Hace algunos días se dio a conocer el resultado de las votaciones del público para seleccionar al Hombre y la Mujer del Año, convocadas por uno de los diarios gratuitos de mayor circulación en la República Dominicana. Desde la fama en los medios a las pequeñas grandes batallas cotidianas, cada uno de los candidatos y candidatas evocaba causales de peso para ser el elegido o la elegida. Como un medidor de la subjetividad colectiva, de la evolución de los valores sociales y el estado de opinión me interesaba saber qué pasaría con una candidata en especial. Qué premia o no una sociedad a través de sus canales de opinión. Las razones no eran menores luego de los acontecimientos de 2010.
Ser mujer y ser pobre es una doble condena. Ser pobre y ser niño o niña, también. La condición estructural de nuestras sociedades incorporadas en estatuto de dependientes y productoras de materias primas para los centros mundiales, complementada con una cultura machista y eurocéntrica, reproducida durante siglos para convertir a la mayoría (mujeres, niños, ancianos, negros, indios, indigentes…) en multiplicidad de "minorías" débiles prestas a ser explotadas, es un manojo de condenas que pesan sobre casi todos, casi todas.
En la República Dominicana mueren 159 mujeres por cada 100 mil nacidos vivos. El 10% de las jóvenes han sido violadas, siendo el victimario en más del 70% de los casos la pareja o ex pareja, amigos o parientes como padres, padrastros o tíos. El 13% de las muertes en mujeres se debe a complicaciones en el aborto, efectuado siempre en condiciones de clandestinidad y habitualmente con alta insalubridad y riesgo. Se dice que alrededor de 30.000 menores van a la escuela sin acta de nacimiento, y casi la mitad de los niños no acceden a formación preescolar.
Del otro lado de la frontera, en Haití, el país que llegó a producir más riquezas para Francia que todas las colonias americanas, es el lugar de la indefensión de un pueblo y sus niños en particular, en grado sumo. Allí, se comenta, mueren más mujeres antes, durante y después del parto que en ningún otro país de Occidente. En el país más pobre del Hemisferio, el 20% de los jóvenes es analfabeto, el 18% no ha recibido ningún tipo de educación y prácticamente 9 de cada 10 escuelas son privadas. Cientos de miles de niños son esclavizados, entre ellos muchos de los que entran ilegalmente a la República Dominicana y vemos revoloteando en las esquinas.
Frente a todas esas condenas, en enero de 2010 apareció Sonia Marmolejos. Pero falta más. Tuvo, delante suyo, más de un siglo de ideología racista, fundada y expandida para justificar la hegemonía de caudillos prescindibles, y útil para legitimar las operaciones de tráfico humano y sobreexplotación funcionales a la instauración de un capitalismo a empujones, amén de la pasión de San Rafael Leónidas y las legiones extranjeras. En frente, toda la propaganda de supuestos ascendientes canarios y el discurso deshumanizante de La Isla al revés. La educación moral y cívica heredada de la república dictatorial, el vacío de la escuela y de instituciones dedicadas a la formación de una subjetividad democrática, civil y tolerante. La carencia de políticas culturales integradoras. La ausencia de organismos orientados a la creación de un saber científico, laico y desprivatizado, que ayudara a distinguir los vecinos de las plagas. Y en acto de asombrosa contra-cultura, Sonia puso su dominicano cuerpo de mujer sin temor a servir y prodigar cariño, protección.
Con su gesto, Sonia Marmolejos, la mujer dominicana que dejó en su casa a su propio hijo recién nacido y viajó a la capital Santo Domingo a amamantar en un hospital público a más de veinte niños haitianos devastados por la miseria y el terremoto, reivindicó por sí misma la condición humana. Y defendió el valor que subyace a toda idea de bien común: mi felicidad está en la dicha compartida con mis pares.
Puso de manifiesto que siglos de condenas no pueden desalojar de las conciencias la vocación de sentirnos interpelados moralmente por los demás, la capacidad de ejercer la solidaridad como acto en que los seres humanos nos reconocemos en el otro, por el simple hecho de ser madre, de un lado, y ser niños, del otro. No por olvidar que somos mujer, hombre, niño, negro, indio, sino precisamente por sabernos mutuamente sufrientes, golpeados, amenazados, vulnerables, necesitados de amor y cuidado, esencialmente iguales en dignidad. Y que juntos nos liberamos. Y, de paso, dejó señaladas, indirectamente, a la sociedad y sus instituciones, forzadas a demostrar en qué medida pueden asumir esos valores implícitos en la actuación de Sonia y convertirlos en el factor común de cohesión y convivencia democrática.
Por todas las lecciones que dio y por todas las demandas que dejó hechas, Sonia Marmolejos es para mí la Mujer del Año.