Hay en nuestra sociedad como una especie de anestesia social colectiva. Un cuerpo colectivo subsumido en la modorra, donde la mudanza social es una mezcla pesada entre el estado de una sociedad lastrada por el pasado y una modernidad que solo se bosqueja en una muestra pequeña de la visión global de la realidad social.

En los últimos 14 años los cambios estructurales han sido en la sociedad dominicana como una cifosis (giba) en el cuerpo humano. Lento, ambivalente, con una inestabilidad en la marcha como consecuencia de una falta de sincronía entre el motor y el guía. Encontramos cambios en las infraestructuras, en la fisonomía vial, en la construcción de grandes edificios; empero, las modificaciones culturales, sociales y más mentales, constituyen las madejas enmarañadas, enrevesadas, de un duelo permanente.

El cambio, en tanto es la dinámica de las respuestas de la acción humana, en la búsqueda de satisfacer las necesidades materiales y espirituales; encuentra su cauce en nuestro país bajo un paraguas de cambios  deseados, de cambios producidos voluntariamente, en un esquema muy excluyente. Son cambios generados por unas elites (política-económica) que recrean los mismos en un compás tan ostrocopico, que pierden el ritmo y el sentido de la vida. No hablamos que estamos en presencia de una regresión, pero el cambio social en tanto desarrollo y progreso, es como la existencia de un pedigüeño, de un famélico, en el cuerpo social dominicano.

El progreso desde la perspectiva sociológica “es un incremento en la riqueza cualitativa de la vida social, lo cual incluye mejores condiciones de vida para todos y avance moral”. La dimensión y complejidad de la sociedad actual, implica en sí mismo, un cambio, un crecimiento; no obstante, no un Progreso, como estamento de la asunción e internalización de una verdadera riqueza humana. Aquí, la riqueza material ha ido acompasada de la tristeza del alma, de un profundo maceramiento y laceramiento ético. Es como una correlación inversa entre el crecimiento y el avance cualitativo de la gente, su progreso armónico. Existe, pues, una verdadera disfonía en el entramado de crecimiento de la sociedad.

¿Acaso no es un cruel acto de egoísmo como sociedad que todavía en la segunda década del Siglo XXI, precisamente en este año, sin terminar ya hayan muerto 149 mujeres de mortalidad materna cuando el 85% son evitables? ¿No es un acto abominable, repugnante, descarado y descarnado ver una patrulla de la policía ir en vía contraria y chocar a dos personas, dos seres humanos e irse y dejarlos abandonados. El adolescente perdió una pierna y tenía las credenciales de ser pelotero? ¿No significa un acto de ignominia, una vileza, utilizar el Colegio de Abogados para instrumentalizarlos para fines particulares?

Es como un diálogo entre la vida y la muerte, donde la muerte se sonríe de su triunfo inevitable; sin embargo, la vida con su suave ironía le dice que si, pero que si ella no existe, la muerte no puede realizarse y tiene que esperar del tiempo. El ultraje de la muerte se encierra en sí misma, porque la vida en medio de la muerte no puede agotarse en ésta. La vida se reproduce en otros, empero, la muerte se drama en un soliloquio sin existencia. Sin embargo, hay seres humanos vivos, que ya están muertos porque no tienen sentido de la historia. Juegan a la vida como si fuera la muerte, como si el tiempo presente fuera atemporal. Sus egos les impiden ver el futuro, que es la vida misma en un tiempo mejor.

Ese tiempo mejor es el necesario cambio social que debemos propiciar. La impotencia de ésta democracia sin contenido, sin sustancia, de exclusión, no debe continuar. De seguir así, el grado de degeneración nos apuntalará a todos iguales, que es el juego ideológico de dominación en la hegemonía del poder establecido.

Esta evolución social debemos desbrozarlas hacia un signo más luminoso del presente; allí donde la justicia social tenga sentido y cobre cuerpo. No hay una teleología para saber, finalmente, hacia donde llegaremos, pero lo cierto es que los actores del direccionamiento actual no responden al tipo de sociedad que anhelamos.

Para que unos ganen, los demás no tienen que perder. No pueden existir leyes para la mayoría y para un reducido grupo no. No hay un designio para que sigamos como estamos, donde de cada 1000 niños nacidos mueren 29, teniendo un promedio de mortalidad infantil muy por encima del resto de la región de América Latina. Si pretendemos una vida más civilizada no podemos seguir andando por estos caminos.

Los ritmos y las líneas de desarrollo de nuestra estructura económica y la estructura social no pueden seguir permaneciendo bajo esta estela de fragmentación. El equilibrio dinámico de la concepción gradualista de las elites está llegando a su final. Urge visualizar los aspectos sistémicos que le permita comprender el conjunto social que nos envuelve como sociedad, como país. ¡No estamos quizás a la sombra de un cataclismo social. Sin embargo, la anestesia social colectiva, en su efecto de somnolencia, comienza a despertar. El cambio está en nuestras manos. Es la encrucijada en que hoy nos encontramos!