La muerte es parte de nuestra vida y de nuestra cotidianidad. Su sentido y abordaje varia  según el estrato social, las prácticas culturales y religiosas asociadas al fenómeno.

La muerte de una persona tiene trascendencia social según el origen de quien muere. La ausencia de equidad en la vida social se manifiesta en el derecho a la vida de cada persona. Este se aleja en la medida que disminuyen los ingresos y el acceso a bienes y calidad de vida.

Entender como muere nuestra gente en los barrios y en los campos, como vive la muerte y como la celebra nos ayuda a tener parámetros distintos de este fenómeno, reconociendo su diversidad.  Así como algunos de los arreglos sociales que permean su cohesión social.

La muerte en la cultura popular se mezcla con la vida y con lo corpóreo. La muerte es parte de la vida, las fronteras entre la vida y la muerte aparecen difusas con débiles trazos.

Para los(as)  jóvenes de los barrios cada día muere un amigo, un vecino, un “pana” a manos de la policía, de otro joven, de una bala perdida o en medio de un “pleito”. Igual ocurre con aquellas mujeres que mueren a manos de su marido, de un novio o de un ex novio. La muerte aparece así como muy presente en la cotidianidad de la marginalidad.

El dolor tiene un sentido de duelo compartido. Cuando se muere un ser lo primero que hacen las personas en los barrios y campos es llamar a la vecina, a la amiga y familiares

Muchos jóvenes ante el permanente riesgo de muerte, viven más intensamente el presente y tratan desde su lógica de “sacar lo máximo”. En esta noción del presente como la noción de vida subyace una cierta normalización del riesgo a morir así como de la violencia cotidiana .Otra dimensión que convive con esta  es la aceptación de la realidad muerte-vida como parte del ciclo vital.

La muerte en la cultura popular en barrios y campos se celebra. Su celebración encierra mucha vida y una gran mezcla entre lo sagrado y lo profano, el dolor-la tristeza y la alegría, la fiesta y el luto. Estas dimensiones aparentemente opuestas, se entremezclan en cada celebración de muerte que dura 9 días, al cumplirse el mes o en el cabo de año.

En una celebración de muerte encontramos los rezos, los cantos, el baile de palos, el trance, el juego de domino, el brindis de comida y bebida  y los gritos de dolor y de angustia que se comparten entre familiares y vecinos(as).

El dolor no es una expresión individual-intima reprimida como ocurre en otros estratos sociales, sino que se manifiesta y se comparte con todas las personas que asisten a la celebración de la muerte. El dolor se contagia entre gritos, llantos e incluso convulsiones.

Las personas esperan que sus amigos y familiares le acompañen en el dolor y en la fiesta de la muerte y estén imbuidos de estos sentimientos.

Este dolor es corpóreo  y colectivo como muchos otros ámbitos de la vida cotidiana. Así como se comparten las esperanzas, las precariedades, la escasez, la angustia de no saber que se va a comer mañana, los remedios caseros, la crianza de hijos e hijas, las opciones de sobrevivencia, la fiesta, la música, la alegría también se comparte la presencia de la muerte y la vida.

El dolor tiene un sentido de duelo compartido. Cuando se muere un ser lo primero que hacen las personas en los barrios y campos es llamar a la vecina, a la amiga y familiares para que compartan con ellas el dolor  y para que la “ayuden” a vivir la muerte y a expresarlo abiertamente.

Las posibles lecturas de las prácticas asociadas a la muerte muestran los distintos contenidos culturales que puede tener este fenómeno cotidiano y natural que forma parte de nuestra vida y de nuestras relaciones sociales. En la antropología cultural los estudios de los rituales de la muerte ofrecen información significativa de la cultura y de las pautas y practicas de interacción social de cada grupo, cada sociedad. Reconocer la celebración de la muerte en su diversidad cultural según cada estrato social, supone una lectura desprejuiciada de sus contenidos.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY