“Si estás atrapado en los sueños de otro, estás jodido”
Gilles Deleuze
Si la historia siempre dice, entonces hay que optar por recordar, por escuchar y por leer lo que nos dice. Y en cuanto a los movimientos sociales, su surgimiento, su desarrollo, su relacionamiento con los partidos políticos y sus desenlaces, la historia reciente es rica en dichos.
El mexicano Armando Bartra, hablando acerca de los finales de los movimientos sociales, los describe como “Prácticas instrumentales que se mueven en la esfera del posibilismo y demandan firmeza en los principios pero también eficacia y eficiencia. Ahora bien, desde la insoslayable perspectiva de la llamada realpolitik, el saldo del excéntrico activismo con el que arranca el tercer milenio parece bastante modesto.”
Propongo comenzar la enumeración de casos más o menos recientes que pueden servirnos para una mejor lectura de la historia, por las protestas que se iniciaron con el movimiento estudiantil y sindical del conocido mayo francés de 1968. Pues bien: luego de las enormes y contundentes huelgas y protestas, las elecciones de julio de ese año fueron ganadas por de Gaulle.
Cuarenta y tres años más tarde, el mismo camino: en 2011 España fue el país del movimiento de los indignados lo que no impidió que Mariano Rajoy, seis meses más tarde, ganara la presidencia y mayoría legislativa.
¿Se acuerdan de la Plaza Tahrir? Las movilizaciones de la llamada primavera árabe en Egipto culminaron con el derrocamiento de Hosni Mubarak. Tan solo unos pocos meses después los partidos más cercanos al movimiento fueron arrasados electoralmente por los integristas Hermanos Musulmanes y por la Alianza Islámica que obtuvo cerca del 70% de los votos.
Sin ir más lejos, en México, el país de los autores cuyas obras consulté para escribir estas notas, el movimiento “YoSoy132” no alcanzó para impedir el triunfo de Peña Nieto.
La profesora e investigadora del Colegio de México María Fernanda Somuano describe siempre como muy compleja la relación entre los Movimientos Sociales y los Partidos Políticos y, por lo tanto, considera también muy compleja la relación de estos movimientos con la política. Para ponernos de acuerdo con los conceptos quiero recordar a Max Weber quien desde mucho antes sintetizaba que “Por política entenderemos solamente la dirección o la influencia sobre la trayectoria de una entidad política, aplicable en nuestro tiempo al Estado.”
Pero antes de sacar conclusiones revisemos las diversas manifestaciones de la tipología de Michael Hagan que se dan en estas relaciones entre lo político y los movimientos sociales y a las que Somuano recurre para calificarlas como complejas: articulación, permeabilidad, alianza, independencia y transformación.
Articulación: Consiste en que las organizaciones de los movimientos sociales se agrupan en torno del programa de un partido político y promueven sus posiciones partidistas. El partido ejerce control sobre las organizaciones y éstas suelen influir en las políticas partidarias gracias a la movilizaciones que son capaces de sostener y que provoca un mayor compromiso del partido a la causa popular a cambio de ceder a los activistas sociales ciertos espacios de poder. Para Somuano un claro ejemplo de cómo se articula un movimiento social con un partido político a cambio de apoyo institucional y al que debe entregar apoyo electoral y postular a algunos de sus integrantes a cargos electivos es el “Movimiento Antorchista” de México creado en 1974 y que en 1988 se adhirió al Partido Revolucionario Institucional (PRI) luego que consideraran necesario contar con el respaldo de una organización legal con la que creyeron tener grandes coincidencias y mejores posibilidades para sus luchas. A nadie le pasará desapercibido la clara relación clientelar que se genera.
Permeabilidad: El movimiento social “infiltra” al partido para orientarlo hacia su causa y supone que el éxito depende de que en el partido “infiltrado” la causa del movimiento social tenga un alto nivel de apoyos aunque no lo suficiente de acuerdo a las expectativas de los activistas. Si la operación resulta exitosa el partido atenderá los pedidos del movimiento social y éste tendrá una influencia decisiva en el partido y hasta podría adueñarse de él.
Alianza: Las organizaciones sociales y los partidos acuerdan puntos que observan como comunes y mantienen sus estructuras en forma independiente. La alianza se disuelve si las expectativas no se cumplen. Un buen ejemplo del desenlace de este tipo de relacionamiento es lo ocurrido con las organizaciones sociales y el coronel Lucio Gutiérrez en Ecuador que logró éxito electoral con el apoyo de movimientos y organizaciones populares cuyos dirigentes fueron rápidamente cooptados con cargos en el gobierno y luego no tardaron en hacerse cargo de haber cometido un error al participar en el gobierno de Gutiérrez. Eso no solo provocó una profunda crisis política sino que también le hizo un inmenso daño a la identidad de los movimientos sociales en Ecuador.
Independencia: Las organizaciones del movimiento actúan en forma autónoma de los partidos políticos y los presionan para que reivindiquen su causa. El no asumir la reivindicación le significará al partido una fuerte pérdida de votos pues se parte del supuesto de que el movimiento cuenta con un apoyo importante dentro de la militancia del partido. Es el caso del Movimiento de los Sin Tierra (MST) y el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil que luego de la “permeabilidad” facilitada porque en su origen el PT estaba formado por activistas sociales de variados movimientos que tenían influencia en el partido. Con posterioridad pasaron a actuar con “independencia” y negociaron apoyos del PT a cambio de apoyo electoral sin renunciar a realizar acciones como ocupaciones de tierra o corte de carreteras aun cuando estas no tuvieran el apoyo del PT.
Transformación: Los movimientos sociales se transforman en partidos políticos, como los movimientos obreros o sindicales europeos de principios de siglo XX. Ése es el caso del Partido Comunista chileno y su relación con el movimiento de obreros del salitre o del Movimiento al Socialismo que llevó a Evo Morales a la presidencia del Estado Plurinacional de Bolivia y que aglutinó a un buen número de organizaciones, muchas de las cuales han dejado claro que se sienten mejor como “partidos de protesta” aun cuando estén “en el gobierno”.
Con todo, parece que la tipología citada no es totalmente exhaustiva pues es fácil identificar matices, además de que no incorpora completamente fenómenos como el Podemos o el Frente Amplio chileno, que desde su mismo origen tienen una relación indiscutida con los movimientos sociales. El surgimiento de Podemos está fuertemente ligado al movimiento de los Indignados pero estuvo articulado sobre todo por el Partido Anticapitalista y por otros grupos más o menos coordinados de la izquierda española.
En el caso del Frente Amplio chileno casi no existen antecedentes importantes en términos de antiguos partidos. Líderes del movimiento estudiantil crearon un partido (Revolución Democrática), provocaron una articulación con más de una decena de organizaciones políticas y desde su inicio establecieron claramente que su objetivo no era llevar el movimiento social a la política sino llevar las demandas sociales a la política: Fin de las AFP’s, gratuidad universal de la educación, Asamblea constituyente, etc.
Si tuviéramos que establecer una diferencia entre el Podemos y el Frente Amplio, yo me decantaría por la hipótesis de que los españoles tienen un perfil más “anticapitalista” por el tipo de organizaciones que le dieron origen y los chilenos son en verdad “anti neoliberales”. La diferencia entre ambas organizaciones políticas radica también en cómo enfrentar la actual coyuntura y se hizo más evidente cuando Chantal Moufle, “gurù” del Podemos, corrigió los consejos que salieron de España acerca de la participación en la segunda vuelta electoral del próximo domingo en Chile.
Para ir aterrizando, me limito a señalar que hay variadas formas de resolver el trance que tarde o temprano se hará presente en la relación movimiento social y partidos políticos, unas más cercanas, otras más lejanas a la religión neoliberal. Si hay algo a lo que no se puede renunciar es a levantar como estandarte las demandas que el movimiento social reivindica como cuestión identitaria, el crecimiento y la mantención del movimiento social no tiene relación con sumar nuevas demandas, los movimientos sociales crecen y se mantienen mientras sus reivindicaciones no son satisfechas a condición de incorporar de manera creativa nuevas formas de lucha y nuevos aliados. Lo contrario -creer que las grandes movilizaciones sociales que llenan calles y ciudades tienen su explicación en las características de los convocantes- lleva directamente a la derrota. Y es que para perder no hay mejor aliado que la arrogancia.