean o hayan sido casados aunque no hayan cumplido esa edad”.
Tanto en nuestro país, como en los demás, las mujeres se han convertido en la parte mayoritaria del cuerpo electoral, a pesar de lo cual tienen una muy limitada participación en la ocupación de los cargos de elección popular y de la administración pública.
Lo mismo ocurre a lo interno de los partidos políticos, cuyas oligarquías crean las condiciones para que los cargos de dirección sean detentados, en su gran mayoría, por hombres.
Por tal razón, como si la historia se hubiera detenido, sigue vigente el escrito de 1882 de Hubertine Auclert, que citamos a continuación: “Lo que hacen los hombres las mujeres deben también hacerlo. Al igual que los hombres que tienen ese gusto pueden invadir la cocina, la mujeres deben poder ocuparse de la política, votar, legislar (…). No habrá felicidad para la humanidad más que en la igualdad de derechos para todos y la distribución equitativa de las funciones entre todos los hombres y las mujeres indistintamente”.
Sin embargo, si alguna vez las mujeres decidieran liberar su mayoría de votos de la manipulación de los hombres y unirlos ante las urnas, con toda seguridad, conquistarían, en igual proporción, los espacios de poder que históricamente les han sido negados.