Por más que se nos diga que hoy el mundo es plano, la realidad es que aún persisten tales diferencias entre países, y sobre todo, entre los países "ricos y los pobres", que lo único que puede hacer concebir esta imagen de horizontalidad es el fenómeno de la revolución de las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones, que encuentra su punto central de difusión de estas tecnologías, en internet.
Internet, ha abierto un amplio haz de posibilidades que hace que ningún poder de la tierra sea inexpugnable, que impide que la política y la diplomacia sea ejercida con la tradición multisecular del secreto y el ocultamiento, y que los centros de poder puedan decretar el silencio absoluto a sus gobernados y la negación de las informaciones básicas que les permitan conocer la situación real y comunicarlas a otros, para así, crear redes sociales y cívicas que se opongan a los poderes establecidos.
Los ejemplos recientes muestran como en los estados autoritarios y dictatoriales, de Túnez y Egipto, la movilización ciudadana ha tenido un impulso decisivo, al menos entre los sectores más jóvenes, que son también las capas más ilustradas de esas sociedades y las más ansiosas y necesitadas del cambio social y político, en la caída de sus respectivas dictaduras.
En todo Oriente Medio y el Magreb, en los palacios donde los poderosos yacen, es tiempo de temor e incertidumbre, porque se está produciendo un despertar de segmentos de esas sociedades que están hartos ya de soportar, gobernantes indeseables y corruptos insaciables, que controlan el poder y hacen del mismo un mecanismo de acumulación de riquezas para esos círculo de poder.
Pero el malestar contra la libertad de información y comunicación y los peligros que entraña para los poderes autoritarios no es exclusiva de los corruptos gobernantes árabes, desde la dinastía saudí hasta el más modesto de todos, por su condición de secuestrados de facto, la Autoridad Nacional Palestina, sino que alcanza a las democracias occidentales.
Para nadie es un secreto la reacción airada de la señora Clinton y del mismo presidente Obama por la difusión de los cables diplomáticos por Wikileaks, y la persecución y caza macartista que hacen de Julio Assange, cuya culpabilidad es darnos a conocer, "urbi et orbis", como realmente piensan y cómo recomiendan actuar y actúan los políticos y diplomáticos de EEUU, de Europa, de Asia y de América Latina.
La difusión de la información por la red virtual nos hace desfilar a los "emperadores" desnudos, y lo que vemos a veces nos llena de asco, otras nos muestra el cinismo de su actuar, la corrupción y la vileza de sus métodos, pero las más de las veces lo que hace es simplemente confirmarnos lo que ya sabíamos en cada país.
Es decir, que fulano de tal es un político corrupto y carroñero, que zutano, es un insignificante cuyo único interés en política ha sido siempre buscar su propio interés individual y mercantil, y que muchas veces, aquél que parecía una persona decente solo lo es hasta que le permitan la oportunidad de actuar como los demás, porque en sus conversaciones filtradas por wikileaks, se ve que no tiene ninguna alternativa que ofrecer ni le interesa hacerlo.
La cuestión "preocupante" –para los que tengan cola que pisarse-, es que un ejecutivo de un banco suizo, situado en un paraíso fiscal, ha dado a Wikileaks una ingente cantidad de información sobre las cuentas secretas y manejos de capitales de hombres de negocios y políticos, naturalmente, para defraudar a la Hacienda Pública, de sus países respectivos, y eso va a traer aún más luz sobre los políticos y los negocios sucios y la triste realidad de los mercados financieros no regulados.
La no regulación de los mercados en general, el libre juego, sin trabas, de las fuerzas del mercado, ha sido la máxima reivindicación de nuestros políticos en los últimos 30 años, es decir, desde que se renunció a la pertinencia del keynesianismo en economía y se condenó al Estado a convertirse en un pelele minimalista cuya función esencial está en disminuir las conquistas sociales del siglo XX, por considerarlas una "carga excesiva" para los presupuestos nacionales.
Hasta ahora, tanto en los países "en vías de desarrollo" como en las democracias occidentales desarrolladas, se percibía una cierta apatía, una indiferencia ciudadana hacia la cosa pública, que se manifestaba por diferentes vías, desde la baja participación electoral hasta las formas más fatalistas del "pasotismo" político, teniendo manifestación más notoria de todo ello en los jóvenes.
Los jóvenes, a diferencia de la gente de mi generación, y de la de pocos años más y poco menos, parece que no tienen nada en que merezca la pena creer, ningún ideal social que tratar de realizar, y mucho menos parece que tengan cierta fe en que se pueden cambiar las cosas. Ha sido tan potente la hegemonía cultural e ideológica del neoliberalismo que se ha producido un desarme de los espíritus.
La caída del muro de Berlín y el subsiguiente desmoronamiento de los países del llamado sistema comunista, enterraron consigo el "modelo alternativo", que para muchos no era tal, sino una forma de totalitarismo infumable ya desde mediados del siglo pasado y especialmente cuando oficialmente se dio a "conocer" por Jruschov la manera de operar del sistema estalinista, modelo que con sus diferencias nacionales, era el que se aplicaba en todos y cada uno de los países mal llamados comunistas.
De manera, que aunque los pertenecientes a mi generación teníamos fe en cambiar las cosas, había en ello una cierta arrogancia intelectual, y quizá no siempre el modelo que teníamos hubiera sido el más feliz para nuestros pueblos. Habría que indagar si precisamente esos modelos ofrecidos como alternativas eran vistos por las generaciones siguientes como inviables, utópicos, o simplemente, como rechazables.
Aunque lo que no me queda ninguna duda es que, lo que se impuso como moda económica y como modelo de organización de la sociedad, lo que se puede resumir en el llamado consenso de Washington, con sus ideas-fuerzas de estado mínimo, baja tributación, no regulación de la economía y libertad casi absoluta de los mercados financieros, que fue aceptado inclusive por la Unión Europea, ha resultado un perfecto fracaso, y cuya consecuencia y manifestación factual es la crisis de 2008.
Se puede afirmar que el neoliberalismo ganó la batalla tras el derrumbe del comunismo pero ha fracasado rotundamente veinte años después. Se abre, pues, un espacio de reflexión y acción para tratar de hacer una nueva política – de izquierda según mi perspectiva-, que atraiga de nuevo a los jóvenes y a los no tan jóvenes, a la política y a la movilización por un cambio para una democratización profunda de nuestras sociedades.
Es lo que está pasando en los países árabes y no es desdeñable pensar que ello pueda servir de acicate para que en otras regiones y en otros países, con las diferencias de todo tipo que puedan existir, estemos asistiendo al inicio de una nueva etapa.
En ella podremos asistir a que los ciudadanos sacudan su apatía, sus temores, sus ascos y repugnancias, por la política existente, y redescubran que lo que tenemos no nos gusta y además, puede ser cambiado. Y que ese cambio y regeneración política depende exclusivamente de la voluntad de cada uno de nosotros. Si queremos, y nos movilizamos, por ello, podemos.