Sobre la opinión del 1ro. de abril de 2019, en el diario Hoy, titulada La incorrecta corrección.
 
De pequeña supe del respeto a la libre expresión; lo de respetar su contenido lo aprendí más tarde. ¿Cómo respetar una opinión incorrecta o que tuerce la verdad? Igualmente he sabido sobre la poca libertad de pensamiento, ya que no todos se conceden o saben de la libertad de pensar lo que expresan. Sí, claro que hay mérito en pensar y expresarse, incluso cuando alguien puede tomarse lo que dice como verdad absoluta o como si se dominara por completo el tema en cuestión, suponiéndose en las alturas de dictar cátedra y pontificar sin necesidad de precaución alguna, aunque en realidad suceda todo lo contrario. 
 
Su pensamiento vuelto letras, señora Imbert, ha tenido tanta libertad que llegó lejos, dejando a su paso un ayuntamiento de ideas equivocadas y sutiles faltas de respeto a una causa legítima. Tan lejos se fue, que habló de algo que casi por seguro no vive o conoce, o quizá lo vivió alguna vez y la cultura, ventajosamente -y tal vez su posición de clase- le han hecho olvidar de qué se trata la exclusión. Por textos como el suyo -que por cierto, hube de leer más de una vez- es que aprendí a distinguir entre el derecho del opinante y la calidad de su opinión.
 
No me interesa el uso de términos almidonados ni nada por el estilo, mucho menos referenciar autores. Solo le diré claramente que usted se equivoca, señora Imbert. Lo hace y por mucho. Se puede perdonar la ignorancia, y hasta la prepotencia, pero en su caso, siendo escritora, jurista, comunicadora y parte del Pleno de la Junta Central Electoral, concederle ese privilegio cuesta mucho y sería, incluso, arriesgado.  
 
Usted yerra en comparaciones y al mezclar temas. No hay que viajar seis lustros atrás para saber lo que ocurría con el pelo de mujeres y hombres en nuestro país. La realidad actual nos ofrece un vasto contexto de desigualdad, aunque usted afirma que carecemos de uno, llamando despectivamente moda al reclamo que sostenemos. Nuestro discurso no está fuera de contexto: es praxis que no obliga, ni separa, ni nombra, menos designa, impone o decreta; tampoco ordena ni dispone. Jamás comete intromisión ni dice a nadie qué hacer y cómo llevar algo que -y aquí vuelve a equivocarse- no es tendencia sino el fenotipo de una rica y variada mezcla histórica a la que han intentado ningunear y esconder, así sea tras las orejas. 
 
El contexto de nuestro discurso se basa en el derecho que tiene la ciudadanía dominicana, en especial las mujeres, a defender su identidad, a ejercer soberanía sobre su cuerpo, su apariencia y la de su pelo, siendo este último uno de los rasgos más distintivos sobre el cual muchos se sienten con el derecho de decidir. Me sorprende bastante que en sus líneas haya encontrado espacio para  la palabra feminismo y al mismo tiempo estuvieran expresadas las ideas que se advierten en sus ornamentados planteamientos, que me lucen atrevidos y hasta avasallantes.
 
El contexto de nuestra lucha, señora Imbert, para ser más concreta, está en las niñas que son expulsadas de colegios por lucir su pelo rizo natural; en el niño del maternal a cuya madre se le conminó "amablemente" a que le hiciera un corte "normal" a su niño. Está en los testimonios que nos llegan de niñas hablando de suicidio por el constante hostigamiento. En la jovencita que se encerró en el baño de su casa y se cortó al ras sus bucles ensortijados, solo porque una maestra la acosaba a diario por la apariencia de su pelo rizo. Orillar a una adolescente a semejante acto de violencia contra sí misma es algo punible y que no debe tolerarse, bajo ninguna circunstancia. También se encuentra en la niña de famoso colegio del Ensanche Ozama, a quien se le prohíbe llevar trenzas. Nuestro contexto está en la Constitución, en su Artículo 39. No existe protocolo, reglamento y/o normativa de centro escolar alguno que supedite al citado artículo. Usted se dispone a menospreciar, caricaturizar y analizar con demasiados prejuicios nuestra defensa de los derechos esenciales y de la legalidad, en lugar de indignarse ante una lista tan larga de atropellos que justificarían alzar la voz. 
 
¡Ah! Resulta que tiene media razón: nos han endosado un abecedario, pero no lo elegimos y hoy, luego de décadas y décadas de alienación, decidimos negarlo. Términos como negroide, negritud o negrada, este último usado por usted, surgieron de una realidad sangrienta y brutal. Un abecedario que segrega, discrimina y desprecia.  Y ya que menciona un viaje al pasado, en el pasado podrá comprobar que estas palabras no surgieron con antónimos. No creo necesario citar las razones.
 
Para finalizar, le digo que sí disponemos de jurisprudencia. Y de no contar con dicha jurisprudencia, no dude que, adheridos a la Constitución, sin violentar ni obligar a nadie a lucir su pelo como guste, la obtendríamos. 
 
Sus letras dan para más, debe saberlo, pero el tiempo es oro y es mucho lo que hay que hacer. Luego de leerle, es más que obvio.